El cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Otro país, con las mujeres” donde reflexiona sobre los grandes desafíos que presenta la realidad a nuestra Iglesia al término de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe.
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Ha terminado la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe, con sede presencial en la Ciudad de México (70 personas), participando en forma virtual más de 650 asambleístas, distribuidos en 50 grupos de discernimiento, más miles que siguieron las transmisiones en redes sociales, aportando desde su perspectiva. Entre todos, descubrimos 41 grandes desafíos que presenta la realidad a nuestra Iglesia, y de ellos escogimos 12 prioritarios. Uno de éstos dice: Impulsar la participación activa de las mujeres en los ministerios, las instancias de gobierno, de discernimiento y decisión eclesial. Entre las orientaciones pastorales para enfrentar este desafío a nivel continental, propusimos: Crear una comisión latinoamericana, conformada por mujeres, que reflexione y profundice sobre su participación en las instancias de decisión de la Iglesia y en la formación de los presbíteros; contribuir al discernimiento sobre el diaconado femenino y nuevos ministerios; generar itinerarios formativos en las iglesias locales que fomenten el desarrollo integral de la mujer y su contribución en la vida y misión de la Iglesia.
Señalamos otro desafío que va en la misma línea: Reconocer y valorar el rol y el aporte de la mujer en la historia, en la sociedad y en la Iglesia. Para ello, propusimos: Crear la pastoral de las mujeres en la Iglesia local, nacional y continental, que garantice su promoción integral y participación efectiva en la vida de la Iglesia y de la sociedad; crear espacios para que mujeres de pueblos originarios, afrodescendientes y campesinas, compartan sus conocimientos, experiencias y prácticas en diversos ámbitos eclesiales.
Me llamó la atención que nadie pidió el sacerdocio ministerial femenino. Eso sí, le tundieron fuerte al clericalismo; tanto, que en mi grupo dije: Parece que el principal problema somos los clérigos… Ante esto, una laica brasileña, teóloga y psicóloga, dijo: Los clérigos son importantes y los necesitamos, pero sin abusos de poder; es más, dijo, el problema es también el caso de algunas mujeres muy clericalistas, a quienes importa mucho tener poder en la Iglesia… Lo mismo que pasaba en el grupo de los doce apóstoles: peleaban por el poder a la derecha e izquierda del Maestro. Son las tentaciones de siempre, a las que todos estamos expuestos.
En nuestro grupo, insistimos en que, en la reestructuración del CELAM, se formen equipos, sin oficina y sin sueldo, que promuevan y acompañen la puesta en práctica de las orientaciones, para que no queden en buenos deseos y se pierda la riqueza de esta Asamblea Eclesial.
Pensar
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, dice: “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (103).
“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos.
La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza –es decir, como fuente capital de la gracia– no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener bien presente que está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo. Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia” (104).
Actuar
¿Qué podemos hacer para que la mujer ocupe su lugar en la sociedad y en la Iglesia? Desde el hogar, educarnos para evitar el persistente machismo, el acoso y todo tipo de abusos. También, como insistía la Hna. Gloria Liliana, presidenta de la CLAR, que las mujeres accedan a una más calificada formación en distintas ciencias, también en teología, y así estén capacitadas para desempeñar cargos importantes en las instancias diocesanas y en la formación de sacerdotes y seminaristas. Y nosotros, los clérigos, que promovamos más su participación en los espacios de decisión pastoral, para seguir superando el clericalismo.