“Ya es hora de que los pobres vuelvan a tener la palabra, porque durante demasiado tiempo sus demandas no han sido escuchadas”, dijo el Papa Francisco en Asís, Italia.
El Santo Padre ha presidido en la mañana de hoy, 12 de noviembre de 2021, un Encuentro de Oración y Testimonios en Asís. Se trata de un acto celebrado dentro del marco de la Jornada Mundial de los Pobres que se celebra este domingo 14. El Papa vuelve así a Asís para para saludar a 500 pobres de diferentes partes de Europa.
Asís: la “huella de san Francisco”
“Asís no es una ciudad como las demás: Asís lleva la huella de san Francisco”, expresa el Pontífice su discurso en la basílica de Santa María de los Ángeles en Asís, recordando que en sus calles el santo “vivió su inquieta juventud”. En Asís, “recibió la llamada a vivir el Evangelio al pie de la letra, es una lección fundamental para nosotros”.
El Sucesor de Pedro considera que la santidad de san Francisco “nos hace temblar, porque parece imposible imitarle” e invita a recordar ciertos momentos de su vida. Como “esas ‘florecillas’ que se recogieron para mostrar la belleza de su vocación, nos sentimos atraídos por esa sencillez de corazón y de vida: es el atractivo mismo de Cristo, del Evangelio. Son hechos de la vida que valen más que los sermones”.
El Obispo de Roma rememora un pasaje en el que, después de mendigar y recoger unos trozos de pan junto a fray Masseo, los llamó “tesoro”. El santo de Asís consideraba la pobreza la falta de lo necesario, “un gran tesoro, porque no hay nada, pero lo que tenemos nos lo da la Providencia que nos ha dado este pan”. “Esta es la enseñanza que nos da san Francisco: saber contentarse con lo poco que tenemos y compartirlo con los demás”, remarcó Su Santidad.
El Papa Francisco destaca otro hecho importante, cuando en la Porciúncula “san Francisco acogió a santa Clara, a los primeros hermanos y a muchos pobres que se acercaron a él. Con sencillez los recibió como hermanos y hermanas, compartiendo todo con ellos”. Para él, esta es “la expresión más evangélica a la que estamos llamados a hacer nuestra: la acogida”, pues acoger significa “abrir la puerta, la de la casa y la del corazón, y dejar entrar a los que llaman. Y que se sienta a gusto, no en el temor, no, a gusto, libre. Donde hay un verdadero sentido de la fraternidad, hay también una experiencia sincera de acogida”.
La mejor bienvenida: la sonrisa
Asimismo, el Santo Padre alude a la santa Madre Teresa cuando decía: «¿Cuál es la mejor bienvenida? La sonrisa”. Compartir una sonrisa con alguien necesitado, añade, “es bueno para ambos, para mí y para el otro. La sonrisa como expresión de simpatía, de ternura. Y entonces la sonrisa te envuelve, y no puedes distanciarte de la persona a la que has sonreído”.
Después de dar las gracias y hablar del origen de este Día de los Pobres, propuesto por Étienne, uno de ellos, Francisco indicó: “Ya es hora de que los pobres vuelvan a tener la palabra, porque durante demasiado tiempo sus demandas no han sido escuchadas. Es hora de que abran los ojos y vean el estado de desigualdad en el que viven tantas familias”. En esta línea, agregó, “es hora de reunirse. Si la humanidad, si los hombres y las mujeres no aprendemos a encontrarnos, nos dirigimos a un final muy triste”.
Esperanza y resistencia
El Papa se refirió también a los testimonios de las personas que hablaron durante el acto, y dio las gracias por su valentía y sinceridad. De ellos, resaltó “una gran sensación de esperanza”, a pesar de que “la vida no siempre ha sido amable con vosotros, es más, a menudo os ha mostrado una cara cruel”, esto “no os ha impedido mirar con ojos llenos de gratitud las pequeñas cosas que os han permitido aguantar”.
En segundo lugar, ha reseñado la resistencia: “Resistir significa encontrar razones para no rendirse ante las dificultades, sabiendo que no las vivimos solos sino juntos, y que sólo juntos podemos superarlas. Resistir toda tentación de abandonar y caer en la soledad y la tristeza. Resistirse, aferrarse a la pequeña o escasa riqueza que podamos tener”.
Palabras para el cardenal Barbarin
Durante su discurso, Francisco tuvo también palabras de gran afecto, estima y gratitud para el cardenal Barbarin, por haber soportado en silencio y con la oración el doloroso calvario del proceso judicial por supuestamente haber encubierto los abusos de un sacerdote pederasta y que terminó con la absolución del cardenal.
“Y quiero agradecer al cardenal [Barbarin] su presencia: está entre los pobres, él también ha sufrido con dignidad la experiencia de la pobreza, del abandono, de la desconfianza. Y se ha defendido con el silencio y la oración. Gracias, cardenal Barbarin, por su testimonio que edifica a la Iglesia”. Estas palabras del Pontífice fueron seguidas de un fuerte aplauso, con el cardenal francés visiblemente emocionado y sorprendido.
A continuación, sigue el texto completo del discurso del Papa traducido del italiano por Exaudi.
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Gracias por aceptar mi invitación – ¡yo fui el invitado! – para celebrar aquí en Asís, la ciudad de San Francisco, la V Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra pasado mañana. Es una idea que nació de vosotros, ha crecido y ya hemos llegado a la quinta. Asís no es una ciudad como las demás: Asís lleva la huella de san Francisco. Pensar que fue en estas calles donde vivió su inquieta juventud, donde recibió la llamada a vivir el Evangelio al pie de la letra, es una lección fundamental para nosotros. Por supuesto, en cierto modo su santidad nos hace temblar, porque parece imposible imitarle. Pero entonces, en el momento en que recordamos ciertos momentos de su vida, esas “florecillas” que se recogieron para mostrar la belleza de su vocación, nos sentimos atraídos por esa sencillez de corazón y de vida: es el atractivo mismo de Cristo, del Evangelio. Son hechos de la vida que valen más que los sermones.
Me gusta recordar una, que expresa bien la personalidad del Poverello (cf. Fioretti, cap. 13: Fonti Francescane, 1841-1842). Él y el hermano Masseo habían partido hacia Francia, pero no habían traído provisiones. En cierto momento tuvieron que empezar a pedir caridad. Francisco fue en una dirección y el hermano Masseo en otra. Pero, como cuentan los Fioretti, Francisco era de baja estatura y quienes no lo conocían lo consideraban un “vagabundo”, mientras que el hermano Masseo “era un hombre grande y apuesto”. Así fue que san Francisco apenas logró recoger unos trozos de pan duro y rancio, mientras que el hermano Masseo recogió unos buenos trozos de pan.
Cuando los dos se reunieron, se sentaron en el suelo y colocaron lo que habían recogido en una piedra. Al ver los trozos de pan recogidos por el fraile, Francisco dijo: “Hermano Masseo, no somos dignos de este gran tesoro”. El fraile, asombrado, le contestó: “Padre Francisco, ¿cómo se puede hablar de tesoro cuando hay tanta pobreza y faltan hasta las cosas necesarias?”. Francisco respondió: “Es precisamente esto lo que considero un gran tesoro, porque no hay nada, pero lo que tenemos nos lo da la Providencia que nos ha dado este pan”. Esta es la enseñanza que nos da san Francisco: saber contentarse con lo poco que tenemos y compartirlo con los demás.
Estamos en la Porciúncula, una de las pequeñas iglesias que San Francisco pensó en restaurar, después de que Jesús le pidiera “reparar su casa”. En aquel momento, nunca habría pensado que el Señor le pediría que diera su vida para renovar no la iglesia hecha de piedras, sino la de las personas, de los hombres y mujeres que son las piedras vivas de la Iglesia. Y si estamos hoy aquí es precisamente para aprender de lo que hizo san Francisco. Le gustaba pasar mucho tiempo en esta pequeña iglesia rezando. Se reunía aquí en silencio y escuchaba al Señor, lo que Dios quería de él. También nosotros hemos venido aquí para esto: queremos pedir al Señor que escuche nuestro clamor, que escuche nuestro clamor y que venga en nuestra ayuda. No olvidemos que la primera marginación que sufren los pobres es la espiritual. Por ejemplo, muchas personas y jóvenes encuentran tiempo para ayudar a los pobres y llevarles comida y bebidas calientes. Esto es muy bueno y doy gracias a Dios por su generosidad. Pero sobre todo me alegro cuando oigo que estos voluntarios se paran a hablar con la gente, y a veces rezan con ellos… Así, nuestro estar aquí, en la Porciúncula, nos recuerda la compañía del Señor, que nunca nos deja solos, siempre nos acompaña en cada momento de nuestra vida. El Señor está hoy con nosotros. Nos acompaña, en la escucha, en la oración y en los testimonios dados: es Él, con nosotros.
Hay otro hecho importante: aquí, en la Porciúncula, san Francisco acogió a santa Clara, a los primeros frailes y a muchos pobres que acudían a él. Con sencillez los recibió como hermanos y hermanas, compartiendo todo con ellos. Esta es la expresión más evangélica que estamos llamados a hacer nuestra: la acogida. Acoger significa abrir la puerta, la de la casa y la del corazón, y dejar entrar a los que llaman. Y que se sienta a gusto, no en el temor, no, a gusto, libre. Donde hay un verdadero sentido de la fraternidad, hay también una experiencia sincera de acogida. Cuando, por el contrario, hay miedo al otro, desprecio por su vida, entonces nace el rechazo o, peor aún, la indiferencia: mirar para otro lado. La acogida genera un sentimiento de comunidad; el rechazo, por el contrario, se encierra en el propio egoísmo. A la Madre Teresa, que hizo de su vida un servicio a la hospitalidad, le gustaba decir: “¿Cuál es la mejor bienvenida? La sonrisa. La sonrisa. Compartir una sonrisa con alguien necesitado es bueno para ambos, para mí y para el otro. La sonrisa como expresión de simpatía, de ternura. Y entonces la sonrisa te envuelve, y no puedes distanciarte de la persona a la que has sonreído.
Os doy las gracias, porque habéis venido aquí desde tantos países diferentes para vivir esta experiencia de encuentro y de fe. Me gustaría dar las gracias a Dios, que dio esta idea del Día de los Pobres. Una idea nacida de una manera bastante extraña, en una sacristía. Estaba a punto de celebrar la Misa y uno de ustedes -se llama Étienne- ¿lo conocen? Es un enfant terrible – Étienne me dio la sugerencia: “Hagamos un Día de los Pobres”. Salí y sentí que el Espíritu Santo, en mi interior, me decía que lo hiciera. Así es como empezó: a partir de la valentía de uno de vosotros que tiene el valor de llevar las cosas adelante. Le agradezco su trabajo a lo largo de los años y el de tantos que le acompañan.
Y quiero agradecer al cardenal [Barbarin] su presencia: está entre los pobres, él también ha sufrido con dignidad la experiencia de la pobreza, del abandono, de la desconfianza. Y se ha defendido con el silencio y la oración. Gracias, cardenal Barbarin, por su testimonio que edifica a la Iglesia. Decía que hemos venido a encontrarnos: eso es lo primero, ir hacia el otro con el corazón abierto y la mano tendida. Sabemos que cada uno de nosotros necesita al otro, y que incluso la debilidad, si la experimentamos juntos, puede convertirse en una fuerza que mejore el mundo. A menudo, la presencia de los pobres se ve con fastidio y se aguanta; a veces oímos que son los pobres los responsables de la pobreza: ¡un insulto más! Para no hacer un serio examen de conciencia sobre sus acciones, sobre la injusticia de ciertas leyes y medidas económicas, un examen de conciencia sobre la hipocresía de los que quieren enriquecerse masivamente, echan la culpa a los más débiles.
Ya es hora de que los pobres vuelvan a tener la palabra, porque durante demasiado tiempo sus demandas no han sido escuchadas. Es hora de que abran los ojos y vean el estado de desigualdad en el que viven tantas familias. Es hora de arremangarse para recuperar la dignidad creando puestos de trabajo. Es hora de volver a escandalizarse ante la realidad de los niños hambrientos, esclavizados, náufragos, víctimas inocentes de todo tipo de violencia. Es hora de que la violencia contra las mujeres se detenga y de que se las respete y no se las trate como mercancías. Es hora de romper el círculo de la indiferencia y descubrir la belleza del encuentro y del diálogo. Es hora de reunirse. Es hora de reunirse. Si la humanidad, si los hombres y las mujeres no aprendemos a encontrarnos, nos dirigimos a un final muy triste.
He escuchado atentamente sus testimonios, y les digo gracias por todo lo que han demostrado con valor y sinceridad. Valentía, porque habéis querido compartirlas con todos nosotros, aunque formen parte de vuestra vida personal; sinceridad, porque os mostráis tal y como sois y abrís vuestros corazones con el deseo de ser comprendidos. Hay algunas cosas que me han gustado especialmente y que me gustaría retomar de alguna manera, para hacerlas aún más mías y que se instalen en mi corazón. En primer lugar, he captado una gran sensación de esperanza. La vida no siempre ha sido amable con vosotros, es más, a menudo os ha mostrado una cara cruel. La marginación, el sufrimiento de la enfermedad y la soledad, la falta de muchos medios necesarios no os han impedido mirar con ojos llenos de gratitud las pequeñas cosas que os han permitido aguantar.
Resistir. Esta es la segunda impresión que he recibido y proviene de la esperanza. ¿Qué significa resistir? Tener la fuerza de seguir adelante a pesar de todo, de ir contra la corriente. La resistencia no es una acción pasiva, al contrario, requiere el valor de emprender un nuevo camino sabiendo que dará sus frutos. Resistir significa encontrar razones para no rendirse ante las dificultades, sabiendo que no las vivimos solos sino juntos, y que sólo juntos podemos superarlas. Resistir toda tentación de abandonar y caer en la soledad y la tristeza. Resistirse, aferrarse a la pequeña o escasa riqueza que podamos tener. Pienso en la chica de Afganistán, con su frase lapidaria: mi cuerpo está aquí, mi alma está allá. Resistiendo con la memoria, hoy. Pienso en la madre rumana que habló al final: dolor, esperanza y sin salida, pero fuerte esperanza en sus hijos que la acompañan y le devuelven la ternura que recibieron de ella.
Pidamos al Señor que nos ayude a encontrar siempre la serenidad y la alegría. Aquí, en la Porciúncula, san Francisco nos enseña la alegría que supone mirar a los que nos rodean como compañeros de viaje que nos comprenden y nos apoyan, igual que nosotros lo hacemos con él o ella. Que este encuentro abra los corazones de todos nosotros para ponernos a disposición de los demás; que abra nuestros corazones para hacer de nuestras debilidades una fuerza que nos ayude a seguir en el camino de la vida, para transformar nuestra pobreza en una riqueza a compartir, y así mejorar el mundo.
El Día de los Pobres. Gracias a los pobres que abren sus corazones para darnos su riqueza y sanar nuestros corazones heridos. Gracias por este valor. Gracias, Étienne, por ser dócil a la inspiración del Espíritu Santo. Gracias por estos años de trabajo; ¡y también por la “terquedad” de llevar al Papa a Asís! Gracias. Gracias, Eminencia, por su apoyo, por su ayuda a este movimiento de Iglesia -decimos “movimiento” porque se están moviendo- y por su testimonio. Y gracias a todos. Os llevo en mi corazón. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, porque tengo mi pobreza, ¡y mucha! Gracias.