Rafael de Mosteyrín, sacerdote y capellán del CDP Torrealba, en este artículo sobre la Solemnidad de Todos los Santos, celebrada hoy, 1 de noviembre, explica porque nos alegramos por los que ya han llegado al Cielo.
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El primer día de noviembre celebramos siempre la Solemnidad de Todos los Santos.
Es una época en la que ya hay castañas, y dulces para la fiesta como los huesos de santos, o los panellets en Cataluña. La Iglesia nos recuerda que, aunque haya algunos santos oficialmente así nombrados, son muchos más los que ya han llegado al Cielo. Aunque sus nombres sean desconocidos para nosotros. Hoy celebramos a todos esos hombres y mujeres que son felices para siempre con Dios. Nos beneficiamos también de las súplicas de ellos ante Dios, de lo que nosotros les pidamos. Y recordamos que también nosotros estamos llamados a la misma santidad que ellos han alcanzado.
Cuando celebramos un santo nos damos cuenta de que es un gran ayudante, un intercesor. Por eso la alegría de esta fiesta es enorme, pues son todos ellos, los que se ofrecen a ayudarnos simultáneamente. Son una multitud inmensa, entre los que se encuentran también de los de nuestra propia ciudad, y nuestros antepasados. Se suele decir que el primer santo canonizado por el Señor es el buen ladrón. Poco antes de morir Jesús le asegura que estará ese mismo día, junto a Él, en el Paraíso. Al final esto es lo único que de verdad merece la pena.
Lo único importante de nuestra vida es que lleguemos al Cielo. Y nunca mejor dicho lo de que más vale tarde que nunca. Por eso el buen ladrón, con su arrepentimiento, ya no es Dimas el ladrón, sino san Dimas. Pero, naturalmente, mientras antes descubramos a Dios, y la importancia de que seamos santos, mejor. Así vamos a ser más felices en la tierra, y en el Cielo. Jesús nos habla de la felicidad que tenemos junto a Él, y la tristeza tan grande, suya y nuestra, cuando nos alejamos. Es la enseñanza de la parábola del hijo pródigo. Cuando vuelve el hijo, y muestra su arrepentimiento, su padre no sólo le da un beso, sino mil besos. Así recibe Dios nuestros deseos de ser santos. Aunque hayan sido muy grandes nuestros pecados.
Muchos santos han tenido el deseo de tener una vida puramente espiritual, que les ha llevado a vivir en un monasterio. Otros se han dedicado a ayudar a los demás, a través de obras sociales. Más recientemente san John Newman, y san Josemaría Escrivá de Balaguer, han explicado también la importancia de buscar la santidad en la vida normal de cada persona. Donde se desarrolle el trabajo de cada uno, sus actividades. Ahí debe uno buscar amar a Dios, y a los demás, con todo el corazón. Todos los santos han sido personas que son ejemplo de saber amar. Y han demostrado su amor, primero escuchando y luego con su oración por cada persona, y sus consejos.
La santidad siempre, necesariamente, muestras las obras que demuestran el amor y, con la ayuda de Dios también, los frutos de su vida. Tenemos hoy una gran oportunidad para decirle a Dios que queremos ser santos, y pedirle que nos ayude.