El Papa Francisco escribió una carta al obispo de Apatzingán, México, Mons. Cristóbal Ascencio García, expresando su oración y cercanía a esta comunidad golpeada por la violencia causada por los cárteles del narcotráfico.
En estos momentos difíciles, Francisco escribe: “Puedo comprender el sentimiento de desánimo y la sensación de impotencia que los abate. Pero recuerden que no están solos, que el Señor es fortaleza y misericordia; que nunca abandona a sus hijos, que la Iglesia es madre, atenta y cercana, para todos los que sufren”.
“Pido al Señor que convierta el corazón de los responsables de tanta muerte y desolación y que inspire a los encargados del bien común a comprometerse en la erradicación del crimen y de la impunidad así como en la generación de espacios de trabajo digno y útil de la entera sociedad, especialmente a los jóvenes de esta tierra, que les permita salir de condiciones de pobreza y de marginación proyectarse hacia el futuro y no ceder a la tentación de adecuarse al circuito del narcotráfico y de la violencia”, expuso el Santo Padre.
La misiva fue leída durante la Misa presidida por el obispo en el municipio de Aguililla, el pasado domingo 18 de julio
A continuación, sigue el texto completo de la carta de Francisco, compartido por la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM).
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A su excelencia Cristóbal Asencio García, obispo de Apatzingán,
Querido hermano, he tenido noticias de los grandes sufrimientos causados por los violentos enfrentamientos entre bandas rivales de narcotraficantes que afectan a los habitantes de las poblaciones situadas en el territorio de esa Iglesia particular que el Señor ha confiado a tu cuidado pastoral.
El clima de terror y de inseguridad que aflige a la población inerme es contrario a la voluntad de Dios. Él quiere que todos sus hijos e hijas vivan su existencia en un clima seguro, de serenidad y de armonía.
En estos momentos difíciles quisiera hacerme presente y, por medio tuyo también a los hermanos y hermanas del santo pueblo fiel de Dios que peregrina en Apatzingán, mi participación en sus penas y sus angustias, así como mi oración al Señor Jesús, Príncipe de la Paz, implorando les conceda la paz de Dios que sobrepasa todo el sufrimiento; y la riqueza de los dones del Espíritu Santo para que puedan ir adelante en la vida y Él los ayude a llevar sus cruces y sufrimientos con mansedumbre, fortalezas y paciencia.
Puedo comprender el sentimiento de desánimo y la sensación de impotencia que los abate. Pero recuerden que no están solos, que el Señor es fortaleza y misericordia; que nunca abandona a sus hijos, que la Iglesia es madre, atenta y cercana, para todos los que sufren.
Jesús nunca dijo que el camino sería fácil; predijo pruebas y persecución, pero también que no faltarían las consolaciones de Dios. Es de gran consuelo saber que el camino no lo recorremos solos: Jesús camina perennemente a nuestro lado, sobre todo en los momentos de pruebas y de tribulación. Además, Él esta dispuesto a darnos siempre su paz; pero sin olvidar que su paz supone una cruz porque una paz sin la cruz no es la paz de Jesús.
Les exhorto a que confíen en el Señor Jesús, a que no tengan miedo a contrarrestar la violencia que tiene origen en el maligno con el amor, la misericordia y el perdón; que brote del corazón divino del Salvador.
Pido al Señor que convierta el corazón de los responsables de tanta muerte y desolación y que inspire a los encargados del bien común a comprometerse en la erradicación del crimen y de la impunidad así como en la generación de espacios de trabajo digno y útil de la entera sociedad, especialmente a los jóvenes de esta tierra, que les permita salir de condiciones de pobreza y de marginación proyectarse hacia el futuro y no ceder a la tentación de adecuarse al circuito del narcotráfico y de la violencia.
Con estos sentimientos de cercanía fraterna, te acompaño en oración como a todo el santo pueblo de Dios que peregrina en esta nación. Por favor, te pido que reces y hagas rezar por mí, que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide.
Fraternalmente, Francisco.