El padre Jorge Miró comparte con los lectores de Exaudi su comentario sobre el Evangelio de hoy, 11 de julio de 2021, XV Domingo del Tiempo Ordinario.
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Toda la vida es vocación, llamada de Dios. Existes por Dios, porque te ama, te ha llamado a la vida y te sigue llamando cada día. Y, como dice la segunda lectura, Dios te llama a ser santo y a ser hijo. Por eso, cada día necesitas escuchar al Señor: ¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón! Y cada día estás llamado a responder al Señor, a vivir una vida de relación y de amistad con el Señor, a vivir el discipulado.
Y la Palabra nos recuerda que la Iglesia está llamada a anunciar el Evangelio: somos discípulos misioneros.
La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio (cf. Catecismo 737s).
Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de san Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es “enviada” al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío.
Jesús los envía de dos en dos: han de ser testigos; no conferenciantes, que hablan de conocimientos meramente aprendidos; ni “chismosos”, que hablan de oídas. El auténtico anuncio del evangelio es dar fe de que la palabra de Jesús tiene vida eterna, dar fe de que Dios existe y actúa en la vida de cada día, dar fe que el Evangelio es, de verdad, una buena noticia.
Jesús los manda en pura gratuidad. No deben confiar en los medios humanos, sino en el nombre de Jesús. No deben preocuparse por el éxito. Han de testimoniar su absoluta confianza en Dios, que cuida del discípulo. Su vida será, así, signo de que el Reino de Dios ha llegado en Jesús.
Deben predicar la conversión, expulsar demonios y curar enfermos. Las tres cosas van juntas. No se pueden separar. La predicación debe ir acompañada de la curación de los enfermos, curación corporal y espiritual. Estas sanaciones serán signo de un don mayor: anuncio de la nueva vida, que procede del Señor, y preanuncio de la resurrección y la vida eterna a la que Dios nos llama.
Y también de expulsar los demonios: todas las mentiras y engaños que inducen al hombre a dudar del amor de Dios y querer ocupar su lugar: la soberbia, el orgullo, el odio, la codicia… son sometidas, derrotadas y convertidas por el poder de la Palabra de Jesucristo y el don de su Espíritu.
¿Cómo te está pidiendo hoy el Señor que anuncies la buena noticia del Evangelio?
A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!