El Via Crucis es una costumbre de la Iglesia que se realiza con mucha frecuencia durante la Cuaresma y la Semana Santa. Se trata de una práctica de piedad que también se puede llevar a cabo los viernes o a lo largo de un retiro espiritual.
La expresión latina Via Crucis significa “camino de la Cruz”, es decir, el recorrido de Jesucristo Cristo durante su Pasión, desde el Pretorio de Pilatos hasta el Calvario.
Práctica de piedad
Ese mismo nombre sirve para designar dicha práctica de piedad que consiste en una meditación sobre los acontecimientos ocurridos en ese camino de Cristo, a los que se añaden la muerte en de Cristo en la cruz, el descendimiento de la misma y su sepultura.
Así, junto a diversas oraciones, habitualmente de penitencia y arrepentimiento, se van intercalando catorce meditaciones, que se llaman “estaciones”. El Magisterio de la Iglesia Católica prescribe las 14 estaciones siguientes:
- Cristo es condenado a muerte
- Jesús carga con la Cruz
- Primera caída
- Se encuentra con su Santísima Madre
- Simón de Cirene es obligado a cargar la cruz
- La Verónica enjuga el rostro de Cristo
- Segunda caída
- Encuentro con las mujeres de Jerusalén
- Tercera caída
- Jesús es despojado de sus vestiduras
- Crucifixión
- Muerte en la cruz
- El cuerpo de Cristo es bajado de la cruz
- Este es colocado en el sepulcro
Cómo rezarlo
Para poder rezarlo, existen múltiples versiones. En este enlace, por ejemplo, se ofrece el Vía Crucis con meditaciones, oraciones e imágenes del Directorio Franciscano.
En dicha web se especifica que la difusión del ejercicio del Via Crucis ha estado muy vinculada a la Orden franciscana. “Pero no fue San Francisco quien lo instituyó tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario, que culminaron en su experiencia mística en la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco compuso un Oficio de la Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un ‘vía crucis franciscano’, y que rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen”.
En todo caso, “fue la Orden francisana la que, fiel al espíritu de su fundador, propagó esta devoción, tarea en la que destacó especialmente san Leonardo de Porto Maurizio”, subraya el texto.