El sacerdote Francisco José Delgado Alonso ofrece a los lectores de Exaudi este artículo sobre la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, gran aliado, sobre los apóstoles y la Virgen.
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Hace unos días el Papa Francisco habló de Pentecostés como el cumpleaños de la Iglesia. Gracias a la venida del Paráclito, los apóstoles tuvieron ánimo y coraje para salir a predicar el Evangelio de Jesús. Es importante reconocer la importancia que tiene el Espíritu Santo en la vida de cada uno de los cristianos, de cada una de nuestras comunidades, de nuestras parroquias. Así, podemos aprender cómo Él es el gran aliado para alcanzar nuestra meta, la santidad.
Pentecostés es una de las solemnidades más importantes entre las celebraciones de la Iglesia Católica. Celebramos la venida de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es decir, del Espíritu Santo. Jesús, después de su Ascensión al cielo, envió al Espíritu Santo a sus discípulos.
Cincuenta días después del Domingo de Pascua, celebramos este Domingo la fiesta de Pentecostés, manteniendo el nombre y calendario de la antigua fiesta judía, recordando la llegada del pueblo librado de la esclavitud a Monte Sinaí, donde se realizó la Alianza en la que Israel se constituye como pueblo y no un pueblo cualquiera, sino el pueblo de Dios. “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Lv 26,12).
Así mismo en el primer Pentecostés cristiano, el día en que Espíritu de Jesús Resucitado viene sobre la comunidad del Cenáculo, se culmina la nueva alianza, sellada con la sangre del Crucificado, y nace un nuevo pueblo de Dios, su Iglesia.
Podríamos decir que hoy es el cumpleaños de la Iglesia, si esta fiesta fuera un simple recuerdo de aquel acontecimiento de Jerusalén, cuando los apóstoles, reunidos en oración, con la Madre del Señor, recibieron la fuerza y dones del Espíritu Santo, para ser los testigos de Jesucristo y las columnas en que se fundamenta la Iglesia, pueblo y familia de los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica.
Pero más que cumpleaños lo que celebramos es un nuevo nacimiento, porque Pentecostés no es algo que sucedió sólo en el pasado, no es un bonito recuerdo, no es la primera página de la Historia de la Iglesia. Pentecostés no “sucedió”, sino que “sucede”, la venida del Espíritu, no terminó en el Cenáculo, ni termina hoy, ni terminará nunca, porque la efusión del Espíritu del Dios Eterno, no puede limitarse a un espacio ni a un tiempo.
Por eso hoy no “recordamos” Pentecostés, sino que lo “celebramos”. No recordamos que la Iglesia nació, sino que “renace”, no recordamos que empezó a escribirse su historia, sino que se reedita. La Iglesia vive “en estado permanente de Pentecostés”, porque fuerza del Espíritu nos hace experimentar, cada día, la presencia de Dios y su amor Padre expresado en el que dio la vida por los que amaba.
En el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, sin la presencia del Espíritu, Dios se nos quedaría en la lejanía; Jesucristo, sería sólo personaje del pasado; el Evangelio no sería alegre noticia, sino un libro que narra cosas hermosas y bonitas, como tantas otras obras escritas que deleitan nuestra alma. La misma Iglesia, sería una asociación puramente humana, como otra cualquiera, de personas que simpatizan con una cierta ideología y hasta pueden llegar a convertirse en bondadosa ONG; la misión evangelizadora, sería puro proselitismo; el culto, un cúmulo de acciones mágicas para obtener beneficios de la divinidad… Sólo la presencia y poder del Espíritu Santo puede vivificar, dinamizar, liberar y divinizar todo el hacer eclesial y humano.