15 abril, 2025

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Diario del día y de la noche

La luz de la fe en tiempos oscuros: reflexiones desde el confinamiento interior de Theodor Haecker, testigo lúcido y resistente del alma humana frente al totalitarismo

Diario del día y de la noche
Pexels . Skylar Kang

Tengo especial afición por los diarios. He gozado la lectura meditada de Diario del día y de la noche (1939-1945) (Rialp, 1964) de Theodor Haecker (1879-1945), filósofo, crítico cultural, traductor e ilustre representante de la resistencia alemana al nazismo. Por sus vínculos con el movimiento de la Rosa Blanca el gobierno nazi le prohibió publicar libros y aparecer en el espacio público. Obligado al confinamiento, con sus males físicos a cuestas y un profundo dolor en el alma, mira pasmado el desenvolvimiento de la guerra mundial. Encerrado en su habitación, en sus velas nocturnas, escribe breves y profundas notas de lo humano y de lo divino. ¿Qué lo sostiene? Su fe de católico converso: “todos mis conocimientos se descomponen en trozos inconexos, en partes vacías y sin sentido, cuando no dependen de la fe (p. 292)”.

Tiene la firme convicción de que “solo la ordinariez intelectual y, naturalmente, también la moral, cuando se eleva a la potencia de la desvergüenza, cree y declara, incluso públicamente, que no importa el cómo, que los métodos son indiferentes”. Sabe que es el cómo lo que decide el valor de un hombre o de una política: “toda nobleza se constituye por el “cómo” de la vida, es decir, por los medios que están permitidos y los no permitidos (p.26)”. De ahí que, “la revolución que hizo el Cristianismo es la del cómo (p. 22).

El cómo de las cosas y de la vida es, precisamente, una de las claves de la excelencia de lo humano, pues, aunque se tengan propósitos nobles, no todo está permitido para alcanzarlos. Todo totalitarismo, grande o pequeño, carece de este arte de la medida y tiende al exceso. El déspota benevolente tiene afán por conseguir las cosas “ya”, y es esa misma pasión la que le puede llevar a cometer excesos crueles, de tal manera que el bien que consigue -si lo consigue- queda embarrado por los medios perversos que ha utilizado. La impaciencia le ciega el buen juicio.

Medida de las cosas, difícil, muy difícil para los seres humanos y, para hacerla todavía más difícil, no suele estar distribuida armoniosamente entre los seres humanos: “los que tienen medida y moderación no tendrán poder para imponer la paz, y los que tienen el poder la impondrán sin medida (p. 50)”. Cuánta responsabilidad pesa sobre el alma de quien detenta el poder.

Las reflexiones que Haecker escribe tocan de continuo las manifestaciones espirituales de la persona. Lo verdadero y falso es lo propio del pensar, bueno y malo pertenecen al querer, ser feliz y desgraciado pertenecen al sentimiento. No sólo inteligencia y voluntad, también, y en el mismo plano -de tú a tú- el sentimiento, al que Haecker considera como “el modo de ser del hombre más difícilmente accesible, justamente porque el sentimiento es tan íntimo y tan mudo a pesar de su riqueza. Es el modo del núcleo mismo del ser. El querer y el pensar tienen más distancia y en su actividad están, por regla general, dirigidos hacia fuera: siempre tienen un objeto. El sentimiento es, por decirlo así, el modo de ser primero y primario del ser total como espíritu. Se trata del ser mismo y del primer acorde del ser (pp. 84-85)”. Somos, no solo pensantes, sino también sintientes, amantes.

Haecker escribe en medio del horror de la segunda guerra mundial, una civilización se desmorona, ¿dónde está Dios Padre Todopoderoso? Con sencillez anota: “No temáis”. “Con estas palabras comienzan casi todos los mensajes de los ángeles de Dios a los hombres; actualmente adquieren especial importancia. “Un abismo llama a otro”; el abismo infernal del terror organizado abre en nosotros el celestial de la divina “intrepidez”. Vivimos en la noche de la fe, que, sin embargo, es nuestra única luz (p. 114)”.

Pienso, en concreto, en las turbulencias políticas, económicas, culturales de las realidades temporales y, también, en los vaivenes desconcertantes al interior de la Iglesia. Ante estas circunstancias de susto, nos sale del alma gritar: ¡Señor, sálvanos que perecemos! El “no temáis” cobra vigencia. San Juan Pablo II inició su pontificado con esas palabras. Fe, mucha fe, requerimos para permanecer de pie y andar con “intrepidez” divina a pesar de las oscuridades y obstáculos del camino. En esos tramos de la vida en los que la luz de Cristo tarda en aparecer, le tomo la palabra a Haecker para perseverar en esas noches de la fe diciendo: “creo, Señor, ¡pero ayuda a mi incredulidad!”.

Pasado el temor y temblor, inmediatamente la serenidad con este sencillo principio filosófico: “que las cosas tienen primero el sonido y después la disonancia, es el primer principio de mi filosofía, sostiene Haecker. Es decir: que el bien existe antes que el mal, la verdad antes que la mentira, lo bello antes que lo feo (p. 113)”. Me apunto.

Francisco Bobadilla

Francisco Bobadilla es profesor principal de la Universidad de Piura, donde dicta clases para el pre-grado y posgrado. Interesado en las Humanidades y en la dimensión ética de la conducta humana. Lector habitual, de cuyas lecturas se nutre en gran parte este blog. Es autor, entre otros, de los libros “Pasión por la Excelencia”, “Empresas con alma”, «Progreso económico y desarrollo humano», «El Código da Vinci: de la ficción a la realidad»; «La disponibilidad de los derechos de la personalidad». Abogado y Master en Derecho Civil por la PUCP, doctor en Derecho por la Universidad de Zaragoza; Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Piura. Sus temas: pensamiento político y social, ética y cultura, derechos de la persona.