21 marzo, 2025

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San José: Sonrisa perpetua

La distinción entre alegría y felicidad en tiempos difíciles

San José: Sonrisa perpetua

El prelado del Opus Dei, Don Fernando Cariz, ha publicado recientemente una carta en la página web de la Obra, abordando el tema de la alegría y su diferencia fundamental con la felicidad. En su estilo característicamente conciso, Don Fernando nos recuerda una distinción que a menudo olvidamos: la diferencia entre alegría y felicidad.

La alegría, según explica, es el efecto de la posesión y experiencia del bien. Dependiendo del tipo de bien, hay diversas intensidades y permanencias de la alegría. Cuando la alegría no es consecuencia de la experiencia puntual del bien, sino del conjunto de la propia existencia, se suele considerar felicidad. En todo caso, la alegría y la felicidad más profunda son aquellas que tienen su raíz en el amor.

Don Fernando distingue entre alegrías que proceden de bienes sensibles, como la alegría de los niños al recibir un helado, y alegrías de bienes profesionales, como el éxito en un trabajo o un aumento de sueldo. También menciona alegrías superiores, como las que tienen una raíz relacional, como un plan con un amigo o la primera palabra de un hijo.

Por otro lado, la felicidad es el sentimiento que se experimenta ante la posesión de un bien que abarca toda la vida. Es un bien definitivo en el doble sentido de definitorio y estable, que no pasa ni es transitorio. Este bien otorga a la vida una alegría de fondo definitiva y estable, lo que en la teología espiritual se denomina vocación o, en la ética, el bien último de la persona.

En contraste, los sentimientos negativos de dolor, sufrimiento y tristeza son la posesión de un mal. Existe una gradación de dolores según el mal del que proceda cada uno, desde dolores sensibles hasta dolores profesionales o relacionales. La tristeza, como opuesto a la felicidad, es producida por un mal que abarca toda la vida.

Don Fernando cita a Santo Tomás de Aquino, quien dice que la tristeza es un vicio causado por el desordenado amor de sí mismo, que a su vez es la raíz general de todos los vicios. La tristeza es la escoria del egoísmo, y el amor propio, la raíz de todos los bienes y alegrías, tiene su opuesto en la tristeza.

La conclusión fundamental es que el dolor y el sufrimiento son perfectamente compatibles con la felicidad. Son dos cosas distintas que muchas veces confundimos. Cuando algo malo ocurre, ya sea físico, profesional o familiar, es un mal particular y concreto, pero no tiene nada que ver con la infelicidad.

Para ilustrar esto, Don Fernando nos invita a mirar a San José, quien, a pesar de sus muchos sufrimientos, fue un hombre feliz. San José experimentó grandes dolores y sufrimientos, desde la noticia del embarazo de María hasta la huida a Egipto y la pérdida de Jesús durante tres días. Sin embargo, si le preguntáramos si fue feliz, diría que fue el hombre más feliz de la tierra porque fue el esposo de María y el custodio de Jesús.

En tiempos difíciles, como los que vivimos hoy en el mundo y en la Iglesia, es importante recordar que el dolor y el sufrimiento son compatibles con la felicidad. La felicidad es el sentimiento que uno experimenta ante un bien que abarca toda su vida, ante su vocación. Si una persona tiene conciencia de ser hijo de Dios, esposo de su mujer o de su marido, y padre de sus hijos, esto justifica, alienta y sostiene la existencia por encima de todos los dolores y sufrimientos.

La palabra clave es vocación, que es lo que Dios quiere para nosotros. La relación con Dios se alimenta de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La fe nos permite encontrar el sentido de la vida, la esperanza nos lleva a confiar absolutamente en Dios, y la caridad es la respiración de la vocación, la alegría de que Dios nos cuente con nosotros para colaborar en la redención.

En definitiva, la felicidad es perfectamente compatible con el dolor y el sufrimiento. La fortaleza, como virtud, nos permite resistir y mantener la serenidad y la paz, incluso en los momentos más difíciles. San José es un ejemplo de esta serenidad y fortaleza, apoyándose en María, quien vive la fe, la esperanza y la caridad de grado absoluto.

Incluso en tiempos difíciles, podemos encontrar la verdadera felicidad en nuestra vocación y en nuestra relación con Dios.

Luis Herrera Campo

Nací en Burgos, donde vivo. Soy sacerdote del Opus Dei.