El perfil del empresario desde la Doctrina Social de la Iglesia

Cuando el estilo es más importante que el método

La Doctrina Social de la Iglesia, es decir, la reflexión y la aportación del Magisterio en torno a la “Cuestión Social” constituye una rica fuente de conocimiento que, como el vino bueno, cuenta con la solera de años de experiencia y de vida. Son innumerables las citas que abordan la amplia temática que abarca al “hombre en sociedad” y, por ende, a la realidad empresarial.

En la era de la tecnología, el perfil se ha convertido en nuestra primera carta de presentación. Hablamos de perfil profesional, de nuestros perfiles en las redes sociales, del perfil de los candidatos que buscamos, … El perfil dibuja los rasgos fundamentales, incluso identitarios, que pretendemos destacar.

Pero ¿Cuál es el perfil de un empresario y del directivo desde la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia? Para los cristianos, este perfil adquiere una dimensión vocacional, porque implica la respuesta, como creyentes, a la llamada de Dios que nos invita a ser, desde nuestras tareas directivas, instrumentos de transformación social. Ya el papa Francisco subrayaba:

«La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo» (Evangelii gaudium 203)

Algunos aspectos que podrían configurar este perfil del empresario serían:

1.- El empresario ha de ser un experto en la consecución de beneficios y objetivos. Juan Pablo II exponía esta idea de forma magistral frente a los riesgos de una concepción reduccionista del beneficio:

«La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la empresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente. Sin embargo, los beneficios no son el único índice de las condiciones de la empresa. Es posible que los balances económicos sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible, esto no puede menos de tener reflejos negativos para el futuro, hasta para la eficiencia económica de la empresa» (Centesimus annus 35)

2.- El empresario ha de ser una persona capaz de garantizar la necesaria unidad de colaboración para desarrollar una dirección eficiente, que lo es en la medida en que hace valer la experiencia de sus colaboradores. Así lo propone Juan XXIII:

«Una concepción de la empresa que quiere salvaguardar la dignidad humana debe, sin duda alguna, garantizar la necesaria unidad de una dirección eficiente; pero de aquí no se sigue que pueda reducir a sus colaboradores diarios a la condición de meros ejecutores silenciosos, sin posibilidad alguna de hacer valer su experiencia, y enteramente pasivos en cuanto afecta a las decisiones que contratan y regulan su trabajo» (Mater et Magistra 92).


3.- El empresario ha de ser capaz de asumir la responsabilidad que le atañe como transformador de la sociedad. El 8 de junio de 1964, el papa Pablo VI se dirige a los miembros de la Unión Cristiana de Emprendedores y Directivos (U.C.I.D.) en estos términos: «Sois, junto a los maestros y los médicos, los principales transformadores de la sociedad».

4.- Capacidad de gestión con justicia. El empresario justo remunera de forma justa a los trabajadores. Para Juan Pablo II se trata de una cuestión ética:

«El problema-clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado. No existe en el contexto actual otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador-empresario que el constituido precisamente por la remuneración del trabajo» (Laborem exercens 19).

5.- Diligencia, laboriosidad y prudencia a la hora de asumir riesgos razonables. El riesgo forma parte de la vida de la empresa, y ese riesgo ha de ser gestionado desde las virtudes cristianas. Juan Pablo II refiere las virtudes que sustentan aquellas empresas que realmente son transformadoras de la realidad social y personal:

«En este proceso están comprometidas importantes virtudes, como son la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para el trabajo común de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna» (Centesimus annus 32).

6.- Artífice de solidaridad, dignidad y bien común. El empresario y directivo cristiano asume el reto de visibilizar la función social de la empresa. El papa Francisco establece una relación directa y vinculante entre la actividad económica y la función social en la empresa cuando subraya que «sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica» (Fratelli Tutti 168). Así, la opción por un mundo más fraterno, más respetuoso con la dignidad de las personas y más alineado con el bien común, no es un “plus” en la empresa, sino que forma parte de su ADN.

En definitiva, el empresario cristiano es consciente de que conseguir beneficios y objetivos no es incompatible con el desarrollo de principios éticos en la empresa. Esta convicción hace que la grandeza del empresario y del directivo cristiano esté escondida en un estilo más que en una metodología.

Dionisio Blasco España es Delegado Territorial en la Diócesis de Málaga y miembro del Comité Ejecutivo de Acción Social Empresarial