Reflexión de Mons. Enrique Díaz: La presentación del Niño en el templo
IV Domingo Ordinario

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este domingo 2 de febrero de 2025, titulado: “La presentación del Niño en el templo”
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Hebreos 2, 14-18: “Tenía que asemejarse en todo a sus hermanos”
Salmo 23: “El Señor es el rey de la gloria”
San Lucas 2, 22-40: “La presentación del Niño en el templo”
Nuestra felicitación y reconocimiento a toda la vida religiosa que con su donación y fidelidad dan ejemplo de los valores del Reino.
Es bonita esta fiesta de la Candelaria con la que nuestro pueblo cierra las fiestas de Navidad. No puede ser de otro modo: el niño deberá que ser presentado en el templo, como cualquier niño judío. Las fiestas y los “levantamientos” del Niño-Dios vienen acompañados de tamales, música y alegría. Pero quizás no hemos profundizado en esta celebración y nos quedamos en puro folklor y nada de contenido religioso. ¿Qué nos deja esta bella esta tradición de celebrar la Candelaria levantando al Niño y presentándolo a todos los concurrentes? Es como una nueva Epifanía, una nueva manifestación de Jesús. El Evangelio nos presenta la narración relacionada con esta bella costumbre. Cristo es llevado para cumplir el ritual que lo vincula más al pueblo judío, se rebaja hasta hacerse en todo igual a todos los hombres de su raza. Allí mismo brota en los gritos de dos ancianos el más bello de los mensajes: Cristo es luz y no puede encerrarse entre las cuatro paredes del templo de Israel. Es luz que alumbra a las naciones. Muchos salmos ya insinuaban este universalismo y se deshacían en alabanzas a un rey que llega. El grito de Simeón debe resonar en todos los pueblos: ha llegado al mundo el rey de la paz, el rey de todos los pueblos, el rey que abre las puertas del reino no solamente a los judíos, sino incluso a los pueblos paganos para quienes la luz ha brillado. Sin embargo estas palabras se entendían como una conquista, no como una participación. Qué difícil se le hace al pueblo judío, y después a la primitiva Iglesia, entender este sentido tan profundo de Jesús, luz de todos los pueblos. Qué difícil se nos hace ahora abrir nuestro corazón y nuestra mente a quienes son diferentes. Es cierto que decimos que estamos abiertos y que deseamos que con toda libertad vengan a adorar a Jesús todos los pueblos, todas las razas, todas las lenguas… pero también es cierto que siempre les exigimos que lo hagan a nuestro modo, con nuestras condiciones, que renuncien a sus costumbres, a su cultura y adopten las nuestras. Las fronteras y los muros cada día se fortalecen y hacen corazones duros frente al migrante, al diferente, al descartado. Y Jesús se presenta como la luz que ilumina todos los corazones.
La imagen de una luz que no se puede esconder, que no se puede encerrar, es muy sugerente y con frecuencia la utilizaba Jesús diciendo que Él era la luz y que cada uno de sus discípulos debía también ser luz que reflejara su salvación. Me temo que a veces nosotros nos hemos apropiado de esa luz y la hemos condicionado a nuestros egoísmos. Este día es una ocasión especial para ensanchar las fronteras y estar dispuestos a recibir como hermanos a todos los que vienen de lejos, a los que son diferentes, a los que creen en otras posibilidades… Jesús quiere iluminar el corazón de todos. Qué hermoso sería que hoy nuestro corazón se llenara con la presencia de Jesús para luego exclamar con Simeón que queremos que esa luz llegue a todos los pueblos, que estamos dispuestos a compartirla, que no queremos la exclusividad y que nos arriesgamos en la construcción del Reino, de un reino para todos los pueblos, todas las razas, todas las gentes.
Me gusta mucho imaginar esta escena. María y José llevando al niño Jesús como uno de tantos, desconocido e ignorado, a presentarlo en el templo, para ofrecer un par de tórtolas. Pero después viene la confesión de fe hecha por Simeón que afirma que la presencia de ese Niño le ha dado todo el sentido a su vida. Y nos enseña que no solamente le da sentido a su vida sino que ha sido puesto como luz de las naciones. Y este es el significado profundo de la Candelaria: manifestar a Cristo como luz de todos los pueblos. En muchos lugares la fiesta parecería más en honor de la Virgen María, como la Virgen de la Candelaria, pero María presenta a su Hijo como la verdadera luz, aunque ella también lo está descubriendo.
El anciano Simeón nos da este verdadero sentido: Jesús es el esperado de las naciones y se ha puesto como luz de todos los pueblos, pero como una luz que provocará contradicción. Hay quienes preferirían que no se encendiera esa luz para permanecer en las tinieblas y que no se pudieran descubrirán sus maldades. Mantenerse en la oscuridad y el ocultamiento. La luz descubre las intenciones y manifiesta la realidad del corazón. Para alcanzar la luz, María tendrá que pasar por el sufrimiento, le enseña Simeón. Es el único camino para acercarse a Jesús: sufrir con Él, en sus hermanos pequeños. Para que una vela dé luz, no tiene otro camino que deshacerse, desgastarse. Hay quienes quisieran ser luz sin sufrimiento. Que este día descubramos a Cristo como verdadera luz de nuestras vidas y que también nosotros nos comprometamos a ser luz en el servicio, en la entrega y en el amor. Sólo así podremos asumir al final de nuestros vidas la sentencia de Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar morir en paz a tu siervo”.
Padre bueno, que cumpliste los deseos de los dos ancianos, Simeón y Ana, concédenos contemplar a tu Salvador e iluminar con su luz nuestras vidas. Amén
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