Los relatos de ficción sobre una sociedad indeseable se han multiplicado en el cine en los últimos años. Películas como “Matrix”, “Los juegos del hambre”, “Gattaca”, “Hijos de los hombres” o “Elysium”, han decorado la imaginación de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, en las últimas décadas. En la literatura, novelas como “1984” (Orwell), “Un mundo feliz” (Huxley), “Fahrenheit 451” (Bradbury), “Fatherland” (Harris) o “Señor del mundo” (Benson) buscaban advertir, de un modo o de otro, que una sociedad puede vivir engañada por mucho tiempo, cayendo en perversas formas de alienación.
El papel social que desempeña la ficción sobre sociedades indeseables es importante. Por lo general, un relato distópico no pretende ser una previsión literal del futuro, sino una metáfora sobre los peligros de posibles manipulaciones colectivas. En su poder simbólico radica su poder real. Las narraciones distópicas tratan de comunicar cómo zonas oscuras de la condición humana, normalmente repugnantes, pueden introducirse de modo sutil, como criterio para la vida social o como principio de gobierno.
En cierto sentido, las distopías han surgido como una suerte de crítica y protesta al optimismo moderno-ilustrado que, hasta hace poco tiempo, dinamizaba tanto a las derechas como a las izquierdas en todo el mundo. Daniel Innerarity, en un reciente libro (La humanidad amenazada, Gedisa, Madrid 2023) agudamente anota: “Si la modernidad se afirmaba como un presente superior a su pasado, hoy nos encontramos con un estado de ánimo que da por sentado que el futuro será peor que nuestro presente.”
¿Cómo es posible que la “distopía”, que debería tener su lugar en los mundos puramente imaginarios, comience a advertirse como amenaza “tópica”, próxima y real?
El arte de la manipulación y el engaño social son las piezas claves para que esto suceda. Lo más interesante, es que este fino arte, en sociedades altamente polarizadas, suele ser practicado por los extremos más opuestos, generando una retroalimentación del todo indeseable, pero efectiva. Pensemos en una distopía de izquierda enfebrecida dibujándose en el horizonte. Aberrante, contradictoria, enemiga del sentido común. La reacción de la derecha radicalizada no se deja esperar, y ofrece, como contrapartida, una opción opuesta en sus contenidos, pero sumamente similar en sus métodos. El enemigo que se pretendía vencer termina reapareciendo disfrazado de solución.
Augusto Del Noce y sus discípulos, han calificado a este fenómeno como “subordinación en la oposición”: ten cuidado con lo que detestas porque terminas pareciéndote a ello. En el fondo, los enemigos altamente polarizados, resultan “hermanos mellizos”, es decir, personas y grupos inoculados por un virus común, que evolucionó con dos trayectorias que resultan, en el fondo, ser más similares que diferentes.
Sólo es posible salir de este atolladero histórico y cultural, alzando la mirada. Quien vive encerrado en la dialéctica derecha-izquierda, conservador-liberal, tradicionalista-progresista, no descubre el plano superior que permite advertir lo real como poliedro. Es en ese plano, que se pueden encontrar las auténticas vías para superar el arribo de las nuevas oligarquías autoritarias, aparentemente redentoras, pero igualmente opresoras.