Reflexión de Mons. Enrique Díaz: “Vasijas agrietadas”

II Domingo Ordinario

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Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este 19 de enero de 2025, titulado: “Vasijas agrietadas”

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Isaías 62, 1-5: “Como el esposo se alegra con la esposa”

Salmo 95: “Cantemos la grandeza del Señor”

I Corintios 12, 4-11: “Un solo y el mismo Espíritu distribuye sus dones según su voluntad”

San Juan 2, 1-11: “El primer signo de Jesús, en Caná de Galilea”

Con este domingo iniciamos prácticamente el tiempo ordinario. Han pasado las fiestas de Navidad que cerramos con la celebración del Bautismo de Jesús y regresamos a lo cotidiano, a los quehaceres de todos los días, a la brega del trabajo oculto y desconocido. Regresamos a casa. Sin embargo, este tiempo tiene muchísima importancia, es la base de toda la vida, es el sembrar calladamente, es poner un ladrillo sobre otro hasta que el edificio vaya creciendo, es buscar, orar, trabajar, construir. Ojalá que este tiempo ordinario no sea sinónimo de tiempo aburrido, de tiempo vacío y sin sentido. Las grandes obras se elaboran en la constancia, al llenar de sentido cada minuto, al amar en silencio, al escuchar, al participar, al recibir. San Juan nos ofrece un texto muy bello y lleno de sentido que puede ayudarnos a entender cómo se sigue a Jesús, cómo se participa con Él, cómo se le conoce y cómo se le ama. Las bodas de Caná encierran muchas enseñanzas y signos que nos ayudarán grandemente para nuestro caminar diario.


A Jesús le gusta comparar la vida con un banquete y San Juan inicia su evangelio presentándonos a Jesús, su madre y sus discípulos en una boda. Es un signo fundamental que explica en lo cotidiano la presencia del Reino en medio de la historia. Las fiestas de nuestros pueblos, esas fiestas sin etiquetas ni exclusivismos son la mejor imagen y señal de esa otra “fiesta” y “banquete” al que estamos llamados a participar todos. Ahí, en el anonimato aparente, como uno más del pueblo, participa Jesús con su madre y sus discípulos. Pero en lo mejor de la fiesta, se termina el vino y nadie parece darse cuenta. ¿Cómo es posible que lo indispensable de una convivencia termine antes que la fiesta? Y sin embargo sucede. Quizás San Juan nos esté diciendo que en el pueblo de Israel y en nuestro mundo falta lo más importante, lo descuidamos y no hacemos caso de ello. También en nuestros días, escasea el vino de la comprensión, del amor y de la ayuda mutua. Nos olvidamos que estamos llamados a participar en un banquete en compañía de todos y nos dejamos ilusionar por un sistema que nos obliga a la competencia feroz y a la lucha egoísta, privándonos de lo más importante que es el amor y la fraternidad entre todos.

María, la silenciosa y atenta María, es quien se da cuenta de lo que está faltando. Igual que muchas madres, nota que está fallando “algo”, ese “algo” que es lo más importante en la casa. María no puede quedar indiferente ante la situación de vergüenza y tristeza que se avecina y propone la solución. Primeramente, evidenciando la falta de vino delante de Jesús y después proponiendo a los servidores: “Hagan todo lo que Él les diga”. Es la solución a los verdaderos problemas: primeramente, darnos cuenta y ser conscientes de ellos y presentarlos delante de Dios, pero en segundo lugar buscar soluciones de acuerdo con lo que quiere Jesús. “Hacer lo que Jesús nos diga”, en toda su simplicidad se presenta el mensaje para el cristiano, para que la fiesta siga siendo alegre para todos, para que realmente podamos disfrutar el vino nuevo, esos nuevos tiempos y nueva realidad social que Jesús proclama. Y lo que Jesús dice no es lo que anuncia la sociedad. El mensaje de Jesús se basa en la fraternidad y anuncia una mesa a la que se pueden acercar todos, de la que pueden  alimentarse todos y todas. Muy diferente de la alegría que se busca en la propia satisfacción y que da la espalda a quien sufre a causa de la crisis y de la desesperación. Son muchas las familias que sufren por la extrema pobreza y están en una lucha continua por sobrevivir, ante el menosprecio de la sociedad por sus aspiraciones y recelos. Sus dificultades son insuperables para ellos, heredadas de las generaciones anteriores, con dramas y tragedias familiares que llenan de desesperanza. María no queda indiferente, el verdadero cristiano no puede tampoco quedar indiferente.

San Juan, atento a los símbolos, nos insiste en que son seis las vasijas: número imperfecto; que son pesadas pues están hechas de piedra; vacías, aunque tendrían una grande capacidad; destinadas a las purificaciones. A estas vasijas que han perdido el sentido, que se encuentran agrietadas, que dejan escapar la vida, pide Jesús las llenen de agua, pero no destinada a la purificación, sino destinada a transformarse en vida, en alegría, en convivencia, en la felicidad compartida de los nuevos esposos. Quizás podríamos ver también un simbolismo de nuestras familias actuales, donde se va perdiendo el verdadero sentido de la vida, de la comunidad y del compartir. Donde dejamos escapar el amor por nuestras vasijas agrietadas, donde se buscan más los egoísmos, donde falta el amor verdadero.

Actualmente la familia y el matrimonio son gravemente cuestionados y se abandona fácilmente el hogar con cualquier pretexto, dejando corazones vacíos, huecos enormes y frustraciones que se transforman en graves peligros para la sociedad, odios y divisiones.  La presencia de Jesús en Caná revaloriza en su esencia el matrimonio y da una importancia grande al verdadero amor.

Son muchos los símbolos que en este pasaje nos ofrece San Juan. Contemplemos este primer milagro de Jesús con asombro, dejándonos cuestionar en lo profundo de nuestra vida. Preguntémonos si a nosotros no se nos ha escapado la alegría y el sentido de la vida, si estamos perdiendo la capacidad de compartir, si damos la espalda a las necesidades. También nosotros necesitamos llenar nuestras vasijas agrietadas con el agua de nuestro esfuerzo y de nuestra fe, para que Jesús las transforme en vino de alegría, de vida y de generosidad.

Padre Dios, que has simbolizado tu amor a todos los hombres en el banquete del Reino, abre nuestros ojos, ilumina nuestra mente e inflama nuestro corazón, para que nuestras pobres obras, transformadas por la fuerza de Jesús, sean signos de amor, de alegría y hermandad para todos los hombres. Amén