Este padre de familia, que combinaba su trabajo en las minas con el ejercicio del periodismo, fue un valiente defensor de la dignidad humana y de los valores propugnados por la religión. Nació en Niederwenigern el 30 de septiembre de 1896. El noble oficio de minero que debió ejercer desde su juventud debido a la precaria situación económica de su familia, no le cerró las puertas a la cultura. Eso sí, el duro trabajo le permitió calibrar la casi total ausencia de respeto a los derechos de los obreros, acentuados en esa época dramática que le tocó vivir. Su voz comprometida, no politizada sino anclada en su fe católica, se alzaría sin temblor para defender las tropelías cometidas contra ellos en medio del Tercer Reich. Cuando accedió al periodismo, llevado por la inquietud que le producía lo que veía a su alrededor, su innegable talento propició su nombramiento como director del diario del Movimiento Católico de los Trabajadores (KAB), el Westdeutschen Arbeiterzeitung. Le precedía su trayectoria activista en pro de los derechos de los mineros como integrante del sindicato cristiano en el partido Zentrum. La pluma fue el instrumento esgrimido para oponerse frontalmente al nacional sindicalismo de la Alemania nazi por esta vía de vía de la no violencia. Para entonces residía en Colonia, ciudad acosada por Hitler. Las represalias contra Gross, hombre casado y padre de familia, llegaron con toda crudeza.
Su inquebrantable compromiso como católico que asumió la defensa de la verdad, la justicia, la paz y la solidaridad, atrajo la ira del partido, que tenía muy presentes sus posiciones expresadas de forma contundente: «Nosotros trabajadores católicos rechazamos con fuerza y con claridad el Nacionalsocialismo, no sólo por motivos políticos o económicos, sino decididamente también por nuestra postura religiosa y cultural». Otras figuras destacadas, como el jesuita P. Alfred Delp y el laico Emil Letterhaus, compartían con él similares posturas, y se ayudaron mutuamente; los tres iban a tener el mismo destino. Como brazo opositor del Gobierno, el periódico en el que trabajaba Gross fue clausurado en 1938. Pero él prosiguió anunciando a Cristo de forma clandestina.
Finalmente, el 12 de agosto de 1944 fue apresado, y el 15 de enero de 1945 condenado a la horca. Se hallaba recluido en la prisión de Berlín-Plötzensee y allí, como siempre, su confianza en la Divina Providencia seguía firme. Dispuesto a cumplir la voluntad de Dios sin doblegarse, oraba por sus seres queridos y por tantos otros que sufrían indeciblemente en la Guerra Mundial que sembraba el horror a su paso. El 23 de enero de 1945 se cumplió la terrible sentencia, y Gross entregó su vida después de haber perdonado a los verdugos. En la conmovedora carta que remitió a su esposa e hijos se puede constatar su grandeza de ánimo, su espíritu inquebrantable y la admirable fortaleza que lo sostuvo llevado por su indeclinable fe en Cristo. Fue beatificado el 7 de octubre de 2001 por el papa Juan Pablo II, quien dijo de él: «Con inteligencia comprendía que la ideología nacional-socialista era incompatible con la fe cristiana. Con valentía, tomó la pluma para escribir a favor de la dignidad humana y por esta convicción fue llevado al patíbulo, pero esto le abrió el cielo».