Cada año, en Navidad, colocamos un árbol de deseos frente a nuestra casa, un árbol sencillo y ecológico, adornado con guirnaldas y algunas luces. Los niños se encargan de decorar el árbol, colgando objetos hechos por ellos mismos, cada uno representando un deseo. Este árbol, el árbol de los deseos, se convierte en un símbolo de lo que anhelamos: paz, alegría y bienestar en nuestras vidas y en las de los demás.
Sin embargo, en la práctica, muchos de esos deseos no se cumplen o no alcanzan el estándar de felicidad que la sociedad nos impone durante estas festividades. Un estándar que nos dice que la felicidad consiste en estar rodeados de seres queridos, en una mesa llena de comida y en relaciones perfectas. Pero, ¿y si no todos estamos de ánimo para esa alegría impostada? O tal vez, ¿si la salud o la ausencia de algún ser querido nos hace sentir incompletos? En lugar de experimentar la felicidad esperada, muchos se enfrentan a la frustración y la ansiedad, preguntándose cómo es posible que una fiesta tan especial, que celebra el nacimiento de Jesús, cause tanto malestar.
En ese momento, me di cuenta de que quizás el enfoque de la Navidad está mal dirigido. Pensé en el pesebre, en los pastores que iban a adorar al Niño Jesús y traían presentes. Ellos no solo traían regalos, sino que, en su camino, realizaban un acto de agradecimiento. Y entonces me surgió una idea: ¿Y si en lugar de centrarnos en los deseos no cumplidos, nos enfocamos en el camino del agradecimiento?
El agradecimiento consiste en reconocer lo que tenemos y lo que somos, antes que lo que nos falta. Agradecer no solo nuestras bendiciones, sino también reconocer lo bueno que existe en los demás, incluso en aquellos a quienes consideramos nuestros enemigos. Al hacerlo, convertimos adversarios en amigos, y lo que es aún más importante, participamos en lo bueno que está en el otro. Este es el verdadero sentido de la Navidad: un tiempo para agradecer, no solo para desear.
Por eso, este año, en lugar de desear una Feliz Navidad, he decidido crear un árbol de agradecimientos. Y, como los pastores, iré recorriendo el camino del agradecimiento durante estos días. A lo largo de la Navidad, compartiré 12 agradecimientos, uno por cada día, que reflejan lo que tengo y lo que me ha enseñado la vida.
- Gracias por mi Parkinson, que me ha permitido descubrir la gente que me cuida y me hace ser más humilde.
- Gracias por estar un poco solo estas Navidades, porque me ha ayudado a acercarme a quienes realmente están solos y valorar más cada encuentro.
- Gracias por ser más viejo, lo que me ha permitido jubilarme y disfrutar de la luz del sol sin tener que trabajar.
- Gracias por la familia y los amigos que nos invitan a celebrar su alegría.
- Gracias por los sonidos de la fiesta, que nos recuerdan la vida y nos hacen disfrutar.
- Gracias por las madres de los soldados, por su dolor y por cómo lo convierten en humanidad.
- Gracias por las madres, que nunca nos faltan.
- Gracias por el turrón y el marisco que vamos a disfrutar estas fiestas.
- Gracias por los niños, que siguen preguntando sobre la paternidad de San José, mostrando su curiosidad y fe.
- Gracias por el ambiente navideño, que me invita a reflexionar sobre el proyecto de Dios para la humanidad.
- Gracias por Jesús, que confía en nosotros a pesar de nuestras fallas.
- Gracias por la dificultad de la vida, que me hace anhelar la plenitud de la eternidad en Dios.
Esta Navidad, cambiemos los deseos incumplidos por un agradecimiento sincero. No solo hacia lo que tenemos, sino hacia los demás y hacia los desafíos que nos han ayudado a crecer. En lugar de buscar la perfección que nos promete la sociedad, descubramos la belleza de lo imperfecto y lo que realmente importa: el amor, la fe y la gratitud.
Que esta Navidad sea una celebración del camino del agradecimiento, y que podamos compartirlo con los demás, transformando nuestras vidas y las de quienes nos rodean.