Encarnación: El Misterio de la Navidad

Las 3 E de la Navidad: Encarnación, Encanto y Escucha

Belén

Comenzamos una miniserie navideña titulada Las 3 E de la Navidad. En esta serie, vamos a dirigir tres miradas a la Navidad. En primer lugar, Encarnación, donde explicaremos el contenido de fe de esta fiesta. En segundo lugar, Encanto, donde estudiaremos la influencia de la modernidad y la postmodernidad en la Navidad. Finalmente, Escucha, donde formularemos algunas propuestas para recuperar la capacidad contemplativa.

La Encarnación: Un Relato Fundamental

Occidente nació de la conjunción del pensamiento griego, el orden romano y la religión judeocristiana. Sin el libro del Génesis y los Salmos, la Ilíada de Homero, la República de Platón, la Ética de Aristóteles, las Geórgicas de Virgilio o las Instituciones de Casiano, no podríamos entendernos. Sin embargo, el texto angular de nuestra civilización no es un ensayo ni una ley, sino el siguiente microrelato de 118 palabras y 536 caracteres en su traducción oficial al castellano:

«Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto ordenando que se empadronara todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria, y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada.»

El Dios que Actúa

La reflexión filosófica dedujo la necesidad de un primer motor inmóvil, pero no podía sospechar que el absoluto, a los atributos de omnisciencia y omnipotencia, sumase el de facticidad. El Dios de la revelación es un Dios que actúa, que entra en la historia, que se relaciona con los hombres. Por eso, la sabiduría con mayúscula, que es una participación en la lógica de Dios, tiene estructura narrativa. Las verdades más profundas se formulan en historias contingentes, y entre ellas sobresale el relato de la Navidad.

El Milagro de la Condición Humana

Cada nacimiento supone la aparición de alguien inédito. El recién nacido no es un ejemplar más de la especie Homo sapiens, sino un «quien» que antes no existía. Según la socióloga judía Hannah Arendt, nada hay tan revolucionario como la natalidad porque introduce en el mundo nuevas libertades. Ese es el milagro de la condición humana. Por eso, un nacimiento es una buena noticia y solemos felicitar a los padres. Sin embargo, ese carácter irrepetible de cada ser humano arroja sobre su alumbramiento una sombra de ambigüedad: el niño que hoy está en brazos de su madre mañana puede ser tanto un héroe como un villano.

La Vida de Jesús

Toda narración consta de planteamiento, nudo y desenlace. Es preciso esperar al final de una obra dramática para saber si se trata de una comedia o una tragedia. Por eso, en la Carta a los Hebreos se dice: «Acordaos de vuestros guías que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe.» Esto es lo que pretende Antonio María Sicari con su compendio de desenlaces felices titulado «Así mueren los santos». La Iglesia celebra a sus mejores hijos no en el aniversario de su nacimiento en la tierra, sino en el cielo.

La Luminosidad de un Alumbramiento

El alumbramiento desprende una luminosidad lunar; no brota de sí misma, sino que la recibe del despliegue de la entera existencia. ¿Cómo transcurrió la vida de este niño de Belén? En una apretada síntesis de acontecimientos podemos decir que creció en una familia pobre de una aldea llamada Nazaret, donde ejerció el oficio de carpintero hasta que, en torno a los 30 años, comenzó una vida itinerante de predicación, considerada blasfema por el poder instituido, que lo condenó a morir crucificado.

La Presencia del Dios Vivo

Algunos historiadores romanos y judíos de principios del siglo II, como Plinio el Joven, Tácito, Suetonio y Flavio Josefo, se hacen eco de todo esto. Pero si no nos detenemos en la superficie de los hechos externos y consideramos con atención lo que el círculo de sus conocidos nos ha transmitido de Jesús a través de la liturgia, la literatura, la pintura, la arquitectura, la música, el testimonio de sus vidas y de un puñado de escritos denominado Nuevo Testamento, descubrimos una personalidad sorprendente.


El nuevo rabí de Nazaret se sitúa por encima de las instituciones sagradas de Israel. «Habéis oído que se dijo a los antiguos, pero yo os digo: Aquí está el que es mayor que el templo. El Hijo del Hombre es señor del sábado.» Al contrario de los fariseos, sus palabras poseen viveza, esclarecen el sentido, tocan el corazón. Se manifiesta con una radicalidad escandalosa: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El que pierde su vida por mí, ese se salvará. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.»

Un Hombre Sorprendente

Posee un porte y una presencia capaces de imponerse a una turba de nazarenos escandalizados de su hasta entonces carpintero, o a una multitud de hombres recios que ganan lo imprescindible comerciando en la explanada del templo. Del interior de su ser brota un poder que manda a la enfermedad, a la muerte, al mar y a los elementos, y le obedecen. Atrae los corazones limpios de los niños y los sencillos. Allí por donde pasa, deja un hálito de vida. ¿Cómo llamarlo? En este hombre se percibe la presencia del Dios vivo.

Al inicio de su vida pública, Jesús eligió un grupo de discípulos que le acompañaban a todas partes. Después de un tiempo, quiso testar su aprovechamiento y les sometió a un breve examen de dos preguntas: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» Para todos resultaba evidente que se trataba de alguien especial, pero intentaban explicarlo a partir de categorías conocidas como maestro o profeta. Respuestas muy parecidas a las que escucharías de la gente que ahora mismo pasea por la calle. Pero a Jesús le interesa sobre todo la segunda pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Y Pedro, en representación de los doce, responde: «Tú eres el Hijo de Dios vivo.»

Esta confesión está compuesta de dos experiencias: la percepción de la singularidad de Jesús y el reconocimiento de su identidad divina. La Navidad, por tanto, no es solo un acontecimiento histórico, sino un misterio que continúa resonando en nuestras vidas. A través de la Encarnación, Dios se hace presente en nuestra historia, mostrándonos su amor y su cercanía. En el próximo capítulo de esta serie, exploraremos el Encanto de la Navidad y su transformación a lo largo de la modernidad y la postmodernidad.


Con esta primera entrega sobre la Encarnación, esperamos haberte brindado una visión más profunda del significado de la Navidad y su relevancia en nuestra fe. Mantente atento a nuestras próximas publicaciones donde continuaremos desentrañando las 3 E de la Navidad. ¡Felices fiestas!