El Príncipe de la Paz: sin Él es imposible

Sin Cristo, la paz es imposible: la verdadera paz en la Tierra Santa

Las lecturas nos hablan, a través del Profeta Miqueas de Belén de Efratá. Terminaba así: Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz. En torno a la paz en Tierra Santa se puede escribir mucho. Solamente diré tres cosas. La primera que debemos rezar porque venga esa paz pronto. Pero el Profeta nos habla de una paz venidera, no sólo del nacimiento del Señor, sino de la que vendrá cuando reine realmente. Viviremos un periodo largo de paz verdadera, no como la pretenden los gobernantes de ahora y de siempre, después de seis mil años de luchar por ese pedazo de tierra, que todos creen ser suyo, aquella tierra que «manaba leche y miel», sino una paz con un solo rebaño, y un solo pastor. Si no aceptan a Cristo, esa paz será imposible. Y, en tercer lugar, que todos los que salen a la calle pidiendo la paz por Palestina, tiene una forma más eficaz que gritar. Pueden vivir en paz con sus padres, con sus maridos o esposas, con sus vecinos, volver a hablarse con sus hermanos. Porque suele ocurrir que queremos la paz para los más alejados, pero impedimos la paz para los que viven en casa.

De la misma manera, la disposición para transmitir a aquellos que no tienen Fe, el Amor que recibimos de Dios, de la misma manera que la Virgen Santísima salió corriendo para ayudar a su prima Isabel, sin dejarse llevar por los miedos, los peligros de asaltantes o de las fieras que hay por el camino, de lo que dirían al volver, porque vendría embarazada de varios meses. No se lo piensa, simplemente, se lanza a ayudar a su prima. En estos días de comidas festivas, de celebración, de villancicos, quizás te toca ayudar al que tienes cerca en lo sencillo. En levantarte de la mesa para servir a los demás. En olvidarte de ti para preocuparte de cómo puedes hacer feliz al otro (clave de la felicidad: pensar en los demás; por eso los egoístas están amargados). Días de trabajo sencillo pero constante. Sí, tú, que crees que para ti no va, desde ahora, ponte las pilas. Y si no tienes que andar cien kilómetros para ayudar a otro, como la Madre de mi Señor, al menos, da los pasos necesarios para que no siempre se levanten los mismos a la mesa, como suele pasar.


El tercer punto es la acción de gracias. María llega a casa de Isabel y canta agradecida: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Tenemos que dar tantas gracias a Dios cada día de tantas cosas. Hoy quisiera, especialmente a todos los que habéis perdido este año a vuestro padre o a vuestra madre, que viváis estos días pensando más en los que están que en los que no están. Que los que estén con Dios, vivirán la Navidad mucho mejor, mucho más real, mucho más cercana y mucho más feliz. Es el momento de dar lo mejor de nosotros a los que quedan. Algunas personas dicen: «Me gustaría cerrar los ojos hoy y abrirlos el 7 de enero». Eso no es la actitud cristiana. El Señor nos pide valorar lo que tenemos, agradecerlo y, en la medida de nuestras posibilidades servir, en estos días, y todo el años, a aquellas personas que están a nuestro alrededor. Cuando seas capaz de darte aquí y ahora, en tu casa, un día detrás de otros, te será fácil y coherente, darte a los que no conoces, luchar por los derechos de todos y, lo más importante, transmitir la Fe con tu vida.

El Niño Jesús conceda Esperanza a todos aquellos que no creen en Él, a todos los que no le conocen y, si puede ser, a través de ti, mucho mejor. ¡FELIZ NAVIDAD!