La celebración de la fiesta y memoria de San Juan de la Cruz (SJC), el 14 de diciembre, es muy adecuada para ir adentrándonos en el Acontecimiento de la Navidad. SJC es uno de los santos y místicos más relevantes de la historia de la fe, Doctor de la iglesia, maestro espiritual, una de las cumbres de la literatura y de la poesía junto a su compañera, Santa Teresa de Jesús. Ciertamente pues la vida y obra de SJC, que son inseparables, nos viene muy bien para irnos adentrando en la experiencia del Misterio de La Navidad que es la realidad fundante, junto a la Pascua, de la fe. Él supo comprender y vivir profundamente la entraña de esta fe, como se nos manifiesta en dicho acontecimiento de La Navidad. Como nos presenta en su Romance de Nacimiento, “era llegado el tiempo en que de nacer había, así como desposado que en sus brazos la traía, al cual la graciosa Madre en su pesebre ponía…Dios en el pesebre allí lloraba y gemía, que eran joyas que la esposa al desposorio traía, y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía”.
SJC nos transmite así el sentido profundo de la Navidad y de la fe, como es la Encarnación de Dios en Jesús, que con su amor misericordioso asume solidariamente todo el sufrimiento, el mal e injusticia que padece la humanidad; para salvarnos liberadora e integralmente por este amor compasivo e inseparable de la justicia, que nos regala la auténtica alegría y felicidad. Este cristocentrismo es rotundo en SJC, cundo expresa que “una vez que Dios había pronunciado su palabra en su Hijo, ya no tenía más que decir. Pon los ojos sólo en Él, porque en Él lo tengo todo dicho y revelado. Él es toda mi Palabra y respuesta” (Subida al Monte Carmelo II, 22,5).
Dios en Cristo se ha encarnado en solidaridad fraterna con toda la humanidad, acogiendo con misericordia este dolor, maldad e injusticia que padece. Y, de esta forma, traernos el sentido de la vida, una vida alegre y feliz en este amor solidario que nos libera de toda maldad, del pecado e injusticia. En la Encarnación de Cristo, Dios se hace pequeño, humilde y pobre en fraternidad liberadora con los pobres de la tierra, en solidaridad y justicia con las víctimas de la historia u oprimidos del mundo. Otro testimonio de santidad y espiritualidad, San Carlos de Foucauld que vivió toda esta mística de la Navidad y Nazaret, nos lo comunicó de manera similar: “no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico; yo no puedo”
Dios se encarna y nace en las periferias del mundo, en los márgenes y reverso de la historia. Como afirma SJC, “del Verbo divino la Virgen preñada viene de camino. ¡Si le dais posada!” (Letrilla, 13 Navideña). Tal como nos narra el Evangelio, “le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc 2,7). De esta forma, el niño-Dios pobre nos trae la salvación con este amor fraterno y solidario, nos dona la justicia y liberación integral del mal, pecado y egoísmo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia. Así lo muestra SJC: “para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada; para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada…” (Monte de perfección 5). Lo primero y esencia de todo es el Don (Gracia) del amor de Dios, como se nos muestra en Navidad que, siguiendo a Cristo humilde y pobre en su Espíritu, nos lleva a la pobreza fraterna, solidaria y liberadora de los falsos dioses del poseer, del tener e idolatrías de la riqueza-ser rico y del poder. Como afirma bellamente SJC, “en la interior bodega de mi Amado bebí… y el ganado que antes seguía perdí…Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio…” (Cántico Espiritual 17, 19)
Por todo ello, como nos revela el Dios encarnado en el niño pobre y en la familia empobrecida de Nazaret, este Don (Gracia) de su amor, que se realiza en esta fraternidad y pobreza solidaria, nos va liberando de toda esclavitud, de la opresión e injusticia, nos hace libres y liberadores. Frente a todo poder y dominación que cause el mal, la injusticia, la desigualdad y exclusión. Tal como muestra SJC, “buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras” (Cántico espiritual 15). En Navidad, se nos presenta así el verdadero rostro e imagen de Dios que se ha encarnado y manifestado en Jesús. Es el Dios de la misericordia compasiva, del amor fraterno y de la justicia con los pobres de la tierra, para liberarnos del mal, de la injusticia e idolatría del poder y de la riqueza-ser rico que oprimen a los hambrientos, a los pobres y marginados. Se trata de no se caer en la soberbia para que no se produzca la humillación, que no nos convirtamos en poderosos ni en ricos (enriquecidos) para que no se generen pobres (empobrecidos) y oprimidos. Tal nos revela todo ello la madre del niño-Dios Jesús que va a nacer, María de Nazaret en el Magníficat (Lc 1, 46-55).
Y, en esta dirección, irnos aproximando a la belleza de Dios que con su Gracia nos salva y libera, a la gloria, esplendor y amor de Dios como se refleja en la naturaleza, en la creación, en todo el universo. Dios en Cristo se ha encarnado y asumido en solidaridad todo el cosmos e historia, para traernos la liberación fraterna e integral (cf. Rm 8, 22-39). Como nos muestra SJC, “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura…Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos… la noche sosegada” (Cántico Espiritual 25, 65).
Hay noche oscura sí, más es noche confiada y serena, la vida de espiritualidad y de fe, cultivando esa profundidad e interioridad mística con la amistad y “atención amorosa” de Dios en Cristo. Por todo ello, con sentido liberador, asumiendo e integrando así la vulnerabilidad, las heridas y el mal, transformando lo negativo en bien, alegría y caridad (amor fraterno) que conforma esta fe en la esperanza. Realmente, como transmite La Navidad, es la Nochebuena que inicia ya la Noche de Pascua, donde con SJC podemos exclamar: “En una noche oscura, con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. A oscuras y segura, por la secreta escala, disfrazada, ¡oh dichosa ventura! a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con Amada. Amada en el Amado transformada!” (Noche oscura 1-5). De ahí que podamos alabar y aclamar, junto a los ángeles (Lc 2, 14), “Noche de paz”, de amor, de justicia y salvación liberadora que nos trae el niño-Dios Jesús.
Es la experiencia espiritual y mística cósmica, con una ecología integral, de comunión amorosa con Dios, con la humanidad y con toda la creación que culmina en la vida plena-eterna, en la tierra nueva y en los cielos nuevos (Ap 21). La vivencia espiritual y mística de SJC: “quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado” (Noche oscura 40). Esta sabiduría espiritual que se realiza en dicha comunión mística con Dios y con todo ser, con el cosmos entero, culmina en la cruz de Cristo-crucificado, la ciencia de cruz como escribió otra santa y mártir carmelita, E. Stein. Esa “ciencia sabrosa” del Dios del amor y de la vida, de los pequeños, humildes y pobres, de esa plenitud de la entrega y de fraternidad liberadora con los otros, como ya se nos indica en el evento de La Navidad.