Pensar, repensar, sopesar, actuar

Una reflexión sobre la dignidad humana, la responsabilidad y la sostenibilidad en ‘Elogio del pensar’ de Ricardo Piñero Moral

Levantarse cada mañana y ponerle un propósito al día es transitar por la vida con un rumbo: un origen, un destino, una tarea. El libro de Ricardo Piñero Moral, Elogio del pensar. Una cuestión de principios (Palabra, 2023) es una alentadora lectura para esclarecer los principios que ayudan a comprender mejor las diversas dimensiones de la condición humana. La dignidad de la persona es la piedra angular sobre la que se edifica la vida buena en sociedad. Todos y cada uno estamos conectados en un tejido social en el que se entrelazan las diversas biografías. Nos va bien estar en compañía, habitando juntos, de tal manera de nuestro entorno se convierta en hogar, casa común: “ser cuidados y cuidar, estar pendientes de las necesidades de los que nos rodean, sentir la presencia y el cariño de los nuestros” (p. 44). Aspiraciones propias de nuestra índole relacional. Una casa común hecha, tantas veces a trompicones, mejorada en pequeñas dosis, no exenta de retrocesos ni de sustos.

Queremos el bien de nuestros semejantes y adoptamos una actitud de benevolencia hacia el prójimo. Mas, vivir en sociedad lleva a dar un paso más: la beneficencia. Es decir, ya no solo de querer el bien del otro, si no disponernos, también, a hacer el bien a quienes tenemos cerca y lejos, buscando para ellos el progreso, desplegado en pequeños y reales progresos, al alcance del día a día. El bien del prójimo no nos es ajeno. De ahí que nos recuerde el autor que “o buscamos un desarrollo para todos los hombres o eso no será desarrollo. O buscamos un desarrollo para todo el hombre o eso no será desarrollo. Eso que llamamos desarrollo solo puede serlo si es integral cuantitativa y cualitativamente”. San Pablo VI, en su encíclica Populorum progressio (1967), se refirió en esos mismos términos al hablar del progreso.


El progreso nos lleva de la mano a otro concepto  el de sostenibilidad, por el que todo emprendimiento ha de procurar perdurar en el tiempo, dialogando sanamente con el medio ambiente y con todos los stakeholders involucrados. La propuesta de Piñero me resulta retadora y salta las barreras de ciertas propuestas que comprenden la sostenibilidad sólo en términos de ecosistemas operativos. Piñero, más bien, se decanta por una filosofía de la sostenibilidad que albergue una filosofía de la responsabilidad, pues “la responsabilidad no es un abstracto, requiere un sujeto, un tú y un yo que ejerce un acto y asume libre y voluntariamente que eso que hace lo hace por un motivo, y si el motivo es muy bueno, mejor (…). No hay nada más concreto que estar vivo y querer seguir estándolo” (p. 83). Responsabilidad personal y sostenibilidad sistémica van de la mano.

Agrega Piñero un principio más para la vida buena, la perfectibilidad, es decir tratar de desplegar la mejor versión de uno mismo en salida hacia el bien común. Las precisiones del autor son esclarecedoras. Sostiene que “el bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible que cada uno de nosotros pueda lograr de una manera plena la propia perfección. El bien común no va de tener, va de ser (…). El bien común va de lograr que seamos quienes estamos llamados a ser” (p. 95). Todos estamos llamados a aportar a esta vida en común que tanto nos ha dado, somos deudores desde el inicio de la vida y hemos de continuar esta cadena de vida aportando nuestros talentos para generar mejores condiciones para el florecimiento de las personas.

El cuadro que ilustra la carátula del libro habla por sí mismo. Es San Juan Bautista en meditación de El Bosco (h. 1489). Los motivos inquietantes del cuadro contrastan fuertemente con el pequeño cordero agazapado en un saliente del terreno: inocencia y vulnerabilidad capaz de cambiar el mundo.