La muerte como final natural de la vida

La muerte como parte natural de la vida y su impacto en la medicina y la sociedad

No sabemos con certeza cuándo será nuestro último día, como tampoco fuimos conscientes del primer día que comenzamos a vivir. Pero sabemos que habrá un último día, una última tarde, una última noche. Por eso, el que vive sabiendo que hay un final vive con intensidad el ahora.

Desde que nacemos caminamos hacia la muerte. Aceptarla como etapa natural de la vida nos ayudará a no abandonar al enfermo cuando se esté muriendo. Es verdad que no es lo mismo estar frente a la propia muerte que estar frente a la de los demás.

La preocupación por la muerte ha nacido con la humanidad, aunque la forma de abordarla ha evolucionado a lo largo del tiempo. Sistemáticamente ocultamos la muerte real y la consideramos como algo indeseable que debe ser escondida, sobre todo a los niños. Si actualmente preguntamos a un niño ¿qué es la muerte? con toda seguridad nos la describirá como la ha presenciado en las películas o en la televisión como muertes trágicas. Por ello, crecerá dando la espalda a la muerte, no queriendo hablar de ella. Y lo que es peor, no sabiendo cómo acompañar a quien se muera.

Durante muchos siglos los hombres morían de una manera bastante similar, sin grandes cambios, hasta hace cuatro o cinco décadas que, de repente, comenzó a cambiar de forma radical. Antes, era una muerte conocida, serena y familiar. Incluso el moribundo se despedía dando los últimos mensajes a sus seres queridos. Algunos hemos tenido la suerte de haber presenciado una muerte así. Sin embrago, ahora, es una muerte prohibida, inaceptable y sucia.

Hoy en día los hospitales están diseñados para dar respuesta a enfermos curables por lo que disponen de equipos tecnológicos sofisticados y profesionales altamente cualificado para ello. Sin tener en cuenta que el enfermo en fase terminal es un enfermo distinto que tiene necesidades distintas y que, por tanto, requiere que realicemos actividades distintasTambién es una forma de no considerar la muerte como una etapa natural de la vida. Es necesario que incorporemos la muerte a la vida y dejar de considerar la Medicina como algo que consiste en evitar que la gente se muera.


Pero ¿qué piensa la sociedad de la muerte? La sociedad actual niega la muerte, no la quiere aceptar, no la quiere contemplar y, si puede, la quiere olvidar. Tal vez sea que no nos queramos “contagiar” con la muerte de los demás. O no queremos recordar lo que tarde o temprano nos llegará a cada uno de nosotros. La sociedad vive de espaldas a la muerte, la juzga como un fracaso y procura postergarla cada vez más, asumiendo como un triunfo la cultura de los trasplantes y la sustitución de tejidos y órganos por nuevos tejidos o prótesis artificiales. Incluso llega a creer que la tecnología puede solucionar todos sus problemas de salud y, cuando se habla de demorar o evitar la muerte, ya no le parece una utopía más o menos absurda o inalcanzable. Todos estos avances han generado en la sociedad una especie de delirio de inmortalidad, otorgando al médico una sabiduría, omnipotencia y omnisciencia que, lógicamente, no posee.

El miedo a la muerte es una de las emociones más enraizadas en la psique humana. El ser humano tiene miedo a la muerte por el temor de que el paso de la vida a la muerte sea doloroso, molesto, angustiante y de gran soledad. Por el paso a lo desconocido. Por la pérdida de los valores conseguidos durante la vida: familiares, amigos, bienes materiales, éxito, fama y riqueza. Es entonces cuando comenzamos a ser conscientes de que venimos sin nada y nos vamos sin nada.

Y si nos preguntamos cómo afrontamos los médicos la muerte, podríamos afirmar en primer lugar que la muerte engloba toda nuestra actitud de médico hacia el enfermo. Que es un problema diario y acuciante, al mismo tiempo que un planteamiento filosófico profundo, quizás el más importante para el hombre. Pero, sin duda alguna, para el médico es muy difícil mantener una actitud madura y serena frente a la muerte. Sentimos angustia ante la propia muerte. Porque la muerte del enfermo que atendemos nos recuerda, por resonancia, nuestra propia muerte. Y por ello, en ocasiones, arremetemos contra ella con nuestro pensamiento de inmortalidad tratando de reanimar al enfermo en fase terminal cuya historia natural sería la muerte. La confrontación ante la muerte del enfermo nos obliga a afrontar la realidad, tantas veces negada. La previsible y cercana muerte del enfermo nos enfrenta a nuestro personal destino, recordándonos nuestra caducidad. Pero los médicos somos casi los únicos, en nuestra comunidad, a quienes se nos atribuyen la inmortalidad, la omnipotencia y la falta de sentimiento, aunque la verdad sea muy distinta. Tal vez tengamos más miedo a la muerte que los enfermos.

¿Una derrota personal?

Por otro lado, cuando un enfermo se nos muere tenemos sensación de fracaso profesional. En la Universidad se nos enseña a salvar vidas, de esta manera, la muerte de nuestro enfermo la vamos a interpretar como un fracaso profesional. El médico asume el papel omnipotente que le solicita la sociedad al dejar en sus manos la vida de los enfermos. Y cuando su enfermo se muere, supone simultáneamente el fracaso más absoluto de su función médica y el derrumbamiento completo de su ego personal. Cuando disminuye la esperanza de evitar al enfermo una muerte segura, suele disminuir también el interés por el enfermo. A la sensación de fracaso del médico le sigue la de frustración, que le va a lesionar su autoestima y orgullo, no sólo a nivel social y profesional, sino también a un nivel más individual e íntimo. Para los médicos la muerte es una derrota personal más que algo inevitable a la cual ellos, como sus pacientes, deben someterse. Mientras se considere la muerte como un fracaso será difícil hablar de ella ya que a nadie le gusta hablar de sus fracasos.

El profesional sanitario deberá asumir que la muerte es algo natural, que es una etapa de la vida a la que todos vamos a llegar tarde o temprano. Solo, cuando seamos capaces de aceptarla como algo natural y, antes o después, inevitable, nos dedicaremos a cuidar a nuestros enfermos hasta el final y sin sensación de fracaso. La ansiedad ante la muerte y todo lo que la rodea influye en la relación terapéutica entre el profesional sanitario y el paciente o su familia.

Es verdad que no sabemos con certeza cuándo será nuestro último día, como tampoco fuimos conscientes del primer día que comenzamos a vivir. Pero sabemos que habrá un último día, una última tarde, una última noche. Por eso, el que vive sabiendo que hay un final vive con intensidad el ahora.

Dr. Jacinto Bátiz Cantera – Director del Instituto Para Cuidar Mejor – Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya) – [email protected]