No me gusta la Navidad

El verdadero significado de la Navidad: sufrimiento, restauración y el amor divino en el Adviento

Pexels . Vika Glitter

Disculpen el título del escrito de este mes. No es una opinión personal. Recoge la expresión de unos alumnos de tercero de secundaria, de un colegio católico. Así se manifestaban a su tutor estos días previos a las vacaciones de Navidad. Decían que deseaban estar ya en el día siete de enero, de vuelta a la normalidad, pasadas las fiestas. Ni las vacaciones de invierno, ni los regalos podían compensar el “mal rollo” que se generaba en sus familias estos días. Muchos padecen el divorcio de los padres y bastantes más sufren las desavenencias familiares, que en Navidad se multiplican en intensidad.

Estadísticamente, los suicidios aumentan alrededor de estas celebraciones incluida la del año nuevo. Son muchas las personas que temen la Navidad.

Y no es que debamos hacer un esfuerzo por destruirla. La palabra Navidad casi ha desaparecido de las felicitaciones. Se cambia por la palabra “fiestas”.  Tanto es así que en vez de “el día de Navidad”, en la nomenclatura de las festividades, se usa ya “el día de Papá Noel”

Creo que más que acabarla de suprimir, se trata de recuperarla, tanto para los cristianos como para la humanidad entera.

En las iglesias tenemos imágenes que con el paso del tiempo se han deteriorado. Ante ello podemos optar por tres soluciones. La primera es arrinconarla en el trastero, Nunca desaparece del todo, siempre está ahí recordando su pasado. Es más, a veces tenemos nostalgia y le echamos una mirada. La imagen en el trastero nos recuerda que un día formaba parte de la vida del templo. Podemos decir que yace en el país de los muertos. Aunque está mal enterrada, puesto que recordamos de vez en cuando que está en el trastero. Esta solución se asemeja a los que les duele la celebración de la Navidad y optan por arrinconarla. Los más pudientes viajan a países de fuera de la órbita cristiana donde no se escuche la palabra Navidad. Aunque con la globalización es difícil de conseguir. Otros se quedan, pero actúan como si la Navidad no fuera con ellos. Gastan una energía enorme en silenciar músicas y no responder a las tentativas de felicitarlos.  Los dolientes ante una muerte dura y difícil, los descartados por amor, o por rencor, los infelices… todos ellos viven la Navidad como un enemigo a combatir, o bien ignorando lo que ven y oyen a su alrededor, o bien con otras conductas gastronómicas o culturales donde se muestra que ellos no celebran la Navidad. La segunda solución, pasa por restaurar la imagen. Para que parezca nueva, como antes, se repinta, con más o menos arte; cualquier aficionado tapa los defectos y la pintura original. A veces el resultado final es bueno, incluso se parece al inicial. Este resultado suele destacar más que el original, ser más vistoso, pero se nota artificial.  Recuerda al primero, pero ha perdido en belleza, autenticidad y no despierta ese asombro que el artista que la fabricó quería conseguir. Esta segunda solución de maquillar los defectos tapando incluso la imagen original, se parece a los intentos de los pastores de restaurar la Navidad con música y conciertos en las iglesias, o en las familias obligando a las comidas familiares, convirtiendo la Navidad en una yincana gastronómica. El pasado próximo es el criterio de restauración. En el caso de las imágenes que un día fueron vestidas con velos y mantos, se le hace ropa nueva. Aunque eso comporte tapar la talla original que no necesitaba ropajes. Es un restauracionismo del pasado reciente.

Finalmente, la solución mejor sería volver la imagen a su esplendor original.  No a todos les parece bien. A veces lo añadido a la imagen a lo largo de los siglos tiene el valor de la tradición. Es más, el ropaje se confunde con la imagen. Eso supondría dejar a un lado tantos recuerdos, promesas, emociones… En la memoria colectiva está la imagen vestida. Qué horror quitarle los vestidos y reducir su tamaño a la cuarta parte.  Perdería mucha popularidad. Afortunadamente, para los amantes de la segunda solución, esta otra, la tercera, la de volver al original, es una solución muy cara. Requiere profesionales y expertos que limpien la imagen de añadidos, que limpien lo dañado, desechen lo que no corresponde a la imagen y sanen lo que quede sano, dejando al descubierto la obra original, reforzada y recuperando en gran manera aspectos desconocidos para los devotos actuales. Recuerdo que cuando hice restaurar la capilla del Santísimo, más de uno observaba los ángeles pintados en el techo, maravillándose de la nueva decoración tan bella y artística. A lo que yo tenía que responder que no había sido pintada, sino restaurada, puesto que ya estaba des del inicio. El paso del tiempo y del humo de las velas había tapado totalmente la pintura.


Cuál es el original de la Navidad y cuales los ropajes que tapan la imagen.

El origen de la fiesta instaurada tarde, hacia el siglo IV, nace del deseo de la iglesia de cristianizar las fiestas paganas. Nos encontramos con las saturnales, fiestas familiares de luces y comidas. El imperio romano se va cristianizando, pero persisten los ritos antiguos. La celebración del nacimiento de la luz, en el día que la noche empieza a decrecer, celebremos el nacimiento de la Luz que es Cristo. Imaginemos que este envoltorio pagano no hubiera estado. Imaginemos celebrar la Navidad por primavera, época posible del nacimiento de Jesús según los estudiosos.

“¿Qué Navidad es la que no os gusta?» preguntó el profesor a sus alumnos. “¿Qué Navidad es la que rechazan los que sufren? ¿Por qué aquél que se hace ternura para nacer en la frialdad de la noche, se encuentra con el rechazo de su luz?” La pobreza de la soledad, la pobreza del abandono, la pobreza de la enfermedad, se ven aumentadas ante el raudal de “alegría ruidosa y obligada” que parece traer la Navidad. La nostalgia, el recuerdo, las comparaciones, las prisas, los ruidos, hacen de barrera entre el amor divino de la cueva de Belén y el corazón helado del que sufre por ser Navidad.

El paciente restaurador tiene en mente la imagen original tapada por los adornos añadidos. Algunos adornos los conserva por su importancia y enriquecimiento de la imagen. Pensemos en la representación del Nacimiento en Grezio. Como el santo de Asís que nos trae al Dios más humano, rodeado de las criaturas que cantan Verbo encarnado. Obvio las composiciones verdaderamente artísticas, empezando por la liturgia y acabando por la música, son añadidos que decoran y no tapan la imagen. Y tantísimas acciones que hacen de la Navidad un motivo para rescatar el mundo de la frialdad del egoísmo.

Pero si no gusta la Navidad, si molesta u ofende, dudo mucho que sea por el Amor en mayúsculas concretado en el nacimiento del Mesías. Abandonar la Navidad por la necedad humana es justo lo contrario que hace Jesús que no nos abandona en nuestros desvaríos, sino que, a pesar de los desprecios humanos, Él quiere nacer, nace en el margen del mundo para llegar al centro del corazón.

La Navidad que no me gusta se convierte en la pauta para renovarla, empezando por mí. El Adviento que iniciamos es la ocasión para renovar.

El año pasado, ante la austeridad de decoración de la vivienda, unos amigos que entraron en casa me preguntaron si no celebraba la Navidad. Les contesté “yo celebro la Navidad cristiana”.