La vida como vocación y encuentro

Un viaje hacia el autoconocimiento y el crecimiento personal

Vida
Pexels . Creative Vix

La inteligencia, la mirada y, el resto de los sentidos, suelen estar orientados hacia afuera, hacia la realidad que nos rodea, entre muchas razones, para conocer y descubrir la belleza de las cosas. Sin embargo, en nuestro derredor no solamente destacan los elementos de la naturaleza sino las personas, “los otros”, que también convocan, seducen y sorprenden. En respuesta, el hombre se convierte en una suerte de excursionista por el patio de los otros. Como resultado de la gira, en la trastienda de los demás, se encuentran piedras de toda índole: preciosas, de colores, de variadas formas, toscas, con punta, fuertes, frágiles, pequeñas, grandes…etc., con todo, las características, decoración, luminosidad y ubicación de los patios, sin lugar a duda, añaden valor y vistosidad a las piedras. El patio y los elementos que contienen, dan pie para valorar y relevar la diversidad de vocaciones, de talentos y circunstancias. Este paisaje multicolor y variado, debería ser motivo de alegría, porque coopera con el acrecentamiento de la economía de una sociedad y, con el incremento de una demanda que cada vez se afina para para dar cabida a la diversidad de talentos y cualidades.

El hombre es capaz de configurar solares míticos con arreglo a su imaginación, sensibilidad o vanidad; así como soñar viviendo en los patios de quienes se les atribuye el apelativo de “ricos y famosos”. La mirada al patio de los otros es mayormente parcial y sesgada: uno ve lo que no tiene, o lo que más le deslumbra. Ese mirar se constituye en positivo cuando, se procura mermar la ausencia con el esfuerzo de adquirir una cualidad; y, en el segundo, cuando uno disfruta porque lo bueno está repartido y extendido sin que se agote en una sola persona. La diversidad de vocaciones, gustos, cualidades, trabajos, etc., debería ser motivo de agradecimiento a Dios porque ha sojuzgado y disminuido la monotonía.

Con todo, el hombre no resuelve ni plenifica su existencia siendo observador. Lo suyo es ser protagonista, actor principal en la gran historia gráfica, escrita, sonora, épica, relacional, doliente y siempre esperanzadora de su propia vida. Nuestra historia no es una sucesión de acontecimientos que nos sorprenden, como si fuera la trama de un relato que se narra. Es una biografía que no consiste en componer escenarios ni diálogos planos, sin relieve, sin flexibilidad ni movimiento. Todo lo contrario. La riqueza de su redacción radica en que la trama, el argumento y los trazos guardan en correcta armonía, gramática y belleza, las características y talentos propios con lo que el entorno ofrece, pide o impera.

Ordinariamente, entre el hombre y su ambiente se establece un vínculo que, solo perdura cuando con plasticidad dejan su impronta y se influyen recíprocamente. Sin duda, la fragmentación por enemistad o por excesiva dependencia provienen como efecto de las decisiones del hombre. El ambiente con sus hechos, acontecimientos o situaciones comparece ante el hombre, no exclusivamente para que conozca sus leyes, usos y costumbres sino para que les encuentre o atribuya un sentido o propósito. Las situaciones concretas inscritas en un determinado contexto, su interpretación o reflexión pueden abordarse, por separadas o en perfecta fusión desde tres categorías: a) como dadas; b) en su perspectiva vocacional; y c) como insumo para el desarrollo personal.

Como dadas

En la primera categoría se incluye todo lo que uno ha recibido sin que medie participación directa: la herencia genética, la familia, la patria, los talentos, el sexo, entre muchos otros. Frente a lo dado cabe dos posturas: a) la naturaleza (Dios) se equivocó conmigo; b) no se equivocó, pero… Asumir que la vida es producto de una equivocación sería como un vivir en otros o recostarse en una pared mirando cansinamente cómo el reloj marca inexorable la cadencia de las horas que transcurren; es decir, dejar correr el tiempo sin ponerle tu marca personal. 


Me paro de intento en ese, pero seguido con puntos suspensivos de la segunda opción, pues se convierte en una invitación para participar como socio principal en la configuración del proyecto personal. El tomar posesión de sí mismo es una tarea de primer orden.  Mirar-se con la intención de conocerse, no con el ánimo de convertirse en un erudito del propio yo; sino más bien, con el propósito de que el autoconocimiento alumbre e ilumine la permanente y repetida responsabilidad de hacerse cargo de “quien se es” para abrirse al épico momento de la aceptación de uno mismo.

El ser humano no es unidimensional, se diría más bien que es pluridimensional en el obrar, en el actuar, en el pensar, en sus aficiones, gustos e intereses, etc. Dicho de otra manera, su desarrollo tiene que ver con la atención a las necesidades de su cuerpo, de su inteligencia, de su espíritu, a las sociales y a las afectivas. Dicho sea de paso, esta exigencia no resulta fácil vivirla con equilibrio, pues el enfatizar una sobre otra u otras problematiza el camino hacia el crecimiento integral de la persona. De igual modo, conviene advertir que los requerimientos de todas las mencionadas dimensiones humanas no se pueden atender ni satisfacer en simultaneo y en el presente. Desde esta perspectiva, se puede intuir o percibir cierto perfil de intereses, talentos o tendencias que cada uno tenga, pero desconocer o no vislumbrar el o los campos de su posible aplicación. Razones, muchas. Entre ellas, el tiempo, la madurez, la oportunidad, la ocasión, el mercado, los contactos, etc.

Vocación y desarrollo personal

Por último, el carácter vocacional imprime sustancialidad a un determinado ámbito, en el cual concurren el obrar humano en genuina síntesis y novedad entre lo recibido y lo adquirido, gracias a los estudios, las experiencias, la reflexión, a los amigos… El hombre se comunica, aporta a su ambiente desde su exquisita condición de único e irrepetible. En este sentido, quien renuncia a comunicar sus talentos, va a contrapelo de su realización personal que, en el fondo es suspender, la impresión de su impronta vocacional y, por ello singular, en el curso de la historia, de su biografía hospedada en un determinado espacio.

Los insumos que oferta el entorno, las posibilidades y los límites de lo “recibido” y el gran descubrimiento del carácter vocacional de la vida, dependen de un factor humano, demasiado humano revestido de divinidad, me refiero a la libertad. A esa capacidad, que luego de deliberar y decidir, lleva no solamente a dirigirnos a un fin sino a aceptarlo y amarlo. El hombre es libre por naturaleza, pero la experiencia de elegir siempre es novedad y estreno para cada uno. El fuego es un elemento de la naturaleza conocido por todos por igual, pero para algunos servirá para alumbrarse, otros lo aprovecharán para cocer sus alimentos, no pocos para calentarse en el hogar; también se podrá usar para encender la mecha de una bomba casera con miras a intimidar; esa misma mecha será aprovechada por mineros y, otros, al mirar el fuego se pondrán a buen recaudo para no quemarse…. El mismo elemento y muchos sentidos. Salvando la distancia, lo mismo sucede en la vida profesional, social y personal. La libertad garantiza la pluralidad de posibilidades, que siempre viene bien, revisarlas, mirarlas, o menearlas, como hacen los jugadores de tenis antes del. No todas son igualmente consistentes, habrá que elegir aquellas posibilidades que tengan mayores visos de hacernos mejores y plenos.