Como dijo san Ignacio de Loyola, el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma, y las otras cosas sobre la haz de la tierra han sido criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que ha sido creado. Esto es, hemos sido creados para amar. Esa es la vocación del hombre: amar. De lo que se trata en esta vida es de amar. Ahora bien, lo más grande es el amor a Dios. Y, si de verdad amamos a Dios, también amamos a los hermanos. Puede, pues, afirmarse, que hemos sido creados para amar a Dios.
Es muy natural que quien ama a Dios se afane en trabajar en “las cosas de Dios”. Pero, el mero trabajar en las “cosas de Dios” no nos satisface plenamente, no sacia, no nos llena de felicidad. El corazón está hecho no para las cosas, sino para una realidad muy concreta, singular e irrepetible, que es la persona, tal cual es. Estamos diseñados para amar a “alguien”. Y, un “quién”, no se agota en las categorías impersonales de un “qué”, un “algo”, una “cosa”, una “esencia”. El hombre concreto es un ser relacional, un “ser para Él”, un ser para un Tú, un Tú que tiene una riqueza infinita y que es amor. Se entiende, pues, que, a santa Teresa de Calcuta, le gustara más referirse a Jesucristo como Jesús, que no como a Cristo, ya que así se reflejaba más la dimensión del Amado de su corazón. Es más importante el “Señor de las cosas” que “las cosas del Señor”. De manera que, no se trata tanto de un mero hacer cosas, las “cosas del Señor”, -por muchas que se hagan-, como de amar al “Señor de las cosas”, quererle de veras. El mero hacer es insuficiente, es algo vacío, porque el corazón humano está hecho para palpitar por Él, para estar en relación interpersonal con Él; sólo esto lo llena. En fin, lo primero es el Señor y, nos ocupamos en “las cosas del Señor” por amor al “Señor de las cosas”.
Lo explicaba muy bien santa Teresa de Calcuta. Ella, que, con sus religiosas, se dedicó tanto a los necesitados, decía: nosotras no somos enfermeras, sino enamoradas de Jesús. ¡Lo hacemos por Jesús! Veía claro que el alma de su apostolado era el amor a Jesús. Eso es precisamente lo que se necesita: ¡enamorados de Jesús!
Para mantener esta llama de amor a Jesús es necesaria la oración, el “encuentro” interpersonal con Cristo, el trato de amor con Dios, estar en íntima compañía con Él. Lo recordaba recientemente el Papa Francisco refiriéndose a una alocución, de esta gran santa de la caridad, en la ONU: “Yo sólo soy una pobre monja que reza. Rezando, Jesús pone su amor en mi corazón y yo salgo a entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen también ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares haya alguien que espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les llenará de amor”.
Lo más íntimo de la persona es el corazón. En el Sagrado Corazón de Jesús encontramos su persona, así como su amor divino y humano. Él nos ha amado primero. Dejémonos amar por su Corazón, dejándole hacer en nosotros la obra de la gracia divina. Entendemos muy bien los latidos del corazón de quién, además de ser Dios, fue verdadero hombre, igual en todo al hombre menos en el pecado. Además, siendo Dios, nos ama con amor infinito. Amor con amor se paga. Nuestro amor para con Él ha de ser de corazón a corazón, de tú a tú. La flor de nuestro amor es para su corazón, para su divina persona, ¡Jesús!
Ya que Cristo nos dijo que lo que hiciéramos a uno de estos pequeñuelos, a Él lo hacíamos, la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús lleva a una actitud apostólica, a hablar del Amado, a una misión de compasión por el mundo.
El Papa Francisco, en esta encíclica, nos ha invitado a vivir de una manera más armónica, abriéndonos plenamente a la realidad de Dios y de los hermanos, especialmente de aquellos que están pasando por serias dificultades, y a hacerlo de manera muy humana, así como muy sobrenatural, mediante el amor.
Encíclica Dilexit Nos