Nacido en una familia de fervientes ortodoxos, de muy joven Josafat fue enviado a Vilna para aprender a ejercitar el oficio del comercio y allí advirtió de muy cerca los contrastes doctrinales entre los ortodoxos católicos Rutenos que se habían unido a la Iglesia católica (uniatas) y los ortodoxos que no aceptaban tal unificación con la Iglesia latina. Después de una profunda reflexión, decidió unirse a los greco-católicos. Luego se retiró al monasterio basiliano de la Santísima Trinidad y allí vivió como ermitaño durante varios años, durante los cuales reforzó sus convicciones teológicas, expresadas también en algunas obras escritas en las que intentó demostrar el origen católico de la Iglesia Rutena y su primitiva comunión con la Santa Sede. Con sus escritos también exhortó a realizar la reforma de los monasterios de rito bizantino y a reafirmar el celibato del clero.
De ermitaño a apóstol de la unidad
Cuando Josafat estudió las doctrinas de los Padres de la Iglesia, se quedó fascinado por ellos. Al profundizar en la tradición de los Padres, advirtió claramente cómo ellos habían sido fieles depositarios y transmisores de las verdades reveladas, y cuanto fuera necesario recomenzar a recordar sus enseñanzas. Estaba muy convencido de ello. Reconoció igualmente que el pensamiento de los Padres de la Iglesia Oriental en ningún modo había socavado la unidad de la Iglesia Católica, al contrario, se dio cuenta que la unidad y la pluralidad universal tienen en sí mismas una tal belleza espiritual, que no pueden dejar de estar siempre unidas. Había que trabajar pues juntos y en favor de una sola Iglesia, de un solo rebaño al cual conducir las ovejas guiadas por un solo pastor que era el Papa. No viéndolo sólo como un simple hombre, sino como el Pastor de la Iglesia universal por voluntad de Cristo. Recordando igualmente que la voluntad de Dios expresada en su Palabra es una Palabra eterna que no cambia, pues permanece válida por siempre.
La acusación de ser un «secuestrador de almas»…
Josafat orientó su ministerio basado en la convicción de que era posible la unidad en la diversidad: primero como monje y fundador de los monasterios de Byten y Zyrowice, luego como obispo de Vitebsk y coadjutor de Polotsk, de la que se convirtió en arzobispo en 1618. Y fue precisamente por su apertura a la pluralidad de expresiones de la fe que respetaban siempre la unidad de la única fe, que sus detractores comenzaron a acusarlo de ser un proselitista «secuestrador y ladrón de las almas» de la Iglesia Ortodoxa. En realidad Josafat nunca había dejado las expresiones litúrgicas orientales pues en vez de adoptar el latín en la liturgia, mantuvo la lengua eslava antigua y basó su enseñanza esencialmente en dos fundamentos: la fidelidad a la Sede de Pedro y a la tradición de los Padres.
El contexto histórico-político
Josafat nació en Wolodymyr en Volnya, en el territorio de la Ucrania subcarpática, que en el siglo XVII formaba parte de Checoslovaquia y que sería anexada a la Unión Soviética sólo después de la Primera Guerra Mundial. En aquel contexto, una cruel persecución tuvo lugar contra la Iglesia local fiel a Roma – la Iglesia Uniata – que fue obligada por la fuerza a someterse al Patriarcado de Moscú. El territorio en cuestión -también llamado Rutenia- estaba habitado por poblaciones con fuertes tendencias autonomistas que en un cierto momento, en 1938, parecieron tomar forma con la creación en Uzhorod de un gobierno ruteno apoyado por los alemanes. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia Católica Rutena (que era la única que había sobrevivido después de las particiones de Polonia en 1700 y que había pasado bajo el dominio de Austria) decidió unirse al patriarcado ortodoxo de Moscú. Hoy en día sólo los rutenos que emigraron o escaparon de las deportaciones soviéticas han podido continuar libremente sus tradiciones y profesar su fidelidad a Roma.
Esta es una oración para recibir los dones del Espíritu Santo por intercesión de san Josafat Kuncewyz:
Oh Padre, lleno de bondad,
que enviaste tu Santo Espíritu al obispo Josafat
para hacerlo capaz de ofrendar la vida por su pueblo,
te suplicamos que también hoy
mandes tu Espíritu divino a todos tus hijos,
para que, fortalecidos por Su caridad divina,
y muy unidos en la confesión de la fe en Jesucristo,
tu Hijo amado, y Señor nuestro,
también nosotros recibamos la gracia
de dar la vida por nuestros hermanos.
Así sea.