Chesterton, un escritor para todo tiempo

Su crítica al capitalismo y su propuesta de distributismo

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Chesterton, un escritor para todo tiempo. Para los períodos serenos y alegres, para los tramos cargados de obstáculos, para las noches oscuras de la vida con sus penas, sombras, miedos. Cada vez que puedo -o el alma me lo pide- voy a Chesterton (1874-1936). No faltan ediciones de sus libros o antologías de sus escritos como este reciente No hay cosas sin interés (Palabra, 2024), a propósito de los 150 años de su nacimiento. Su optimismo, sentido del humor; su ingenio y agudeza intelectual; los registros en los que se mueve su pluma hacen que las cosas del hombre común, adquieran destellos y giros novedosos. Para muchos, como es mi caso, el tono amable y repleto de sentido común de sus escritos es aire fresco para oxigenar el alma y agudizar la mirada. Queda un pozo de serenidad y gozo que ni los reveses de la vida borran.

El libro recoge textos de Chesterton de aquí y de allá, un buen aperitivo para ir a la búsqueda de los libros completos de ensayos del autor. Me he fijado en unas pocas ideas sobre su visión del capitalismo, el que conoció de finales del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX. Es, en cierta medida, el capitalismo de la búsqueda avariciosa de beneficios económicos muy centrado en el productor y ajeno a la suerte del trabajador y del mismo ciudadano de a pie. De este capitalismo que idolatra el dinero dirá que, paralelamente a la repugnancia que le inspira el pesimismo de moda, otra de sus pasiones intelectuales ha sido su aversión a la plutocracia, también tan de moda (cfr. p. 15).


Acierta Chesterton en denunciar el espíritu de lucro que excluye toda otra finalidad en las empresas. Sin embargo, varias de las diatribas que lanza contra el capitalismo son exageradas y caricaturescas. El capitalismo de entonces, probablemente, tenía esos rasgos salvajes que no han faltado ni antes ni ahora. Pero, la sociedad de mercado a la que se refirió San Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus annus ha dado importantes pasos de humanización en nuestro tiempo.

Frente al capitalismo sin alma, Chesterton propone el distributismo, una suerte de economía de la proporción. Afirma: “no ofrecemos la perfección, sino la proporción. Deseamos corregir las proporciones del Estado moderno; pero la proporción se da entre cosas diversas, y una proporción casi nunca es un molde (p. 102). La palabra clave es la proporción. Se aleja de lo gigantesco y uniformador. “Todo lo que sostenemos -continúa diciendo-es que el poder central necesita poderes menores que lo contrapesen y refrenen, y que estos han de ser de muchas clases: algunos individuales, algunos comunales, algunos oficiales, etc.” (p. 103). Es decir, una versión del principio de subsidiariedad proclamado por la doctrina social de la Iglesia: lo que pueda y deba hacer la persona o la sociedad menor, por sí misma, que no la haga la sociedad mayor.

En otro momento sostiene una idea que podría muy bien ser suscrita por el filósofo coreano Byung-Chul Han, crítico de la sociedad del cansancio. Dice Chesterton: “no tenemos obligación de ser más ricos, ni de trabajar más, ni de ser más eficientes, o más productivos, o más progresistas, ni en modo alguno más pegados a las cosas del mundo o más poderosos, si ello no nos hace más felices. La humanidad tiene derecho de renegar de la máquina y vivir de la tierra si en realidad le agrada más, como en realidad cualquiera tiene derecho a vender su bicicleta vieja y marchar a pie si le agrada más. Es evidente que la marcha será más lenta, pero no es su deber ser más rápido” (p. 114). Esta libertad de espíritu es refrescante y abre la mente a preguntas de fondo: tener más… ¿para qué? La película Other People’s Money  (1991) (El dinero de los demás) es una divertida crítica a este afán desmedido de riqueza y poder económico.

¿La propuesta de Chesterton es pura nostalgia de tiempos bucólicos pasados? ¿Un planteamiento contracorriente a la cultura del éxito? Desde luego no es una loa a la cultura del éxito, pero sí es un llamado a una vida de dimensiones humanas, aquellas, precisamente, que han sido desfiguradas por esta tendencia que confunde ser mejor con tener más.