Después de una singular contienda electoral el pueblo habló, habló la mayoría y tenemos un nuevo presidente electo en los Estados Unidos de Norteamérica: Donald Trump, el presidente número 47, quien ejercerá, por segunda vez, el gobierno nacional al frente de la Casa Blanca y de los destinos de nuestra nación.
Digo campaña “singular” porque se trató de una disputa por la presidencia reñida, feroz, muy apretada. según las encuestas, pero que hoy deja a todos con un sabor agridulce. Acritud, porque no se trató del debate electoral más ejemplarizante que hayamos tenido como nación, ni para los norteamericanos ni para el resto del mundo.
Porque se trató de un frenesí publicitario y asfixiante, con apariciones de los dos candidatos en todas partes, por todos los medios y a todas horas; con un derroche inmenso de dinero que muestra la imposibilidad antidemocrática de futuros aspirantes a acceder a puestos de gobierno si no disponen de semejante cantidad de maquinaria y recursos y, además, de una campaña electoral que no se caracterizó por la exposición seria y comprometida de programas de gobierno sino, muy por el contrario, por agravios, violencia, falacias, discursos xenofóbicos, descalificaciones, insultos, etc.
Lo dulce, tiene que ver con que, muy a pesar de todo lo anterior, hoy constatamos que el juego democrático ocurrió. Juego democrático según el cual los ciudadanos y los pueblos pueden elegir libremente a sus gobernantes.
Pero, como lo manifestaron un sin número de encuestas y de análisis políticos, la resaca de esta campaña electoral nos encuentra con una nación dividida, polarizada, con más incertidumbre que respuestas y con mucho por enderezar en el acontecer político nacional.
Hoy, todos los norteamericanos, demócratas y republicanos, líderes de partidos y gobernantes, tenemos que leer – entre el conteo de los votos y sus resultados – cuáles son los clamores y esperanzas de los norteamericanos, cuáles los valores e ideales que mueven la dimensión política de los ciudadanos y de las comunidades de esta nación.
El triunfo del nuevo presidente y del partido republicano es contundente – tanto en el colegio electoral como en el voto popular, en presidencia como en el congreso – y todos esperamos que el presidente electo y todos los líderes republicanos estén a la altura de la confianza que se deposita en ellos y de los desafíos y esperanzas que nuestra sociedad norteamericana tiene en el presente y para el futuro, tanto a nivel interno como frente a toda la comunidad de naciones.
Todos soñamos con líderes gobernantes que depongan sus intereses particulares en la búsqueda del bien común, especialmente de los más vulnerables y necesitados de nuestra sociedad.
Todos deseamos que la voz del pueblo emitida en votos en la jornada electoral de este 2024 abra caminos de solidaridad y de paz nacional e internacional. Que se abran caminos para la unidad en esta nación cuyo lema así lo exige: “E pluribus unum”, para que todos seamos uno; para que con el respeto por el otro y por las diferencias no nos dividamos ni nos distanciemos, sino que, por el contrario, nos encontremos y progresemos.
Todos los temas que forman parte de la agenda nacional son susceptibles de ser revisados y evaluados y está bien que así sea. Sin embargo, quienes trabajamos en el tema de la salud, amparados en la normativa de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (ACA) conocida popular y coloquialmente como “Obamacare”, hacemos votos porque la nueva administración cuide y preserve – en dicha revisión – todo lo positivo que la vigente Ley contiene, especialmente, en lo referente al cuidado y beneficios que el Obamacare ha derivado hacia las personas y comunidades más desatendidas y vulnerables de nuestra ciudad y de toda la nación, población carente de recursos y, por ello, incapaz de acceder a seguros médicos de altísimo costo en nuestra sociedad.
El presente y el futuro de esta gran nación lo construimos todos y entre todos. Nuestros mejores valores humanos y religiosos han de concretarse en nuestras hechos y palabras cotidianos, en actitudes y acciones permanentes que contribuyan a cuidar nuestro sistema político democrático y el progreso económico, social y cultural de nuestra nación.
Reconocemos la necesidad de poner orden en nuestras fronteras y en los movimientos migratorios hacia nuestra nación. Esta tarea ha de realizarse sin xenofobia, si prejuicios sociales, sin discursos violentos y descalificatorios y, muchísimo menos, sin el injusto aprovechamiento y la explotación laboral de quienes son considerados “mano de obra barata”.
Para todos es evidente y no podemos olvidarlo que el progreso y presente de esta nación hunde sus raíces históricas en los millones de hombres y de mujeres que, en sucesivas oleadas migratorias y provenientes de todos los rincones de la tierra – aportaron y hoy aportan su vida y sus mejores esfuerzos y sacrificios para hacer de Estados Unidos una gran patria y una tierra de muchos, de todos: “E pluribus unum”.
Al presidente y a los nuevos gobernantes y legisladores electos para liderar el destino de nuestra amada patria les deseamos “buen viento y buena mar”, porque su éxito en la tarea gubernamental ha de redundar en el éxito y beneficio de todos.