El ser humano es el único ser del mundo creado que tiene consciencia de su existencia; sabe que ahora es y que un día ya no estará aquí. Por tanto, el tiempo es para cada uno de nosotros el gran recurso recibido; el principal talento. Cuando en los años 80 del siglo anterior, varios científicos llevados por la teoría de Malthus alarmaban al mundo sobre la futura carencia de los recursos naturales y la población mundial debía disminuir, Julian Simon, otro científico, les contraargumentaba diciendo que la gran riqueza de una nación es su propia población.
Simon argüía -y con absoluta razón, porque se comprobó luego- que los recursos naturales no pueden verse con un enfoque estático. En el análisis de la disponibilidad de los recursos naturales hay que incorporar la capacidad del ser humano para descubrir usos más eficientes o técnicas que hacen posible la explotación de recursos que se consideraban inaccesibles. En esta línea, y como ejemplo, podemos afirmar que a pesar de la cantidad extraída de oro en nuestro país desde el año 1980 hasta la fecha, las reservas probadas actuales de oro en nuestro país son mayores que las reservas probadas de oro del año 1980.
El tiempo o la vida -que es lo mismo- es el gran recurso de todos los hombres. Es cierto que algunos tienen más oportunidades que otros para explotar este recurso. Este es un tema que podemos tratarlo en otra ocasión, porque esta situación también tiene su razón de ser; y además, una razón muy humana. Ahora, vamos a centrarnos en el aprovechamiento de este recurso; quizás nos sirva para identificar grietas por donde perdemos parte de él.
Para examinarlo, creo que conviene poner atención en una característica del ser humano: es un ser que mira al futuro; que siempre está en proyecto. De hecho, contamos con un sentido interno -poco conocido- que nos sirve atender este reto. Se trata de la cogitativa: la capacidad de planificar el tiempo futuro. Como sentido o potencia sensible es perfectible; como le ocurre a la memoria y a la imaginación. La cogitativa se entrena con los planes que uno hace. Por eso, podemos descubrir personas que planifican a un día vista, otras que lo hacen con un horizonte de un mes, y unas terceras que son capaces de tener una agenda de todo un año. La imposición de metas futuras ayuda a entrenar este sentido interno.
Una segunda variable es el hecho de que solo podemos planificar actividades: escribir, dormir, correr, estudiar, nadar, etc. El éxito, en cambio, no se planifica. El éxito llega solo, cuando uno ha adquirido las competencias que le permiten aprovechar las oportunidades que las diversas circunstancias le han brindado. Pero estas competencias son el resultado de secuencias de actividades ejecutadas para desarrollarlas.
La tercer variable es tener en cuenta la propia limitación. No contamos con todo el tiempo que desearíamos en el momento que lo desearíamos. El tiempo es un recurso no ahorrable, sino circulante: que se consume siempre, sea consciente o no de ello. Y esta realidad nos lleva a pensar en la necesidad de enfocarnos. No podemos abarcar todo lo que desearíamos. Por eso, es más importante profundizar que extenderse. Aquí se aplica bien el dicho: “quien mucho abarca, poco aprieta”.
Finalmente, si deseamos conocer nuestra capacidad para gestionar este recurso tan valioso, mi sugerencia sería examinar el modo como gestionamos el tiempo libre. ¿A qué hora nos levantamos el domingo? ¿a qué hora nos vamos a dormir el sábado? ¿Qué actividades hacemos esos días?
No está demás mirar también qué hacemos en los entretiempos de nuestras jornadas laborales. Es posible que estemos buen tiempo en Instagram o en Tik Tok consumiendo un tiempo buscando algo que uno mismo no sabe qué es. Si el tiempo es el principal recurso que tenemos los seres humanos, quizás convenga volver a pensar qué hacemos con él; y preguntarnos, con qué prioridades lo consumimos.