“Para expresar el amor de Jesucristo suele usarse el símbolo del corazón. Algunos se preguntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón” (Dilexit nos, 2).
Con estas palabras el papa Francisco refleja en su reciente encíclica la importancia del corazón, cuyo simbolismo y centralidad ha de impregnar todas las dimensiones del ser humano, también la profesional. Los hombres y mujeres de empresa están llamados a reorientar el engranaje de la acción económica. Los hombres y mujeres de empresa son invitados a provocar un giro, casi copernicano, a un mercado que ha olvidado el sentido de nuestra existencia, incluso el sentido del propio mercado como actividad humana y, por tanto, humanizadora.
Las escuelas de negocio han desarrollado magistralmente estrategias para poner en valor el “core”, es decir, la actividad principal, el foco central de las operaciones. Desde la lectura de la reciente encíclica del papa Francisco, los directivos y empresarios cristianos intuimos la posibilidad de dar el salto del “core” al “cuore” o, mejor, de dar sentido al núcleo esencial de la actividad que nuestra empresa desarrolla desde la profundidad simbólica del corazón de Jesús, el Señor.
Ya Caritas Española acuñó hace años la expresión “Empresas con corazón” para invitar a los agentes económicos a aceptar el reto de ser, desde su misma actividad económica, agentes transformadores de la realidad. La pregunta es sencilla: ¿qué puede hacer mi empresa?, ¿cómo puedo implicar a los stakeholders, para construir desarrollo sostenible y bienestar social?
Las propuestas son sólo pistas llamadas a ser aterrizadas desde los distintos sectores que conforman nuestra actividad: facilitar la incorporación al mercado laboral de personas especialmente vulnerables, promover acciones de voluntariado en la empresa, donar aportaciones económicas o en especies en favor de proyectos solidarios concretos, …
Pero la acción se alimenta también de la formación, de la lectura, de la meditación, de la mirada al corazón:
“En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones. Pero nos movemos en sociedades de consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología, sin mucha paciencia para hacer los procesos que la interioridad requiere. En la sociedad actual el ser humano «corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo». «El hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva». Falta corazón (Dilexit nos, 9).
Y estas palabras de Francisco nos sugieren repensar la empresa, repensar las relaciones personales en la empresa, desde otro paradigma: el del corazón de Jesús, el del profundo amor con que hemos sido amados. Es entonces cuando nuestra empresa se resiste a ser líquida en un mundo líquido.
Leer y meditar Dilexit nos seguro nos dará pistas a directivos y empresarios cristianos para hacer de nuestras empresas “Empresas con corazón”.
Dionisio Blasco España es Delegado Territorial en la Diócesis de Málaga y miembro del Comité Ejecutivo de Acción Social Empresarial