Hay personas que mueren antes de morir, que son invisibles incluso después de muertos. La mamá de Paqui, lloraba doblemente la muerte de su hija, primero por aquel fatídico infarto que se la arrebató. Y segundo, porque le negaban a su hija la más mínima pena por su muerte. Paqui, debido a sus dificultades cognitivas desde el nacimiento, no se pudo independizar y fue para su mamá eterna compañera de confidencias y motivo de sus desvelos. Nunca hubiera imaginado, cuando al nacer le comunicaron la peculiaridad de su hija, que al principio interpretó como desgracia, que le aportaría tanta alegría. Porque Paqui siempre sonreía. Su mamá, no solo lloraba su muerte, que le dolía, sino que le hería más el juicio de las “buenas personas” que le decían que Dios la había favorecido con la muerte de su hija, puesto que la había liberado de una carga. “Tanto bien que le ha hecho Dios” decían. Para su hija Paqui, según los conocidos, la muerte suponía una limpieza de algo que estorbaba. Ignoraban el vínculo tan intenso de madre e hija. Para ellos Paqui era invisible como persona. Ni merecía un llanto. Costó sanar el dolor de esta madre que necesitó un espacio para llorar lo que la sociedad le negaba. Para el grupo de duelo su hija Paqui no fue invisible, ni su muerte, ni el dolor de la madre por la muerte de su hija.
Otro caso que me ha llegado estos días es el de Juan. Él es un amigo con el que conversamos de vez en cuando. Se lamentaba de cómo le ignoran en los eventos que celebran el aniversario de la empresa, de la que junto a otros dos socios, fue fundador. Todavía hoy, después de cuarenta años se comercializan productos que él ideó. Desde hace años padece una enfermedad que le impide salir a la calle y mucho menos, participar en los actos de celebración del aniversario. El hecho de que le ignoren en los actos que se celebran y sobre todo, en los medios de comunicación, hace que se retraiga de salir de su escondrijo. Para el mundo empresarial y social ya no existe. Cuando alguno de los socios en las entrevistas le ha mencionado, el periodista no ha mostrado ningún interés en saber de la vida de Juan.
La enfermedad es fea y si no es para provocar un morbo, se tiende a ignorar. Sobe todo cuando el clima de la conversación es alegre y exitoso. Juan cuando escucha o lee las noticias de su antigua empresa se indigna. Se siente muerto antes de morir. De pronto es invisible para la sociedad.
Otro caso es el de una amiga de mi difunta madre. Está internada con problemas de demencia. Al principio costaba visitarla por la conversación que derivaba en incoherencias difíciles de seguir. Pero, ahora, pasado el tiempo, cuando la interacción parece imposible, las visitas son más escasas.
Hay también quien ya nace invisible y conserva la invisibilidad toda su vida. En la ciudad en la que vivo, de más de doscientos mil habitantes, hay zonas qué si no vives allí, no vas nunca. Son las periferias invisibles. Un informe reciente de Caritas decía que ocho de cada diez niños que nacen y viven en la marginación continuaran siendo marginados toda su vida.
La lista pude ser más larga, no les quiero cansar. Tampoco es que la visibilidad sea sólida y ventajosa. Vivir en el anonimato, en condiciones dignas tiene sus ventajas. Entre otras la de vivir sin el estrés que supone abrirse camino a la notoriedad. Por otro lado, en una sociedad líquida, dónde todo es cambiante, la vistosidad, la noticia, es más una imagen que un contenido. Se ve más que se lee. I si el leer lleva a pensar, se hace incómodo.
La invisibilidad no depende tanto de las circunstancias de la persona sino de quien mira.
En cierta ocasión, mejor dicho, en más de una ocasión, era requerido para asistir a moribundos. Recibían la Unción de los enfermos y difícilmente el Viático, debido a las condiciones de sedación. El caso es que solía visitarlos de nuevo al cabo de un par de días. En una de estas visitas, al preguntar a las hijas sobre el estado de salud de la madre, me dijeron tal cual: “lo que le hizo no sirvió para nada, sigue viva”. En estos casos, lo mejor es hacer cómo si no entendiéramos la respuesta. Pero no pude menos que pensar en la diferencia de trato de Rafael, el esposo de una enferma que llevaba en coma varias décadas. Estaba en la misma planta hospitalaria que la enferma anterior. Rafael venía un par de horas antes de la comida y marchaba al atardecer. Su esposa, inexpresiva siempre, apenas balbuceaba ante las expresiones verbales y táctiles de su esposo. Él era el único que la entendía. Para Rafael su esposa Carmen no era invisible. Todo lo contrario, era la mujer de su vida. Su cariño, sus atenciones la mantenían con vida. Alguien la amaba.
En la celebración de Todos los Santos y de los fieles difuntos, la Iglesia da visibilidad a las multitudes de personas que nos han precedido, a unos para pedir su intercesión (día de Todos los Santos) y a otros para rezar por ellos (día de los fieles difuntos). Ambos para unirlos en comunión con la Pascua de Jesús.
Si bien se nos recuerda que la muerte nos iguala, que todo honor y vanagloria se desvanecen, la liturgia de estos días nos lleva a nuestro Dios que sí que nos mira, nos reconoce y nos eterniza con su amor. Para Él nadie es invisible.
Recordemos primero la realidad humana donde el tiempo se encarga de catapultar las visualidades efímeras a más corto o largo plazo. Todo pasa a ser olvidado. Salmo 103:15 “La vida del hombre es como la hierba; brota como una flor silvestre: tan pronto la azota el viento, deja de existir, y nadie vuelve a saber de ella”. Y en el Salmo 90:5-6 “ Arrasas a los mortales. Son como un sueño. Nacen por la mañana, como la hierba que al amanecer brota lozana y por la noche ya está marchita y seca”. Pero nos quedamos con las palabras de Isaías 49.15: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré.”
En estos días dedicados a los difuntos se nos recuerda que Dios ama más que una madre y que su memoria es infinita. Hay una frase que se repite en las exequias, sobre todo en las no religiosas y viene a ser algo de que mientras recordemos al difunto tendrá vida. Es decir, que según los dolientes que así se expresan, la eternidad se ciñe al recuerdo de dos o tres generaciones. Recogemos algunas de ellas. Vemos que la vida del difunto caduca con la muerte del que la recuerda:
«Tu legado vivirá a través de las personas que tocaste con tu vida».
«Aunque ya no estás físicamente, tu amor y tu luz siempre nos acompañarán».
«Tu legado de amor y esperanza siempre vivirá en nuestros corazones».
La celebración de Todos los Santos, es una respuesta a la invisibilidad que mata y suprime la persona. Para Dios no somos invisibles.
Sí, existimos, porque somos alguien para alguien. Para Dios siempre somos. La iglesia nos invita a celebrar el Amor de Dios en aquellos que estuvieron muy cerca de Él por el Amor. Nos invita también a rezar, a estar cerca de los que murieron y caminan hasta llegar a la Luz verdadera que es Cristo.
Para vivir la visibilidad de Dios, nada mejor que leer de vez en cuando el evangelio del día de la festividad de Todos lo Santos: Mateo (5,1-12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».