Beato Tomasso Reggio, 22 de noviembre

Obispo, Fundador de la Congregación de las Religiosas de Santa Marta

«Quiero ser santo a toda costa», llevaba cincelado en su corazón cuando se sintió atraído por la vida sacerdotal. Lo dijo y lo cumplió. Nació en Génova el 9 de enero de 1818. Sus padres eran los marqueses Giacomo Reggio y Angela María Pareto. Era el primogénito. Pertenecer a la aristocracia, con todos sus privilegios, no constituyó atadura alguna para él. Su nobleza, y no solo por razones de cuna, residía en su carácter abnegado y generoso. Además, sus padres eran católicos comprometidos, y creció alentado con la semilla de la fe que le transmitieron. Era un muchacho alegre, con gran sentido del humor, y espiritualmente entregado a la oración que enriqueció su excelente formación intelectual. Fue un brillante jurista y cultivó también el periodismo. Todo ello configuró su recia personalidad dándole una magnífica visión que le sirvió, y mucho, para ejercer su misión pastoral.

En la primavera de 1839 sintió la llamada al sacerdocio y dejó atrás una carrera profesional que se presumía plagada de éxitos. Se formó en el Seminario de Génova y fue ordenado sacerdote en septiembre de 1841 en la catedral de San Lorenzo de manos del cardenal Placido Maria Tadini; ya había obtenido el doctorado en Teología. A finales de año se unió a la Congregación de misioneros rurales llevado del anhelo de evangelizar impartiendo misiones y dirigiendo ejercicios espirituales en parroquias. Dos años más tarde, dada su brillante trayectoria, fue nombrado vicerrector. Y en 1845 fue designado rector el Seminario de Chiavari. En ambos seminarios impartió Teología Moral. Dirigiéndose a sus alumnos, en 1847 les decía: «La amistad es verdaderamente excelente porque viene de Dios, excelente porque a Dios tiende, excelente porque durará eternamente en Dios. ¡Oh, cómo es bueno amar en la tierra como se ama en el cielo, y aprender a acariciar en este mundo como lo haremos en el cielo!». Era particularmente devoto de la Eucaristía y de la Virgen María, y en 1851 se convirtió en el abad de la Basílica de Santa María de la Asunción en Carignano, misión que desempeñó durante veinticinco años.


Era amigo de Don Bosco. Su compromiso como hombre de fe tuvo entre sus vertientes a los pobres y enfermos con los que ejercitaba su caridad. Les daba asistencia material y espiritual, sin descuidar la formación rigurosa de los sacerdotes a los que enseñaba a vivir su vocación en el amor a Cristo, fidelidad a la Iglesia y al Sumo Pontífice. Estaba convencido de que el ocio es la «peste de la juventud», así la calificaba, y se ocupaba de que en su entorno no se diese la tendencia a la comodidad estimulando la dedicación al estudio y a la oración. Fue un gran pedagogo. Supo tratar a todos con exigencia, y actuar con tacto y comprensión en función del momento y situación que tenía que abordar. Los seminaristas y jóvenes le entendían y le estimaban. Era un hombre sensible y amante de la cultura, en la cual veía otro camino para glorificar a Dios.

En 1861 fundó el diario «El Estandarte católico» con la finalidad de difundir la fe y presupuestos de la Iglesia, diario que tuvo que cerrar en 1874. Tres años más tarde fue nombrado obispo de Ventimiglia. Cuando tomó posesión de esta diócesis que estaba sumida en la pobreza, abrió su corazón a los feligreses diciéndoles: «Una sola cosa busco y espero de ustedes: sus almas, que me han sido confiadas por Dios como deber importante de guiarlas al cielo». En 1878 y con el objetivo de paliar las necesidades que tenían los pobres, fundó la Congregación de las Religiosas de Santa Marta que tenían como modelo a las hermanas de Betania. Durante el terremoto de 1887, el beato se volcó en ayudar a los damnificados, y otro tanto hizo en la epidemia de cólera. Fundó «El orfanato de Santa Marta» en Ventimiglia para niñas, y la «Casa de la misericordia» para niños en San Remo. En 1892 puso su cargo a merced del Pontífice para no ser gravoso por su edad: 74 años. Y el Papa le nombró arzobispo de Génova. Acogió con fe su misión y fue un extraordinario pastor de su nueva diócesis, como lo había sido en las anteriores. En 1901 acudía a la peregrinación del Monte Saccarello en Triora donde se había entronizado la imagen del Redentor. Pero ya no pudo ascender. Enfermó y falleció el 22 de noviembre de 1901. Sus últimas palabras, en respuesta a la solícita atención de su entorno que preguntó si precisaba algo, fueron: «¡Dios, Dios, solo Dios me basta!». Fue beatificado el 3 de septiembre de 2000 por Juan Pablo II.

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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