Oriunda de Stommeln, ciudad cercana a Colonia, esta mística del siglo XIII que recibió los estigmas de la Pasión, nació en 1242. Era una de los cinco hijos de Heinrich y de Hilla Bruso, unos campesinos acomodados. Cuando ingresó en el beaterio de Stommeln no sabía escribir. Un año antes había aprendido a leer el Salterio. Pero, aunque presentaba esta deficiencia que compartía con otras jóvenes—de hecho, sus compañeras del beaterio tampoco sabían escribir—, místicamente hacía mucho tiempo que había sido adornada con favores extraordinarios. Así, a la edad de 5 años contempló al Niño Jesús, y a los 10 se desposó místicamente con Cristo. Sus padres no aprobaron su decisión de hacerse religiosa, y sin esperar que acogieran su deseo, escapó del matrimonio que fraguaron para ella, vinculándose a las Beguinas de Colonia en 1255. Llevaba una vida de rigurosa penitencia y oración, siendo objeto de éxtasis, raptos y otras experiencias místicas. Pero también mantuvo muchas luchas contra el diablo. Además, a los 15 años hicieron acto de presencia en sus manos y pies los estigmas de la Pasión, y la corona de espinas se ciñó sobre su cabeza. Todo ello venía acompañado de fortísimas tentaciones, incluso se vio inducida al suicidio. No tardó mucho en sufrir los desaires de las religiosas que no comprendían ni creían en la autenticidad de estas vivencias, y que determinaron prescindir de su presencia, juzgándola presa de alguna enfermedad o locura al ver las convulsiones que sufría. De modo que, a su pesar, se vio obligada a regresar al domicilio paterno en Stommeln en 1267, aunque poco después ingresó con las Beguinas de esta localidad.
Dios puso un signo de consuelo en su dolorido corazón. El párroco Johannes, le abrió las puertas de su casa y ella lo atendió. Un día apareció por allí el erudito dominico fray Pedro de Dacia. Natural de la isla de Gotland, había estudiado en Colonia y en París, siendo antiguo alumno de san Alberto Magno. Procedía de la capital del Sena y viajaba camino de Gotland cuando ambos se conocieron. Entre ellos se estableció una entrañable y fecunda amistad, como se puede constatar en la numerosa correspondencia que mantuvieron (Pedro le dirigió 32 cartas), fuente excepcional para conocer la vida y experiencias místicas de Cristina.
Desde el principio, el dominico quedó conmovido por los hechos que la mística iba narrando a través del párroco, y desde mayo de 1269 hasta su muerte, esa entrañable amistad no cesó. En el momento de conocerse, Cristo le hizo saber a Cristina: «Mira bien al hombre que está a tu lado, porque es tu amigo y lo será siempre. Sabed que él permanecerá a tu lado en la vida eterna». Y esta absoluta certeza le hizo confiarle sus vivencias. Pedro la visitó en dieciséis ocasiones. Llegó a ser lector en Skänninge, y en 1283 prior de Glotland; aquí entregó su alma a Dios en 1288, dándose la circunstancia de que ese mismo año Cristina dejó de ser acosada por el diablo y su espíritu recobró la paz que perduró hasta el fin de sus días. Ella abandonó la residencia del párroco y se retiró a un pequeño recinto hasta que llegó su muerte el 6 de noviembre de 1312, a la edad de 70 años. Nunca dejó de vestir el hábito de las Beguinas. Pío X confirmó su culto el 8 de noviembre de 1908.
© Isabel Orellana Vilches, 2024
Autora vinculada a
Obra protegida por derechos de autor.
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual el 24 de noviembre de 2014.
________________
Derechos de edición reservados:
Fundación Fernando Rielo
Goya 20, 4.º izq. int. 28001 Madrid
Tlf.: (34) 91 575 40 91
Correo electrónico: [email protected]
Depósito legal: M-18664-2020
ISBN: 978-84-946646-6-3
Compra el santoral aquí.