Soy de esas personas que nunca terminan de entender bien cuándo es fuera de juego. Sí, no te esfuerces en explicarme la teoría, la conozco: un jugador está en fuera de juego cuando su cabeza, tronco o piernas se encuentran, total o parcialmente, en el campo contrario en el momento del pase. Pero, créeme, no es algo que vea con facilidad.
Lo que sí tengo claro es que cuando hay fuera de juego, no hay gol. Da igual si la grada lo ha aplaudido con entusiasmo, o si el futbolista ha celebrado el tanto con euforia: el gol no existe. Porque, aunque el balón haya tocado la red, no se dieron las circunstancias correctas para que fuera válido. Por lo tanto, es nulo, nunca ocurrió.
Es algo tan sencillo que todo el mundo lo entiende en el mundo del fútbol. Sin embargo, cuando hacemos referencia a un matrimonio eclesiástico nulo, la cosa cambia. Da igual cómo se haya celebrado, da igual si la pareja ha tenido hijos, o si han estado muchos años juntos; si no se dieron las circunstancias necesarias para que el matrimonio fuera válido, es como un fuera de juego: nunca hubo matrimonio.
En caso de duda, en el fútbol recurrimos al VAR, que revisa las pruebas y emite un veredicto. En el caso del matrimonio, el VAR sería el Tribunal de la Rota, encargado de estudiar las circunstancias y determinar si el matrimonio fue válido o no.
Así podemos entender la diferencia entre un matrimonio nulo y una separación eclesiástica, algo de lo que se habla muy poco. La Iglesia comprende que, en determinadas circunstancias, es necesario cesar la convivencia. Esto no anula el matrimonio, que sigue siendo válido: los cónyuges siguen casados, pero, dadas las circunstancias, es recomendable la separación.
Personalmente, creo que el 60% de las bodas a las que he asistido son nulas. Aunque durante la ceremonia se responde afirmativamente a la pregunta «¿Estáis dispuestos a recibir de Dios los hijos, educarlos según la ley de Cristo y su Iglesia?», en muchos casos no hay una verdadera disposición para cumplirlo. Lo sé, porqué previamente me habían dejado clara su opinión sobre familias como la mía.
Y así llegamos a otro momento clave: cuando los novios prometen ser fieles en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, amarse y respetarse hasta que la muerte los separe. Aquí ya podemos sumar otro porcentaje significativo de nulidades, porque muchos se casan dispuestos a romper ese compromiso si dejan de ser «felices».
En resumen, vivimos rodeados de «fueras de juego» matrimoniales. Por eso es tan importante ayudar a los novios en los cursos prematrimoniales, para que conozcan las reglas del «juego» y así puedan marcar un verdadero gol en su matrimonio, uno que se sienta como una auténtica victoria.