Se trata de pensar bien. O sea, conocer la verdad y encaminarse hacia ella. Alcanzo la verdad cuando conozco las cosas tales como realmente son. El realismo, que es la única filosofía verdadera, afirma que estamos abiertos a las cosas, las conocemos. Conocemos la realidad.
El verdadero sentido común nos da siempre la verdad. Nos orienta bien. Importa mucho ser muy sensato. Todo lo que contradiga al sentido común es falso y rechazable. Nunca es un buen modo de pensar ser inhumano o no ser sencillo.
En el mundo actual es urgente ir más allá del saber tecnológico y de las ciencias empírico – métricas, y abrirse a pensar de verdad, en profundidad, interesándose por la sabiduría más alta, suprema, inmensamente superior a los otros saberes.
Al hombre le llegan muchas propuestas, muchas voces. Unas, son doctrinas conformes a la verdad y a la virtud; otras, ideologías falsas o no buenas. Muchas veces el error se disfraza de verdad; y, lo que realmente no es bueno, aparenta serlo. El lobo se disfraza de cordero. No raramente el error se mezcla con la verdad.
Esto lo ilustra muy bien la historia de la filosofía. En efecto: en ella conviven filósofos diametralmente diversos. Quiénes, proponen llevar una vida excelente; y, quiénes, lo contrario. Quiénes, son luz; quiénes, tinieblas. Quiénes, elevan; quiénes, hunden. Los hay de valía tan diferente como el materialista Marx y el ardiente san Buenaventura; el filósofo del absurdo, Sartre, y el sol de santo Tomás Aquino; el escéptico Pirrón y el genio universal san Alberto Magno; el hedonista Epicuro y el gran san Agustín; etc. Algunos, como Kant, han merecido que su filosofía sea considerada la muerte de la razón.
De hecho, para que un pensador destaque mucho en la historia de la filosofía basta que su pensamiento haya influido muy negativamente sobre el mundo, independientemente de cuál haya sido su inteligencia y su obrar.
¿Cómo acertar, pues, entre tanta variedad de pensadores? Es indudable que el mejor guía para los estudios filosóficos es santo Tomás de Aquino, el más sabio de los sabios y el que ha hecho la mayor síntesis del pensamiento católico.
Interesar, interesar, sólo interesa el espíritu. Sobre todo, Dios. Después, los ángeles y el hombre. La sabiduría, el conocimiento más perfecto, consiste sobre todo en conocer a Dios; y, sólo después, a lo demás en cuanto relacionado con Dios. La materia, así como el cuerpo, puede interesar como instrumento de santificación.
Sólo lo que es conocimiento de la verdad es conocimiento plenamente científico. También la filosofía, como la teología, es verdadera ciencia. Ni las ciencias, ni la filosofía, pueden contradecir a la fe, porque la fe es la verdad. Hay armonía entre sentido común, razón, ciencia, filosofía, fe, teología y mística.
Cristo, por ser Dios, es infinitamente sabio. El hombre puede participar de la sabiduría de Cristo. Sólo las obras de Dios son maravillosas. Son mucho más altas que las obras meramente humanas. La gracia no crea ni destruye la naturaleza, sino que la perfecciona y sana, y la supone. La fe es un don de Dios que eleva nuestro entendimiento. La fe es ver las cosas desde los ojos de Dios. Así como Dios es mucho más sabio que el hombre, la fe es muchísimo más sabía que la razón.
El amor supera a la luz intelectual natural. Mientras que, la mística, supera a la teología, pues penetra en las profundidades de Dios con un amor muy grande.
Para quién tiene el mayor de los ideales, -querer poseer a Cristo; querer ser santo y apóstol y alma piadosa y buen profesional; querer ser un hombre de fuego-, hay muchas corrientes de pensamiento que le saben a muy poco, por ser inconciliables con el fuego de su corazón, que siempre quiere crecer más y más. Poco le interesa lo que no le sirve para santificarse, para amar. Los ojos del amante de Dios han de mantenerse azul cielo, encendidos, puros, sin mezcla de escorias intelectuales. ¡Sólo esto merece caber en este nido! Poco le es lo que no tiene la suficiente verdad, bondad y belleza para poderse combinar bien con los más grandes ideales. Es consciente de que su corazón es para arder. ¡Este es su gran deseo!
Para un tal hombre creyente, sencillamente es Cristo lo único que cuenta. Cristo es su todo. Cristo es su amor. Cristo es su vida. Cristo es el amor de su vida. Sólo quiere amar. En Cristo está su felicidad, su gozo, su canto, su entusiasmo, la juventud de su alma. Apunta alto, lo quiere todo: quiere a Dios, tesoro infinito, frente al que todo es nada. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.
Cristo, Dios-Hombre, es santísimo. La mayor sabiduría es la conducta sabia. Esto es, imitar a Cristo, ser otro Cristo, ser el mismo Cristo, modelar la vida según la fe católica, ser santo, hacer la voluntad divina, amar. El camino de la sabiduría es el camino de Cristo, la vía de la santidad, de la virtud, de la alegría y de la felicidad.
Sólo importa el amor. Para quién se siente querido por la ternura del amor paternal de Dios, y ama plenamente a Dios, todo momento está llenísimo de sentido y es máximamente pleno. Y, esto, tanto cuando uno oye la Santa Misa, como cuando uno es terriblemente atacado por un sanguinario tigre. Porque, la felicidad está en amar a Dios y ser amado. Además, todo es para el bien de los que aman a Dios. ¡Existir es maravilloso!
En definitiva, en palabras de Balmes: “El entendimiento sometido a la verdad; la voluntad sometida a la moral; las pasiones sometidas al entendimiento y a la voluntad, y todo ilustrado, dirigido, elevado por la religión: he aquí el hombre completo, el hombre por excelencia. En él la razón da luz, la imaginación pinta, el corazón vivifica, la religión diviniza”.