Cardenal Arizmendi: Sínodo De La Sinodalidad

Avanzando juntos: el papel de laicos y obispos en el Sínodo

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado Sínodo De La Sinodalidad.

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MIRAR

Se está llevando a cabo en Roma la segunda fase de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, con la participación de 368 miembros, de los cuales 96 no son obispos, que también tienen voz y voto. La primera fase fue en octubre del año pasado. De México participan seis obispos y una religiosa: Por elección de nuestra Conferencia Episcopal: Gerardo Díaz Vásquez, Obispo de Tacámbaro; Oscar Efraín Tamez Villarreal, Obispo de Ciudad Victoria; Faustino Armendáriz Jiménez, Arzobispo de Durango; Adolfo Miguel Castaño Fonseca, Obispo de Azcapotzalco. Por nombramiento pontificio: Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de México, Presidente Delegado, y Sor María De Los Dolores Palencia Gómez. Participa también Mons. Jaime Calderón Calderón, Arzobispo de León, como miembro del Consejo Ordinario.

El objetivo de esta sesión es seguir discerniendo y proponiendo cómo avanzar para ser una Iglesia sinodal que realice mejor la misión que el Señor Jesús nos ha encomendado; es decir, cómo vivir la hermandad entre todos los bautizados, para que, desde nuestro respectivo carisma y ministerio, seamos un reflejo de la Santísima Trinidad, que es un solo Dios en tres Personas distintas. En la Iglesia, somos diferentes y cada quien, clérigos y laicos, tenemos la responsabilidad de ser luz y sal, para que haya santidad y gracia, verdad y vida, justicia, amor y paz, que son los valores que Dios quiere, para que vivamos mejor. La Iglesia, todos los bautizados, estamos llamados a esparcir estos valores, clérigos y laicos, en una colaboración fraterna y enriquecedora, no en competencias y pleitos de poder. La asamblea sinodal no es democracia en la Iglesia, sino participación y comunión, para continuar juntos la misión de Jesús, la salvación de la humanidad.

En la primera fase del año pasado, que fue como un desahogo para expresar muchas inquietudes que hay en la comunidad eclesial, salieron temas importantes, de los que se sigue discutiendo mucho con entera libertad. Por ejemplo, la posible ordenación diaconal y presbiteral de mujeres; la pastoral con personas de diferente orientación sexual; la mayor participación del Pueblo de Dios en la selección de nuevos obispos; la revisión de la forma como se prepara en los Seminarios a los futuros sacerdotes, etc. El Papa decidió dar una gran importancia a estos temas, pero quiso que no distrajeran de la finalidad explícita de este Sínodo, y por ello estableció diez grupos de estudio, que analicen estos asuntos con profundidad y hagan propuestas. Algunas voces pidieron que se revisara el celibato como requisito para ser sacerdote en la Iglesia latina, pero este asunto ya se ha tratado en muchas otras ocasiones; por ello, no se discute ahora. Tampoco se pone a discusión la constitución jerárquica de la Iglesia, pues algunos quisieran que ya no hubiera obispos, sacerdotes ni diáconos; pero esto no lo podemos cambiar, pues es de institución divina. En la Iglesia, hay otras formas de participar alternas y complementarias a un Sínodo de Obispos, como son las asambleas eclesiales, los encuentros eclesiales, los sínodos diocesanos y muchos otros organismos que existen, con mucha participación de no clérigos, sin perder el servicio de la autoridad jerárquica.

DISCERNIR

El Papa Francisco, al inaugurar esta segunda sesión del Sínodo de Obispos, ha sido muy claro:

“El proceso sinodal es también un proceso de aprendizaje, durante el cual la Iglesia aprende a conocerse mejor a sí misma y a individuar las formas de acción pastoral más adecuadas para la misión que su Señor le confía. Este proceso de aprendizaje implica también las formas de ejercicio del ministerio de los pastores, en particular de los obispos.


Cuando decidí convocar como miembros de pleno derecho de esta XVI Asamblea también a un número significativo de laicos y consagrados (hombres y mujeres), diáconos y presbíteros, desarrollando cuanto ya en parte estaba previsto para las precedentes asambleas, lo hice en coherencia con la comprensión del ejercicio del ministerio episcopal expresada por el Concilio Ecuménico Vaticano II: el obispo, principio y fundamento visible de unidad de la Iglesia particular, no puede vivir su servicio sino en el Pueblo de Dios, con el Pueblo de Dios, precediendo, estando en medio, y siguiendo la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada. Esta comprensión inclusiva del ministerio episcopal exige ser puesta de manifiesto y reconocible, evitando dos peligros: el primero, la abstracción que olvida la fértil concreción de los lugares y de las relaciones, y el valor de cada persona; el segundo peligro es el de romper la comunión contraponiendo jerarquía a fieles laicos. No se trata de sustituir la una con los otros, agitados con el grito: “ahora nos toca a nosotros”. No, esto no está bien; decir “ahora nos toca a nosotros, los laicos”, “ahora nos toca a nosotros, los sacerdotes”; no, esto no está bien. Se nos pide más bien ejercitarnos juntos en un arte sinfónica, en una composición que nos acomuna a todos al servicio de la misericordia de Dios, según los diferentes ministerios y carismas que el obispo tiene la tarea de reconocer y promover.

La presencia en la Asamblea del Sínodo de los Obispo de miembros que no son obispos no disminuye la dimensión “episcopal” de la Asamblea. Y esto lo menciono por si surge alguna tempestad de rumores que van de un lado para otro. Mucho menos pone algún límite o deroga la autoridad propia de cada obispo y del Colegio episcopal. Ésta más bien señala la forma en que está llamado a asumir el ejercicio de la autoridad episcopal en una Iglesia consciente de ser constitutivamente relacional y por ello sinodal. La relación con Cristo y entre todos en Cristo —aquellos que están y los que todavía no están, pero que el Padre espera— realiza la sustancia y modela en cada tiempo la forma de la Iglesia.

Y no olvidemos que el Espíritu es la armonía. Pensemos en aquella mañana de Pentecostés: había un tremendo desorden, pero Él construía la armonía en medio de ese desorden. No olvidemos que Él es precisamente la armonía; no se trata de una armonía sofisticada o intelectual, sino de un todo, es una armonía existencial” (2 octubre 2024).

ACTUAR

Tú, bautizado, aunque no seas obispo, sacerdote o diácono, eres miembro vivo del mismo cuerpo que es la Iglesia. ¿Cuál es tu identidad y tu misión? Sé parte viva y activa en tu parroquia, en tu comunidad, y no una célula muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a vivir la unidad en el amor y en el servicio, y venzamos las competencias y divisiones que son obra del demonio.

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