La Importancia de la Coherencia en la Educación de los Hijos

Un Desafío para los Padres

La semana pasada hablaba con una persona que desarrolla su labor atendiendo a familias desestructuradas. A raíz de su trabajo y su formación, además, llevaba un grupo de matrimonios con los que organiza coloquios y conferencias referidos al tema «familia y matrimonio».

Hablábamos de las dificultades de la tarea de ser padres y me espetó la siguiente afirmación: «Los niños lo perdonan todo, salvo la falta de coherencia».

Me pareció impresionante, particularmente viniendo de una persona acostumbrada a presenciar y ayudar en situaciones muy difíciles.

La coherencia. Es de las virtudes más difíciles de encontrar. Llevo meses buscando coherencia en libros de frases celebres y citas, y nunca la he encontrado como capítulo. Lo máximo que he alcanzado es alguna frase suelta y ninguna excesivamente afortunada.

Si es cierto que los hijos no perdonan la incoherencia, y probablemente lo es, los padres – quizás hablo por mi – lo tenemos MUY difícil.

Desde cosas tan nimias como el frecuente grito de guerra: «¡Te he dicho que no me chilles!!!!!», pasando por el «Si es la tía, dile que no estoy en casa» – después de haberle echado una filípica por haber dicho una mentira nimia, hasta llegar a decirles, en la puerta del parque temático: «Di que tienes siete años ¿vale?, solo por hoy tu tienes siete años», con el objetivo de ahorrarnos 14 euros cuando le llevamos a pasar el día como premio por habernos dicho siempre la verdad.

La coherencia es MUY difícil. Si la gente viviera de acuerdo a los pensamientos y reflexiones que publica en facebook, el mundo sería un lugar idílico.

Lo cierto es que estoy convencido de que como padres no nos queda más remedio. Ahí nos jugamos el todo por el todo.

Bien pensado probablemente tampoco sea tan difícil. La mayor parte de las incoherencias son nimiedades que, si prestáramos más atención o fuéramos menos comodones, podríamos fácilmente ser fieles a los criterios que intentamos trasladar a nuestros hijos.

Debemos recordar que, por el hecho de ser padres, vivimos en un escaparate perpetuo, no ya cara a los demás que poco nos debe importar, sino ante nuestros hijos. Podría parecer que ellos están en su mundo, con sus juguetes, su tele, o su tablet, ajenos a nuestras conversaciones y a nuestras idas y venidas, pero en realidad detectan cualquier cosa que digamos o hagamos y que no se corresponda con lo que a les exigimos.


¡Y qué alegría que sea así!. Eso no significa que estén vigilándonos «para pillarnos», como los malos profesores, simplemente que nos están observando constantemente porque somos su referente. ¿Acaso preferiríamos que su modelo fuera otra persona?

Nuestros hijos no necesitan que seamos perfectos, libres de errores, faltas y limitaciones, pero sí quieren y tienen todo el derecho a exigirnos que vivamos de acuerdo a aquello que les trasmitimos. ¿Qué menos?.

Probablemente una de las incoherencias más frecuentes de los padres es lo mucho que nos cuesta pedirles perdón. De nuevo, quizás, hablo por mi.

Siempre he dicho que los padres perfectos son aquellos que cometen entre cinco y diez errores diarios, ya que menos de cinco es absolutamente imposible (salvo que no estés con los niños, que es EL GRAN error). Pero si mi hipótesis es cierta y no bajamos de las cinco meteduras de pata, ¿porqué no pedimos perdón al menos ese mismo número de veces cada día?

Diré, en nuestra descarga, que muchos de los errores que cometemos los padres en nuestro día a día nos pasan desapercibidos; otros sólo los detectamos cuando con la luz apagada hacemos repaso al menos, de los momentos conflictivos del día y nos damos cuenta de que teníamos otras cinco opciones y cualquiera de ellas hubiera sido mejor; y algunos, sólo algunos de esos errores, los detectamos sobre la marcha y, desgraciadamente, intentamos ocultarlos para que no se nos note demasiado, estropeándolo aún más. Esas son las grandes oportunidades perdidas.

En el libro de Içami Tiba «Quien ama educa», leí que los padres debíamos comportarnos ante nuestros hijos en todo momento tal y cómo esperamos que ellos se porten cuando nosotros no estamos presentes. ¡Qué buen criterio!, tan concreto además. Es difícil: se trata de vivir como si fuéramos invitados en nuestra propia casa (se acabó el poner los pies en la mesa, salir descalzos de la habitación o decir una palabra malsonante).

Es posible que sea difícil, pero si lo logramos, fíjese que gran logro: no sólo usted ha vivido elegantemente – como espera que sean se comporten sus hijos -, mucho más aún, habrá sido un ejemplo de coherencia para sus hijos.

No se me ocurre ninguna aspiración mayor.

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