Sínodo para la sinodalidad: Lo que todos esperamos de la Iglesia Católica

Construyendo una Iglesia que Escucha: Desafíos y Esperanzas del Sínodo

En sus anhelos y esfuerzos por un mundo mejor y por una Iglesia universal más cónsona, más conforme y sintonizada con el evangelio de Jesucristo y, por ello, con el hombre y el mundo de hoy, el Papa Francisco, el año 2021, convocó a la Iglesia Católica a un Sínodo sobre la Sinodalidad que – después de contemplar y recorrer diferentes etapas en todo el orbe católico – tendrá su momento conclusivo – aunque no final ni definitivo – este próximo mes de octubre 2024.

Etimológicamente la palabra “sínodo” proviene de dos vocablos griegos: «syn» (que significa «juntos») y «hodos» (que significa «camino»). Por lo que el término español “sínodo” significa «caminar juntos». En la Iglesia Católica la convocatoria y realización de un “Sínodo” es una asamblea en la que obispos, convocados y reunidos por el Papa, reflexionan sobre temas y experiencias sociales y eclesiales actuales, con el propósito de encontrar – en la tarea evangelizadora de la iglesia en el mundo – soluciones pastorales que tengan validez y aplicación para las iglesias particulares (diócesis) y para la Iglesia universal.

El Papa Francisco escogió como tema de este sínodo el de LA SINODALIDAD, con el lema de “POR UNA IGLESIA SINODAL: COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN”. La convocatoria, el acontecimiento, el tema y el lema sinodal, nos dan – de entrada – pautas sobre la Iglesia que sueña y quiere el Papa Francisco para esta coyuntura de la historia de la humanidad: una Iglesia, es decir, una comunidad de hijos de Dios y de discípulos de Cristo en la que aprendamos a “caminar juntos”.

  • En la COMUNIÓN de la fraternidad evangélica por el vínculo del amor, que brota del reconocimiento de que todos somos hermanos, hijos del mismo Dios y Padre y que nos desafía a la construcción de la paz o reinado de Dios en la unidad querida por Jesucristo: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti.” (Jn 17,21-23)
  • Una Iglesia en y para la PARTICIPACIÓN que, con Cristo como centro y cabeza, reconoce la igualdad de todos como hijos de Dios y la diversidad de talentos, dones, carismas y capacidades de todos sus miembros, para la construcción de la misma Iglesia como la familia de Dios en el mundo, y de ésta, como un espacio de misericordia y de acogida para toda la familia humana.
  • Una Iglesia en MISIÓN: es decir, una Iglesia de discípulos de Cristo que no se esconden en las sacristías, sino que se saben enviados, en camino, en marcha permanente, de salida, con la tarea de iluminar la vida de los hombres y de la humanidad con la luz del Evangelio, siendo – por las buenas obras – “luz y sal” de la tierra (Mt 5,13 ss) especialmente en medio de los seres humanos y situaciones de “tinieblas y sombras de muerte”. (Is 9,2; Mt 4,6).

Este Sínodo sobre la Sinodalidad se ha desarrollado mediante varias fases:

  • La celebración de la apertura
  • La consulta al pueblo de Dios
  • El discernimiento de los pastores
  • La implementación para una Iglesia sinodal.

Fases que, a su vez, se han desarrollado mediante distintas etapas, encuentros, consultas, etc. El Sínodo para una Iglesia Sinodal ha sido un recorrido de cuatro años (2021 – 2024) con el que se espera una renovación de todos los que somos y hacemos Iglesia Católica en el mundo.


Me permito aquí subrayar algunos de los desafíos o rasgos que los católicos y la humanidad entera espera de la Iglesia Católica en su ser y misión, para que ésta sea cada vez más e indefectiblemente la Iglesia de Jesucristo en el mundo. Rasgos que anhelamos se subrayen y vivan en la iglesia, a partir de las conclusiones de este Sínodo que empezarán a conocerse a partir de octubre próximo.

  • Que la Iglesia sea comunidad de hombres y de mujeres que encuentran la felicidad en el mundo en la salvación que proviene de Jesucristo y de su Buena Nueva (evangelio). Salvación que coincide con los anhelos de felicidad y de verdad de todo ser humano y que consiste en vivir la misma vida de Jesús: hijo de Dios y hermano de todos. “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20)
  • Comunidad de hombres y de mujeres que viven su credo no como un conjunto de prácticas de ritos y tradiciones sino como un estilo de vida. Creyentes en Cristo que están en el mundo, pero, para transformarlo, viven según la lógica del Evangelio. Lógica que es sabiduría de Dios y de la cruz. Porque “ustedes están en el mundo, pero ustedes no son del mundo” (Jn 8,23-32)
  • Una comunidad de creyentes en Cristo capaz de conversión y de humildad, de reconocimiento del propio pecado (personal y comunitario) y de la necesidad de perdón. Comunidad de fe que sea capaz de escuchar, dialogar, comprender y perdonar, al interior y al exterior de ella misma, con la confianza puesta siempre en el poder de Dios que es su misericordia y no en el dinero, en las tradiciones o en los poderes del mundo.
  • Una comunidad de creyentes que viven la novedad de la vida cristiana siendo en el mundo espacio de misericordia para todos, como Jesús lo fue en su pueblo y tiempo, especialmente para los más necesitados de la Luz del Evangelio y del testimonio del amor de Dios en los cristianos.
  • Una Iglesia que se entiende a sí misma no como una pirámide de poderes, títulos, burocracia, honores y privilegios sino como Pueblo de Dios, como Sacramento de Cristo en el mundo mediante el amor y la compasión, como comunidad de amor con Cristo al Centro que nos hace uno, como luz en medio de las tinieblas. Iglesia-comunidad de los hijos de Dios y creyentes y discípulos de Cristo en la que la autoridad se entiende no como poder que oprime sino como responsabilidad para el servicio. “Entre ustedes el que quiera ser el primero, que se haga el último, el servidor de todos” (Mc 9,35)
  • Iglesia de creyentes en Cristo y en su evangelio, de hombres y mujeres que se saben enviados en el mundo para la construcción del reinado de Dios mediante el mandamiento del amor. Tarea que coincide con la construcción de la paz, de la civilización del amor y de la cultura de la vida.
  • Una iglesia que se construye, con sentido de pertenencia, corresponsablemente entre todos, en el vínculo de la unidad, al interior y hacia el exterior de la Iglesia. Unidad, por el vínculo del amor que no es uniformidad y que se constituye en el mejor testimonio de la presencia de Cristo Viviente entre los cristianos. Unidad y tarea ecuménica, por el mandamiento del amor, que se extiende a todos los hombres, a la entera humanidad, como manifestación de la catolicidad, vale decir, de la universalidad, en el reconocimiento de que todos somos hijos del mismo Dios, Creador y Padre bueno.
  • Comunidad de hombres y de mujeres, que se saben siempre acompañados y consolados por el Espíritu Santo, Espíritu del Resucitado que está siempre con nosotros todos los días (Mt 28,20) y que nos anima: “En el mundo tendréis tribulaciones, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). De tal manera que vivimos en fe, con la confianza-esperanza humilde puesta siempre en Dios, incluso cuando no hay esperanza (Rm 4,18)

Y, sobre todo, que estos anhelos y esfuerzos por una Iglesia Sinodal y un mundo mejor, se trasladen de los foros y documentos a los programas pastorales de las iglesias particulares, para que sean vividos cada día – como programa de vida – por cada uno de los discípulos de Cristo: laicos, consagrados y ministros ordenados.

Mario J. Paredes es miembro de del Consejo General Directivo de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.