Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 29 de septiembre, de 2024, titulado: “Los mandamientos del Señor alegran el corazón”.
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Números 11, 25-29: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta”
Salmo 18: “Los mandamientos del Señor alegran el corazón”
Santiago 5, 1-6: “Sus riquezas se han corrompido”
San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48: “El que no está con nosotros, está a nuestro favor. Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela”
¿Por qué las heridas del mundo? Las guerras, las desigualdades, las migraciones, los crímenes, tienen en el fondo el mismo origen: el egoísmo y la ambición del hombre. El Apóstol Santiago con fuertes imágenes recrimina a quienes todo tienen, no porque lo tengan sino por las injusticias sobre las que se han fincado sus fortunas. “El salario que ustedes han defraudado… está clamando contra ustedes”. ¿Por qué no vivimos como hermanos? ¿Por qué construir muros en lugar de puentes?
Cuando todo parece a favor, cuando hay muchas cosas que nos unen, ¿por qué tienen que aparecer esas pequeñas diferencias que vienen a obstaculizar la unión frente a los gravísimos problemas? ¿Por qué la mezquindad y el sectarismo no permiten que enlacemos los brazos y las fuerzas para afrontar las dificultades? Hay ejemplos maravillosos de lo que puede lograr un pueblo unido. Ya recordábamos en estos días el impresionante ejemplo que dio México en los sismos que han sacudido la capital. Se recuerda la tragedia, pero también se recuerda con emoción la entrega y generosidad de un pueblo que se une para levantarse de tan ingente desastre. Pero después aparecen los individualismos, las envidias y el egoísmo. Pasa en todos lados, lo mismo en el gobierno, en las organizaciones y hasta en la Iglesia. En el episodio que nos narra san Lucas nos revela que también sucede entre los apóstoles. En la narración se pone en evidencia un estridente contraste entre la mezquindad de los apóstoles, su puntilloso celo de grupo, y la generosidad, la tolerancia y el espíritu abierto de Jesús. Los apóstoles descalifican a aquel hombre “porque no era de los nuestros” y se lo prohíben, aunque lo que estaba haciendo era expulsar demonios como era la misión de ellos mismos.
Ahora que la crisis arrecia cómo nos vienen bien estos ejemplos. Hay muchos que están buscando el bien de nuestra patria, hay quienes se dicen dispuestos a grandes sacrificios, pero se necesita abrir el corazón y los oídos a las propuestas de los demás. Hay descalificaciones tan sólo porque no es de nuestro grupo y se cierran grandes posibilidades. Hay fuertes polarizaciones que producen desencuentros y rivalidades. La solución es la acogida, la escucha y la colaboración, más que la conquista y el tratar de hacerlos de los nuestros o de imponer nuestra idea por la fuerza. A veces es más fácil criticar que abrir el camino, descalificar que poner manos a la obra. Sin embargo hoy Jesús nos enseña que ni el sectarismo ni la intolerancia tienen sitio en la comunidad cristiana. No puede haber envidias porque otros hagan el bien ¡Lo importante es que se haga! Jesús nos hace una llamada a la tolerancia, al respeto, a la alegría por el bien hecho sin importar quién lo haga. El discípulo, de ayer y de hoy, ha de saber valorar y trabajar, hombro con hombro, con todo aquel que busque el bien y luche por un mundo más justo y fraternal. Nadie que esté en búsqueda de la justicia deberá sentirse sólo y menos en oposición con el verdadero cristiano. Quien se entrega a favor de los débiles, de los humillados y abandonados, sea quien sea, en realidad está buscando el Reino de Dios, se de él cuenta o no, pero Dios lo sabe y debemos unirnos a su tarea.
Jesús manifiesta su clara su opción por el Reino, por una parte está abierto a todos los hombres y mujeres, sean quienes sean, vengan de donde vengan, pero exige radicalidad. Y si de momento pareció todo generosidad, después pronuncia palabras fuertes y claras sobre el escándalo de los pequeños y ser ocasión de pecado. Así como el vaso de agua y los detalles que han tenido en cuenta a los pequeños, no quedarán sin recompensa; los hechos y gestos que dañen y perjudiquen a estos mismos pequeños, no quedarán impunes. Se ha visto tradicionalmente como escándalo, la descomposición y corrupción de costumbres en modas y espectáculos, sobre todo en el campo del sexo. Y tiene su importancia, pues a veces nos hemos acostumbrado a un ambiente de hedonismo, permisividad y de desprecio de la persona que ya nada nos escandaliza. En esto debemos tener mucho cuidado, pero no sólo en eso: la desigualdad y la injusticia hoy son verdaderos escándalos que nos están llevando al fracaso, a la falta de solidaridad y a la marginación de los más débiles. La violencia, los crímenes, los ataques a la libertad, son verdaderos escándalos que debemos de “cortar” en nuestra sociedad.
Hay quien ha tomado en serio estas exigencias de Jesús y ha comenzado a mutilar sus miembros, como si con tan sólo cortar el miembro tuviera asegurada la participación en el Reino. Jesús va mucho más allá. Expresa una exigencia de radicalidad en nuestra vida y una apertura a los valores del Reino que nos llevan a dejar a un lado todo lo que sea egoísmo. Miremos la misma actitud de Jesús. Abramos los ojos y descubramos la gran cantidad de personas y grupos que trabajan por la vida y siembran el Reino, que ayudan, sonríen y luchan. Acojámoslos y alegrémonos con ellos, unamos nuestros esfuerzos a los de ellos. Después miremos nuestra vida: ¿qué necesito para ampliar en mis horizontes? ¿Qué cáncer debo cortar? ¿Cómo voy a construir el Reino con los que son diferentes?
Señor Jesús, que con tu perdón y tu misericordia, nos das la prueba más delicada de tu amor, apiádate de nosotros, pecadores, para que seamos capaces de abrir nuestros brazos al que es diferente y no desfallezcamos en la lucha por construir tu Reino. Amén.