San Hesiquio, 3 de octubre

En la hagiografía hay bellísimas historias de fidelidad y ternura de hermanos en la fe cuyas vidas se entrecruzaron y unieron indisolublemente hasta el fin de sus días. Ejemplos de lealtad y gratitud entre discípulo y maestro nutridas en la memoria cotidiana de su oración, que ni siquiera la muerte logra separar. Es el caso de san Hesiquio, al que la tradición recuerda vinculado a su maestro, san Hilarión. Para él no existieron distancias geográficas y salvó todo escollo corriendo a rescatar los restos del hermano amado con objeto de seguir venerándolos. Tan relevante fue para la vida de san Hilarión, que aparece reflejado en su biografía. Y ella permite reconstruir la grandeza de este monje que, habiendo recibido la invitación de Cristo para seguirle a través de san Hilarión, durante un tiempo se convirtió en una especie de heraldo suyo y cuando murió lo buscó afanosamente hasta dar con sus restos.

Se le sitúa en Palestina, en el siglo IV. Allí conoció Hesiquio a ese apóstol y taumaturgo que iba camino de Egipto. Seducido por el amor de Cristo y de las bendiciones del yermo, a través de las palabras y el testimonio de Hilarión, que se había forjado en la fe junto a san Antonio Abad, Hesiquio ya no se separó de su lado y se fue con él a Egipto. Pero los prodigios obrados por Hilarión ensombrecían sus aspiraciones de soledad. Y decidió buscar otro lugar más apartado en el que anónimamente pudiera seguir alabando a Dios. Un día, sin decir nada, partió a Sicilia. Y Hesiquio, consternado, lo buscó con denuedo durante tres años por el desierto y enclaves de salida del país, como los puertos egipcios. De Egipto partió a Grecia convencido de que la búsqueda que hasta ese instante era infructuosa, daría resultados.


Pronto constató que la fama, indeseada para Hilarión, le perseguía, ya que en el Peloponeso le dieron noticias de un monje venerable que estaba en Sicilia al que enseguida identificó con su maestro. No se equivocó. En Pessaro encontró su morada, «cayó de rodillas a sus plantas y bañó con sus lágrimas los pies de su maestro». Como tampoco allí había logrado pasar desapercibido, Hilarión manifestó su deseo de irse a otro sitio. Hesiquio le sugirió refugiarse en Epidauro (Dalmacia, Ragusa), pero como le seguían las gentes, ambos viajaron a Chipre. Aún habría deseado Hilarión trasladarse a otro lugar, pero Hesiquio veía que en su avanzada edad no era lo mejor para él, y logró convencerle de que viviera en un apartado lugar de la isla. Dos años más tarde, Hesiquio regresó a Palestina en viaje apostólico, instado por Hilarión. Portaba el mensaje que éste enviaba por su mediación a los hermanos que quedaron allí. Además, debía visitar el monasterio de Gaza. Pero en el transcurso de este viaje, su maestro murió dejándole como legado los Evangelios y algunas modestas prendas. Fue sepultado cerca de Pafos. Cuando supo la noticia, Hesiquio, temeroso de que los ciudadanos pudieran hacerse con sus restos, viajó a la isla y tuvo que esperar diez meses haciéndoles creer que pensaba establecerse allí como monje hasta que pudo recoger el cuerpo de su maestro y transportarlo a Palestina en medio de incontables dificultades y peligros. Allí lo enterraron en el monasterio fundado por él en Majuma, su ciudad natal, acompañado de una gran muchedumbre de laicos y monjes. Años más tarde, Hesiquio murió en este mismo lugar.

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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