El 15 de agosto celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos. Esta es una fiesta en la que, año tras año, damos gracias a Dios al recordar que la Virgen fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Este hecho singular resalta que María, madre de Jesús, está en el cielo con un cuerpo glorioso.
Con motivo de esta solemnidad, he decidido grabar una serie de breves capítulos, de unos 10 minutos cada uno, sobre la relación entre el cuerpo y la gracia. La Asunción nos invita a reflexionar sobre esta interrelación, destacando que María fue llevada al cielo no solo en su alma, sino también en su cuerpo.
En este primer capítulo, quiero abordar la cuestión fundamental de la relación entre el alma y el cuerpo. ¿Tenemos realmente un alma y un cuerpo? Me remito a dos experiencias clave para entender esta relación.
La primera experiencia es la del cuerpo. Todos experimentamos sensaciones físicas como el dolor de cabeza, el cansancio o el hambre. Pero también hay en nosotros un principio no corpóreo, una dualidad que no se reduce a dos cosas separadas, sino a dos dimensiones que coexisten: el cuerpo y el espíritu o alma. Este principio de libertad, que llamamos espíritu o alma, nos permite tener autoconciencia y reflexionar sobre nuestras acciones, algo que no es posible en los animales.
La segunda experiencia es la unidad entre cuerpo y alma. Estas dos dimensiones no están simplemente conectadas, sino que están unidas profundamente. Cuando acariciamos a alguien, es nuestra alma la que está expresando un cariño espiritual, no solo un gesto físico. Esta unión también se manifiesta en cómo nuestros estados interiores, como el cansancio, afectan tanto al cuerpo como al alma.
Los griegos, como Aristóteles, propusieron que el alma es la forma del cuerpo, haciendo que nuestro cuerpo sea espiritual. Somos una unidad sustancial de cuerpo y alma, un misterio que refleja la existencia de Dios. Reconocer esta unidad nos lleva a comprender la dignidad intrínseca de nuestro ser, tanto en lo físico como en lo espiritual.
Para finalizar este primer capítulo, sugiero algunos ejercicios simples para experimentar esta dualidad y unidad en nuestra propia vida. Observa los ojos de una muñeca, un animal, y luego de una persona enamorada. La diferencia en la profundidad de la mirada revela la presencia de un alma en la persona. Otro ejercicio es la auto-reflexión: pínchate el brazo y piensa si realmente eres solo piel y huesos, o si hay algo más profundo que te define.
Estos ejercicios nos ayudan a entender que la relación entre cuerpo y alma es fundamental y que el materialismo, al negar esta realidad, se convierte en una ideología que no responde a nuestras experiencias más básicas.