La humanidad está entrañablemente unida. No hay hilos sueltos en la historia; pretenden desprendernos de las épocas, las generaciones y las civilizaciones es un esfuerzo infructuoso. El aprendizaje está sujeto al modelaje y así se configura el crecimiento de las sociedades. En la llamada Teoría del Conocimiento, o como se le conoce ahora, la Crítica del Conocimiento, hay una importante pretensión por llegar a conocer cómo se produce el conocimiento verdadero, es decir, procurar desentrañar los procesos mentales por medio de los cuales sabemos cómo conocemos. Este paso garantiza que estamos siendo conducidos hacia la verdad del objeto y que nos vamos distanciando de la gnoseología del error.
Una de esas dimensiones que nos une y nos identifica en la historia es el conocimiento. El discurso lógico-racional impide que se rompa la unidad ontológica del pensamiento, la cual va diferenciándose con las respuestas dadas en cada época y en cada circunstancia. Es así como la humanidad fue avanzando del mito a la razón. Después de definir la cosmovisión con leyes espirituales que rigen mágicamente su desarrollo, de considerar las leyes naturales como explicación del “nóumeno”, la humanidad llegó a la razón. Ubicar históricamente el “Milagro de la Razón” no es una tarea fácil. Es decir, identificar cuándo dimos el paso de una sociedad mítica-naturalista a una sociedad “racional” no podemos ubicarlo con precisión en el tiempo y en el espacio.
El filósofo y antropólogo francés, Jean-Pierre Vernant, sugiere, más que un momento, un evento para identificar este inicio: “el advenimiento de la ciudad, de la polis, que implica un cambio de mentalidad, el descubrimiento de otro horizonte intelectual, la elaboración de un nuevo espacio social. La ciudad es un cosmos circular centrado, donde cada ciudadano manda por turno y todos son semejantes”. La llegada de la polis impulsó el uso de la razón en la asunción de varias categorías. Por una parte, la forma circular, todos están incluidos, son parte del espacio. Por otra parte, la elaboración de un espacio social, lo cual significa corresponsabilidad: una casa común, y por último, la razón contribuye a que en la polis nos demos cuenta de que cada ciudadano manda por turno. El advenimiento de la razón como punto de partida para una cosmovisión no anula la visión mítica, antes bien, describe un nuevo horizonte intelectual.
Estamos en el umbral de un nuevo proceso para reconocer que “mandamos por turnos y que somos semejantes”. El día de las elecciones es para recordar las “lecciones” que debimos aprender y no lo hicimos por estar transitando rumbos equivocados. La democracia venezolana no solo se ha debilitado, se ha desnaturalizado. Alguien nos dijo: “hay que sembrar el petróleo”. Hicimos caso omiso, se convirtió en el encanto que defraudó las esperanzas de todos y enriqueció la vida de pocos. Hoy, de aquellas “reservas más grandes del mundo” queda el anhelo de un país empobrecido, una sociedad dividida y una nación devastada.
Años más tarde, otra voz nos aconsejó: “si Venezuela no reconsidera su rumbo político, tendrá que ser socorrida por la Cruz Roja Internacional”. De esta lección tampoco aprendimos. Se secaron nuestros campos, murieron nuestras vacas, el café del occidente, el cacao de la costa y el maíz de la arepa. En nuestra patria, la pobreza es pragmática. Resulta conveniente. Salir de ella no es una acción unidireccional, es recíproca: un Estado que crea las condiciones y un ciudadano que las aprovecha. Esta es la razón por la cual Jesús en el Evangelio le pregunta al paralítico de la piscina de Betesda: “¿Quieres curarte?” (Jn 5,6). Abandonar la pobreza es también una decisión.
En Angostura, también una voz nos sugirió: “Moral y luces son los pilares de la patria, Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”. La primera y gran necesidad de una sociedad es alimentar la razón y la educación es el legítimo proceso para eso. No fue suficiente con que algunos de nuestros compatriotas fueran a estudiar al extranjero; también debimos hacer de Venezuela un país creyente en la educación. Desde que soy un niño, recuerdo que los maestros siempre protestan por mejoras en el salario, -y mi mamá entre ellos-. Una escuela descuidada, víctima de la delincuencia, es la mejor evidencia de no haber hecho la tarea. La voz de Angostura sigue sonando convenientemente y nuestra educación está en el peor de los niveles.
Son muchas las (E)lecciones que no dejaron la huella necesaria. Quizá la más delicada y evidente es no haber podido relacionar el triángulo cívico: ciudad-democracia-razón. Creímos en nosotros mismos, nos confiamos. Pensamos que cuidaremos el tesoro que heredamos de quienes consolidaron el proyecto político nacido en 1958. La democracia es frágil y quienes la ejercemos somos imperfectos. No se trata de votar, se trata de elegir. No es solo un cambio político, es un paso a la construcción de un país “normal”. Que estas elecciones nos ayuden a aprender las lecciones.
Pbro. Luis Eduardo Martínez Bastardo – Director de la Escuela de Lìderes Católicos de Valencia