Hace una semana estaba entrando en Santiago de Compostela con otras 89 personas después de haber el hecho el Camino durante 5 días.
Hoy me siento a rememorar lo vivido con un profundo agradecimiento por todo lo recibido. Quiero recordar la experiencia y pasarla de nuevo por el corazón ordenando mis pensamientos y a mi yo.
Y es que la vida es un campo enorme de oportunidades, sorpresas y regalos. Como decía Agustín, un buen amigo de mi amigo Martín, “es bueno haber nacido”.
Llevaba bastante tiempo queriendo hacer el Camino, pero tengo que reconocer que inconscientemente estaba esperando a que de alguna forma el plan de viaje y toda la organización lloviera del cielo.
En este tiempo, no me han faltado posibles acompañantes. Todos maravillosos y seguro que grandes compañeros de viaje. Y es que cuando sale el tema de hacer el camino de Santiago todavía no me ha ocurrido que mi interlocutor me diga que no tiene ningún interés en hacerlo. Todo el mundo, el que más o el que menos, tiene la curiosidad de hacerlo por primera vez o incluso muchas veces, de repetirlo.
Así, un año más parecía que mi deseo se iba a quedar en eso, en un deseo, pero no ha sido así. Para mi sorpresa la Universidad había organizado una peregrinación y yo, como mentora, había sido convocada a participar. Una llamada en toda regla. Pienso que el santo D. Santiago estaba ya un poco cansado de que cada año le pidiera que me llevara y decidió hacerlo.
Y así comenzaba mi camino de Santiago, por trabajo. Acompañando a 85 jóvenes junto a otros 4 formadores, todos grandes personas y compañeros. Pero las cosas no son cómo comienzan sino cómo acaban.
Me iba a caminar. Salía de casa como una caminante en toda regla. Equipada con todo lo recomendado por los expertos, con mucha ilusión y alguna que otra expectativa. Y aunque ofrecí el camino por varias intenciones mías y de otras personas, no puedo negar que iba con cierto espíritu de turista. Pero por el camino algo pasó que me convirtió en peregrina.
Y es que no es lo mismo ir de turista o de simple caminante que peregrinar. ¿Lo has pensado?
Como todo en la vida, es la forma en la que nos posicionamos ante las cosas la que marcará en gran medida lo que encontraremos. Nos podemos quedar en la superficie de la realidad o ir a lo profundo. Podemos mirar el camino como un simple (que no fácil por la exigencia) devenir de etapas hacia un destino o podemos dejar que nos envuelva y empape con cada acontecimiento vivido. Con cada persona. Con cada conversación. Con cada silencio. Con cada paso… Y es que el peregrino busca; no se conforma con visitar y poner un check en la lista de destinos.
El peregrino afronta el camino sabiéndose un pequeño eslabón de una cadena de pasos que durante siglos muchos han dado antes que él. Con una mirada profunda que le hace no solo ver sino ir más allá de lo aparente para poder asombrarse y agradecer cada paso dado.
Es la mirada de aquel que se pone en camino con la esperanza de llegar a un destino, a Santiago. Es la mirada de aquel que sabe que no camina solo y se deja acompañar, acompañando a su vez a otros. Es la de aquel que sabe que vendrán etapas duras; muchas cuestas arriba pero que todo es para bien.
Es la mirada de alguien que es capaz de vivir y saborear cada momento del ahora. Que se vive en el “ya, pero todavía no”. En definitiva, es la mirada del que se sabe vulnerable pero aun así no deja de caminar porque confía en esa meta, en esa llegada. Es la mirada de aquel que sabe que la vida misma es un caminar.
Siempre me ha gustado la expresión de que somos peregrinos en la tierra y que caminamos hacia el cielo, nuestra meta. Nuestro Santiago.
Somos Homo Viator. Estamos de paso e incluso aunque no tengas fe, estoy segura de que es posible que te veas así, como un peregrino camino de la felicidad, de la plenitud. Buscador del sentido de tu vida y sabiendo que ésta es un viaje.
Me gustaría terminar con una invitación. Me lo digo a mí misma y lo dejo aquí para compartirlo contigo. Cada día en tu camino, abre los ojos y no dejes de buscar. Abre tus oídos y déjate acompañar. Haz silencio para escuchar a los otros y a los anhelos de tu propio corazón sabiendo que está bien hecho. Camina apoyándote en los bastones de la esperanza y la caridad. No te olvides de meter en tu mochila a aquellas personas que quieres, tus amores y todos tus dolores. Sonríe. Y, por supuesto, no dejes de levantar tu mirada hacia Santiago.
¡Buen camino!