Querida hija,
Necesito decirte que lamento mucho finalmente haberte dejado perder. Lo propio es que los padres se dejen ganar pero no que permitan que sus hijos pierdan. Han sido casi dos semanas de difícil, tenso y duro enfrentamiento, pero finalmente no he tenido más fuerzas y he preferido que pierdas a mantener la batalla.
Es necesario que sepas que en una discusión siempre gana el primero que pide perdón. Puede que te parezca paradójico pero así es. Incluso si el que pide perdón no ha hecho nada por lo que deba mostrar arrepentimiento. Cuando pedimos perdón el contrario solo puede ceder y perdonar o mantenerse ofendido y demostrar así que ya no tiene nada que ganar.
A lo largo de estas casi dos semanas he insistido en que pidas perdón, pero no lo has conseguido y yo, sinceramente, no estaba dispuesto a mantenerme en la distancia. No podía más así que en realidad, como en la mayoría de las discusiones, hemos perdido los dos.
No me ha resultado nada fácil mantenerme tan distante, aparentar tanta frialdad ni estar todo este tiempo sin decirte ni una sola ocasión que te quiero del todo. Creí que mi actitud lograría vencer tu orgullo, pero veo que has salido a padre.
Lo lamento. El orgullo es mal consejero y peor compañero. Sé de lo que hablo. Es cierto que nadie está libre de él pero hay maneras de mantenerlo controlado, al menos eso dicen. Yo tengo tanto orgullo que te confieso que llego a creer que nadie tiene más que yo. Hasta ese punto llego.
¿Te has dado cuenta de que en estas casi dos semanas las pocas veces que hemos mantenido una conversación era para que nos pidieras algo? A veces he llegado a pensar que simplemente pedías para que te dijéramos que no y así mantener el pulso en todo lo alto.
Sabes que siempre os hemos dicho que si pedís algo es porque puede que digamos que sí, pero también existe la posibilidad de que digamos que no, y que tenéis que admitir ambas opciones ya que de lo contrario nos estáis intentando imponer vuestra voluntad y pedir es una forma retórica de anunciarnos lo que vais a hacer.
Cuando te negamos algo respondes como si te negáramos aquello a lo que tienes derecho. Si tuvieras derecho no tendrías que pedirlo, como el desayuno, la cama, ni el colegio. No tienes que pedírnoslo.
En realidad sería bueno que entendieras que gracias a Dios, literalmente, tienes cubiertos todos tus derechos, y vivimos 24 horas al día, siete días a la semana, y cada día del año rodeados de privilegios.
No tienes derecho a tener un cuarto para ti sola, ni siquiera por ser la mayor.
No tienes derecho a tener perro. Ni a montar a caballo. Ni a llegar a las 23:30 cuando sales. Ni a tener teléfono móvil y que nosotros te lo paguemos.
Todo eso son privilegios. Superficiales, caprichosos, evitables.
No tienes derecho a tener hermanos, pero tienes el privilegio de tener 2 hermanas y un hermano maravillosos. Es cierto que ahora parece que solo aprecias sus defectos y que solo percibes que invaden tu espacio vital, pero esa forma de mirarles te está impidiendo disfrutar de todas sus virtudes.
No tienes derecho a ir al colegio. Ya no. Tampoco lo considero un deber, como muchos padres piensan. Es un auténtico privilegio que por culpa de nuestras sistemáticas críticas al sistema quizá te hemos hecho creer que era un castigo. Perdona si te hemos llevado al equívoco. Es cierto, el sistema de enseñanza en España es manifiestamente mejorable, pero infinitamente peor es no tener colegio.
Llevo años como profesional diciendo que la adolescencia es el único mal que cura el tiempo pero como padre primerizo a menudo tengo miedo. Tengo miedo de que lo que veo en ti no sea temporal. Que ahora que estás definiendo tu personalidad te encasquilles en esto que estamos viendo.
Me tranquiliza saber que todo el mundo a tu alrededor, fuera de casa, percibe tu dulzura – esa que siempre has tenido y que tus hermanos hace años que no conocen.
Todos hablan de tu simpatía, de tu sonrisa, de tu gran responsabilidad y de tu agradable conversación. Esa es la hija que siempre he querido tener y que, cuando así me hablan de ti, reconozco al instante.
Hija no permitas que el orgullo te domine. Cuando te enfades con alguien no pienses que actuar al cabo del tiempo como si nada hubiera ocurrido hace que todo se solucione, tan solo aumenta la distancia entre los dos, aunque las buenas formas cubran temporalmente los espacios. Aprende a disfrutar del privilegio que es vivir. Cada bien que poseas, cada suceso que te ocurra puedes considerarlo un derecho, una desgracia o un privilegio. Al final poseerás lo mismo y te ocurrirán las mismas cosas, pero si lo vives como un privilegio disfrutarás infinitamente más de la vida.
Y aprende a pedir perdón. Si lo logras podrás ganar en cualquier discusión.
Te quiero del todo. Papá.