Pendiente tengo una catequesis sobre los Sacramentos, y buscando este artículo para que lo leyeran antes de venir, me he dado cuenta de que quizás no está publicado. Es un fragmento del libro «En tu nombre echaré la red», (súper agotado), que publiqué en 2009. Aquí lo dejo, tal cual se publicó entonces.
Desde mi llegada a Nules, todavía como seminarista, en octubre de 2001, hasta el día de hoy he ido armonizando ejemplos y doctrina, alrededor de los Sacramentos y de los Mandamientos. El convencimiento de que la nueva evangelización propuesta por el Papa Juan Pablo II, comienza explicando el Catecismo a los adultos y, sobre todo, el que D. Miguel León, párroco entonces de Nules me encargara la catequesis de confirmación del pueblo durante tres años seguidos hizo que me dedicase a preparar una catequesis de cada Sacramento.
Después fui nombrado capellán del Santuario de Tejeda y prediqué los sermones que correspondieron a los pueblos que entonces atendía, Henarejos, Garaballa y Aliaguilla. Eran muy parecidos a las clases de las catequesis de confirmación y, por su sencillez, gustaban a la gente.
El año 2007 prediqué la Novena del Cristo de la Salud de Minglanilla, un mes después de haber predicado toda la novena de mi pueblo en honor de la Virgen de las Nieves; por fin, al darme cuenta este 2009 en Mota de Altarejos que todavía recordaba muchas de las cosas que dije en dichas ocasiones, y para obedecer a tantas personas que a lo largo de estos años me han pedido que pusiera por escrito lo que decía en los púlpitos.
He repartido los ejemplos más ilustrativos y las catequesis más provechosas entre los Sacramentos y los Mandamientos de la Ley de Dios, quedándose, eso sí, algunas cosas en el tintero, para dejar opción a otra ocasión. Hay que decir que no son clases de Teología, son enseñanzas dirigidas a gente sencilla que pidieron ser instruidas como los niños.
Los Sacramentos son signos que cumplen lo que prometen. ¿Qué significa? Signo es una realidad que se refiere a otra, como una bandera nos recuerda a nuestro país, una foto a una persona querida… Sin embargo, ni la bandera ondea con el país entero encima del mástil ni la fotografía hace presente realmente a la madre muerta. En cambio, el agua del Bautismo limpia realmente, el óleo de la Ordenación Sacerdotal consagra al ministro de Cristo, etc.
El semáforo rojo, aunque no te pares, no se baja de su puesto para perseguirte, ni el policía local consigue detenerte con su silbato. Los Sacramentos, aunque el sacerdote sea indigno, el lugar pequeño, o el día laborable, cumplen las palabras y su efecto se hace notar en nosotros. Además, cuando el sacerdote administra un Sacramento es el mismo Cristo quién lo hace. Por eso dice Esto es mi cuerpo o Yo te bautizo. Es el mismo Cristo quien bautiza, es el cuerpo de Cristo, no el cuerpo del sacerdote. Es mejor que el sacerdote se parezca a Cristo en su vida. Pero si le falta parecido no afecta a la eficacia de los dones de Dios.
Como las plantas crecen al regarse, necesitando la luz del sol, también nuestra alma necesita la luz de la oración y el agua de los Sacramentos. Si plantamos lentejas en una maceta y la ponemos en una habitación oscura como hacían nuestras abuelas para los monumentos del día del Corpus, las plantitas, aunque las reguemos salen de color blanco porque no han hecho la fotosíntesis. Si, en cambio, las ponemos al sol, sin agua, no tardarán en quemarse.
De igual manera, hay algunos que dice que tienen mucha Fe pero no reciben los Sacramentos. No crecerán espiritualmente como está claro que no crece el que va a Misa pero nunca reza. Hacen falta las dos cosas.
Cuando los padres retrasan el Bautismo cometen un grave error. Dicen: ya elegirán cuando sean mayores, quizás no quieran ser católicos pero en cambio los llevan a la escuela sin pensar que quizás si pudieran elegir, serían analfabetos. Es un bien para ellos, sí, claro, el Bautismo también. Quizás si les dejaran elegir entre comer y no hacerlo, elegirían hacer huelga de hambre. No, comer es un derecho. Ser hijo de Dios, también es un derecho. ¿Por qué los visten? Puede que quisieran ser nudistas. Es una costumbre. Señora, el Bautismo también es una costumbre. Es mucho más, es una Tradición que debemos agradecerle a Dios, porque quizás de haber nacido en otro lugar no tendríamos Fe. Es decir, es un regalo de Dios.
Si privamos a nuestros hijos del Bautismo, les estamos privando del Bien más grande que podemos darles. Se lo voy a resumir con un truco para que no se olviden. Les estamos privando de ser cinco palabras que empiezan con h.
El Bautismo nos hace hijos de Dios. Sí, es cierto que todos somos criaturas suyas, pero no se puede comparar la filiación divina que tiene un Bautizado con el que tiene una piedra o un cactus. El pecado original, provocado por la desobediencia de nuestros primeros padres nos hace esclavos de Satanás. El Bautismo lo borra completamente. También somos herederos del Cielo. Recuerdo unas catequesis que di a dos hermanos con problemas de oído. Fue el 22 de mayo de 2005. Su madre me pidió con tiempo que si los podía preparar yo porque en el Colegio especializado no le preparaban a los dos a la vez, y ella quería hacer una única ceremonia. Alejandro oía peor que su hermana. Le señalé una mesa redonda que había donde dábamos la catequesis en la casa sacerdotal de Valencia. Le enseñé el Crucifijo y le dije rodeando la mesa. Antes de la Cruz el Cielo estaba cerrado. Después quedó abierto. Y le abrí los brazos. A los quince días le pregunté, para ver con qué se había quedado: ¿Qué significa la Cruz? Y con gran sorpresa mía y una cara de alegría enorme me dijo: “¡Abierto!” Lo había entendido. Pues sí, en el Cielo nos esperan gracias a la muerte de Jesús en la Cruz, que se hizo uno más como nosotros, y desde nuestro Bautismo somos hechos hermanos de Cristo. ¡Qué gran alegría! Somos hermanos de Dios. Podemos llamar Madre a la Virgen Santísima, porque nos la dio al dársela a San Juan. En el Ahí tienes a tu hijo estamos todos nosotros. Nos hace hijos de la Iglesia. Todos somos hechos sacerdotes, profetas y reyes. Sacerdotes para orar a Dios, en el seno de la santa Madre Iglesia, en compañía de ella, porque Iglesia somos todos, por eso tenemos que defenderla en cualquier parte donde vayamos. Profetas para enseñar nuestro Catecismo, las costumbres cristianas, las enseñanzas de los Papas; es una tarea de todos porque el Apostolado de nuestro campo, si no lo hacemos nosotros se queda sin hacer. Nuestro vecino, nuestro compañero de trabajo, nuestro ahijado, está a nuestro lado para que le hablemos de Dios, eso es ser profeta. Y Reyes para servir, porque reinar es sinónimo de servir en la Sagrada Escritura. La caridad debe ser nuestra primera bandera, como lo era de los primeros cristianos. “Mirad como se aman” decían de ellos. Que por nuestra Caridad se vea nuestra Fe. Por último, nos hacemos hospederos del Espíritu Santo. Él viene al Templo de nuestro cuerpo, y ese es el motivo sobrenatural por el cual no podemos hacer con el cuerpo lo que nos da la gana, como si fuera un coche o una pata de pollo, por el que no podemos vestir según los criterios de la última pasarela si son indecentes, motivo por el cual la pornografía es la corrupción de algo sagrado, el Templo del Espíritu Santo.
La edad en la que recibimos la Confirmación ha ido cambiando a lo largo de la historia. Hoy se coloca al principio de la adolescencia, edad en que los jóvenes empiezan a elegir las asignaturas que hacen, los amigos que tienen, cómo se peinan,… por eso recibimos entonces la Confirmación, para que nos dé fuerza para elegir con Cristo en las múltiples decisiones de nuestra vida. Dice el Catecismo que es el Sacramento que nos aumenta la gracia del Espíritu Santo, para fortalecernos en la Fe, y hacernos soldados y apóstoles de Cristo. Para no tener miedo de demostrar que somos cristianos. Que seguimos a Cristo en la vida laboral, en la familia, en la Misa dominical. Muchos no van a Misa porque les da vergüenza, no han aprovechado la gracia que les está dando el Espíritu Santo, porque todos recibimos las gracias necesarias para cumplir nuestras obligaciones. Si todos fuéramos mejores católicos, si todos estuviéramos convencidos del mensaje evangélico como los Apóstoles después de Pentecostés, lograríamos cambiar la sociedad entera. Muchos dicen que no tiene sentido porque los jóvenes reciben la Confirmación y después ya no vuelven; no importa. No hay que cerrarle la puerta al Señor, porque la semilla queda en el corazón y fructificará algún día. Además Bautismo y Confirmación, también el Orden Sacerdotal, imprimen en el alma el carácter sacramental que hace que los efectos de dichos Sacramentos duren para siempre.
Nos toca hablar ahora de la confesión. Del Sacramento de la Penitencia. Es una lástima que pueblos tan hermosos, con tradiciones tan ricas y con Novenas tan llenas de devotos feligreses solamente tengan unas veinte personas para comulgar, solamente porque no se confiesan. Miren, ¿por qué no se confiesan? Por tres motivos. Unos dicen: yo no hago nada malo. Sí, claro, el mundo está fatal pero aquí nadie hace nada, no es culpa de nadie. Si quieres te colocamos en una hornacina como los santos del retablo. Otros dicen: yo no sé confesarme. No se preocupen, yo sí que sé. Estuve estudiando en el seminario para eso, para aprender a confesar. El último grupo añade: Es que hace mucho tiempo que no confieso. Tranquilos, ya no lo dirán más. Seguramente si tienen cincuenta años no lleguen a los cien; además, está en su mano no dejar pasar tanto tiempo. Es sencillo confesarse. Primero debemos revisar nuestra conciencia con calma. En qué he faltado contra Dios, en el hablar, en no ir a Misa los domingos, echar algún voto o blasfemia. Después miro como me he comportado con mi familia, si he respetado mi cuerpo sin caer en abusos de sexo, drogas o alcohol, si he dicho la verdad, si he criticado o repasado al prójimo, si he tenido envidia, si he dejado de comer carne los viernes, especialmente en Cuaresma, si no he utilizado anticonceptivos, si no he robado, si no he matado a nadie… Los he dejado los últimos para que se vea que no son los únicos. Yo no robo ni mato… No es suficiente, hay más cosas a tener en cuenta.
Después toca pedir perdón a Dios, arrepentido. Yo me confieso con Dios. No hombre, si lo que Dios quiere es que le pidas perdón como él ha dicho. Lo demás son excusas. El ofendido es el que elige el modo de ser reparado. No hace falta que el dolor de los pecados sea con lágrimas o con gran sentimiento, pero sí lo suficiente para que seamos conscientes de nuestro arrepentimiento, pidiendo ayuda a Dios para no volver a caer… para no hacer como aquel gitano que decía: Padre, he robao tré gallinas, pero apunte cinco que he visto dos grandes que cogeré a la vuelta. Esto se llama un mal propósito de la enmienda. Es evidente que caemos de nuevo, pero Dios conoce nuestra debilidad. Por último, se dicen los pecados al confesor y se reza la penitencia que nos imponga. Eso sí, diciendo la verdad. No tiene sentido ninguno intentar engañar a Dios. Es bueno encomendar al Señor mientras rezamos la penitencia, aquellas cosas que nos ha dicho el sacerdote como consejo para que seamos capaces de ponerlo por obra. Hay veces que pensamos que no nos hace falta confesar, pero ocurre como los trapos de cocina. Sirven para secar lo que ya está limpio, y si no los lavamos en un mes… se acumula todo. No dejemos de limpiar nuestros trapos y nuestros corazones.
La Eucaristía es el mayor regalo de Dios a los hombres, porque no solamente quiso Cristo hacerse hombre sino que se quedó con nosotros en el sagrario. La Eucaristía es banquete. En ella recibimos al mismo Dios como alimento de nuestras almas. Si estuviéramos invitados a un banquete y no comiéramos, quedaríamos muy mal con aquél que nos invitó. No puede ser, aprovechemos las ocasiones de confesar, y si nuestros párrocos no se ponen a confesar, vayamos a pedírselo para facilitarles el cumplimiento de su obligación. Así no perderemos la gran oportunidad de cada comunión. También la Eucaristía es presencia. En todas y cada una de las partes de las Sagradas Especies, en cada trocito está Dios entero, ese es el misterio que Dios todopoderoso quiso encerrar bajo las apariencias de pan. Por último, la Eucaristía es además sacrificio. Por eso no es correcto decir que la Misa es una fiesta y perder el respeto de quién es Sacerdote, Víctima y Altar, porque en cada Eucaristía Cristo se ofrece a sí mismo como se ofreció en el Calvario. Si viviéramos cada Misa como las horas de la agonía del Calvario, presto seríamos santos. Quienes convierten la Misa en una fiestecita con el argumento de que los niños no la aguantan si no se hace un poco de jolgorio, se sorprenderían de la capacidad de comprensión, de la profundidad de la oración y de la Fe de aquellos de quién dijo Jesús: si no os hacéis como ellos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Unción de los Enfermos. Siempre tan consoladora para todos los que la reciben. Yo se la he dado a accidentados, a abuelos, a mi madre, en la UCI, en las casas; les aseguro que nunca nadie se ha asustado. Más vale, de todas formas, un pequeño susto antes de morir, que un susto eterno al morirnos, dándonos cuenta que no nos hemos ido preparados. Hay una película antigua titulada “Balarasa” que termina con la muerte de la hermana del protagonista lamentándose de que se muere con las manos vacías, porque no tiene nada para presentar a Dios. Si no podemos morir habiendo recibido los Sacramentos, al menos que le pidamos perdón a Dios, diciendo por ejemplo Dios mío, te amo, perdóname. A aquella persona que niega la oportunidad a un enfermo de recibir los Sacramentos, no se podrá decir de ella que quién salva un alma salva la suya. Recuerdo un día en Valencia; me acerqué a la unidad de quemados del hospital de la Fe porque tenía que darle la Unción a un feligrés. Me dijeron que no podía entrar. Les contesté que el Acuerdo Jurídico del año 1979 entre el España y el estado Vaticano me amparaba completamente, que no tenía prisa; que me quedaría allí hasta que me abrieran la puerta. Salió el médico, salió una enfermera, al final me dejaron pasar a un pasillo para verlo a través de una ventana. Yo dije: lo tengo que tocar. Me dijo el médico: Si él le llama le dejo pasar. Le saludé por el teléfono e inmediatamente me llamó con la mano. Lo demás fue sencillo y hermoso. Demos gracias a Dios.
Puedo decir que el día más feliz de mi vida fue el 10 de julio de 2004, al recibir en la Catedral de Cuenca, de manos de D. Ramón del Hoyo, mi Ordenación Sacerdotal. Ese día no era consciente de todos los regalos que Dios me tenía reservados, de todas las sorpresas, de todos los bienes que iba a poder recibir solamente por haber dicho que sí al Señor. En este año sacerdotal que nos ha regalado el Santo Padre, la ilusión y las ganas de llevar almas de joven a Cristo, de ayudar a las personas mayores a vivir y a bien morir, de enseñar el Catecismo a lo niños, de restaurar el patrimonio histórico de las Iglesias de nuestra Patria, de predicar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, no solamente no ha disminuido sino que ha aumentado. Intentando seguir el modelo del Santo Cura de Ars, a los pies de la Virgen de las Nieves, le pido a Dios cada día, no solamente que persevere en la vocación sacerdotal y religiosa, sino también que pueda ser reflejo de Cristo, en lo que diga, en lo que haga y en lo que piense. Quiero remitirme en este momento a la carta a los sacerdotes del Santo Padre al principio del libro, que es la más bella página que he leído sobre este regalo de Dios que es el sacerdocio.
En nuestros días el Matrimonio ha sufrido muchos varapalos. El Sacramento que santifica la unión de un solo hombre con una sola mujer, y les da gracia para que vivan en paz y tengan hijos para el Cielo. Cuando me aprendí de memoria esta respuesta de mi pequeño catecismo no hacía falta aclarar nada. Desgraciadamente, ahora hay que aclarar que sean hombre y mujer; y quizás pronto habrá que aclarar también el “un solo y una sola”. Dios quiso que el acto máximo del amor en la donación mutua de hombre y mujer fuera acompañado de la posibilidad de dar vida. Para eso hace falta de generosidad y entereza, hace falta haber creado hábitos desde niño, de no hacer el capricho propio a cada momento; porque para el Matrimonio hay que prepararse desde niños. Por eso no funcionan muchos matrimonios, porque la sociedad actual está formando consentidos en potencia. También el Matrimonio debe ser para toda la vida, no solamente porque lo que Dios ha unido no debe separarlo el hombre, sino porque los hijos tienen derecho a tener un padre y una madre toda la vida. Un niño de catequesis me dijo una vez que a su Primera Comunión irían sus cinco padres… (está claro: su madre, el novio, su padre y la novia y la abuela, a la que quería como su madre porque había vivido con ella muchas horas) Y decía que los padres son un derecho pero no los hijos. No se puede exigir un hijo, porque es un regalo de Dios. Querer tener un hijo o una hija, sin tener en cuenta los métodos, a costa de lo que sea, fuera del seno de la madre, sacrificando embriones, con selección agresiva, es poner nuestra voluntad por encima de la naturaleza y de la voluntad divina y eso, cuanto menos, es peligroso. Sería largo continuar hablando de un tema del que se han escrito libros. Dejaremos como colofón dos refranes: “Familia que reza unida, permanece unida” y también “nadie da lo que no tiene”, si papá no respeta a mamá, no lo hará el niño. Si la madre no dice la verdad, por qué la van a decir las hijas.