San Metodio, 14 de junio

Patriarca de Constantinopla

Nació en Siracusa a finales del siglo VIII. Su acaudalada familia le dio esmerada educación. En Constantinopla, donde esperaba obtener un lugar privilegiado en la corte, tomó contacto con un monje y siguiendo su invitación, eligió la vida religiosa. El hecho, envuelto en la poesía del llamamiento de Cristo, se ilustra diciendo que nada más tomar tierra en Constantinopla le abordó una persona desconocida que se dirigió a él de este modo: «Hermoso joven ¿por qué no prefieres en vez de la gloria perecedera que vienes a buscar aquí, aquella que no se hace acompañar de ningún remordimiento y dura eternamente?». Sea como fuere, Metodio se instaló en la isla de Kios donde edificó un monasterio y creó una comunidad de la que fue abad; la abandonó para acudir a Constantinopla por indicación del patriarca Nicéforo.

Era una época turbulenta caracterizada por la persecución iconoclasta instigada por León V, «el Armenio». La Iglesia, que estaba regida por el pontífice Pascual I, se hallaba divida por los partidarios de dar culto a las imágenes y quienes las rechazaban. Metodio hizo una valerosa defensa de la veneración de las imágenes. En el año 815 Nicéforo fue depuesto por el emperador y entonces se trasladó a Roma para informar al Papa, permaneciendo allí hasta la muerte del emperador. Parecía que Miguel II, nuevo emperador, atraería una etapa de paz y tolerancia. Con esta esperanza regresó a Constantinopla Metodio el año 821, portando una misiva que el Papa dirigía al gobernante, rogándole que repusiera en su misión a Nicéforo. Encolerizado, Miguel el Tartamudo acusó a Metodio de ser un agitador. Lo castigó y encarceló en la isla de Antigoni en el Propontis junto a dos malhechores comunes, sin ocuparse más de ellos. Allí permaneció siete años, sobreviviendo de manera sorprendente. Y aunque extremadamente mermado su cuerpo por tan graves privaciones, su espíritu conservaba la fuerza y vigor de siempre.

Había recobrado la libertad al fallecer Miguel. Pero lamentablemente, su hijo Teófilo fue digno sucesor suyo y siguió con la misma tónica de persecuciones mantenidas por su progenitor. Acosó a Metodio, volvió a azotarlo y lo recluyó en palacio. Unos amigos le ayudaron a escapar. Pero no pudo impedir que confiscasen sus bienes. Teófilo se percató de que ninguna de sus medidas de fuerza pudieron doblegarlo, y lo emplazó para verse con él. El resultado fue una discusión con entrecruzadas acusaciones. Aprovechando su defensa, Metodio reiteró su juicio sobre el culto a las imágenes: «Si una imagen tiene tan poco valor a vuestros ojos, ¿por qué cuando renegáis de las imágenes de Cristo no condenáis también la veneración que se rinde a vuestras propias representaciones? ¡Lejos de renegar de vuestras imágenes, las multiplicáis continuamente!».

Teodora, esposa de Teófilo, no secundaba ni los métodos ni los juicios de éste. Ella fue la verdadera beneficiada por la presencia y enseñanza de Metodio. Así que cuando Teófilo murió en el año 842 y ella le sucedió en el trono, defendió el culto a las sagradas imágenes, depuso al patriarca de Constantinopla Juan VII, que era empecinado iconoclasta, y designó en su lugar a Metodio, nombrándole máximo responsable de la Iglesia oriental. Hizo venir a los que habían sido desterrados, y envió al exilio a los iconoclastas.


El 19 de febrero de 842, todas las imágenes fueron repuestas nuevamente en los templos llevándolas en solemne procesión. Fue la primera «Fiesta de la Ortodoxia». Metodio convocó un sínodo en Constantinopla en el que confirmó la decisión tomada por Teodora respecto a Juan VII, y volvió a poner en vigor la doctrina aprobada en el Concilio de Nicea sobre las sagradas imágenes. Determinó traer los restos de su antecesor Nicéforo a Constantinopla y siguió trabajando activamente en bien de la Iglesia. Este valiente gesto de deponer a los obispos iconoclastas y dejar vía libre a los partidarios de las imágenes fue duramente contestado por sus opositores. Para vengarse, sus enemigos le acusaron de un acto ilícito que no había cometido. No tardó en descubrirse que se trataba de un grave bulo; un hecho deleznable forjado por ellos para mancillar su nombre y su consagración. Después de cuatro años de fecundo patriarcado, y de dejar varias obras escritas, murió de hidropesía el 14 de junio de 847.

santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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