A las 12 del mediodía de hoy, Domingo de Pentecostés, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Regina Coeli con los cerca de 20.000 fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
Estas fueron las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz fiesta de Pentecostés, buenos días!
Hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos la bajada del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles. En el Evangelio de la liturgia, Jesús habla del Espíritu Santo y dice que nos enseña «todo lo que ha oído» (cf. Jn 16,13). Pero, ¿qué significa esta expresión? ¿Qué ha oído el Espíritu Santo? ¿De qué nos habla?
Nos habla con palabras que expresan sentimientos maravillosos, como afecto, gratitud, confianza, misericordia. Palabras que nos dan a conocer una relación hermosa, luminosa, concreta y duradera como es el Amor eterno de Dios: las palabras que se dicen el Padre y el Hijo. Son precisamente las palabras transformadoras del amor, que el Espíritu Santo repite en nosotros, y que es bueno que escuchemos, porque estas palabras hacen nacer y crecer en nuestro corazón los mismos sentimientos e intenciones: son palabras fecundas.
Por eso es importante que nos alimentemos cada día de las Palabras de Dios, de las Palabras de Jesús, inspiradas por el Espíritu. Y muchas veces digo: leer un trozo del Evangelio, tener un Evangelio pequeño, de bolsillo, y llevarlo con nosotros, aprovechando los momentos favorables. El sacerdote y poeta Clemente Rébora, hablando de su conversión, escribía en su diario: «Y la Palabra calló mi cháchara» (Curriculum vitae)La Palabra de Dios calla nuestra cháchara superficial y nos hace decir palabras serias, palabras bellas, palabras alegres. «Y la Palabra acalló mi cháchara». La escucha de la Palabra de Dios acalla la cháchara. Así es como damos espacio en nosotros a la voz del Espíritu Santo. Y luego en la Adoración -no olvidemos la oración silenciosa de adoración-, sobre todo la oración sencilla y silenciosa de adoración. Y ahí decir buenas palabras dentro de nosotros, decirlas a nuestro corazón para poder decirlas a los demás, después, los unos por los otros. Y así vemos que vienen de la voz del Consolador, del Espíritu.
Queridos hermanos y hermanas, leer y meditar el Evangelio, orar en silencio, decir buenas palabras, no son cosas difíciles, no, todos podemos hacerlas. Son más fáciles que insultar, enfadarse… Y entonces nos preguntamos: ¿qué lugar tienen estas palabras en mi vida? ¿Cómo puedo cultivarlas, para escuchar mejor al Espíritu Santo, y convertirme en su eco para los demás?
Que María, presente en Pentecostés con los Apóstoles, nos haga dóciles a la voz del Espíritu Santo.
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Después del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas
El Espíritu Santo es el que crea la armonía, ¡la armonía! Y la crea a partir de realidades distintas, a veces incluso contrapuestas. Hoy, fiesta de Pentecostés, oremos al Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, para que cree armonía en los corazones, armonía en las familias, armonía en la sociedad, armonía en el mundo entero; para que el Espíritu haga crecer la comunión y la fraternidad entre los cristianos de las diversas confesiones; para que dé a los gobernantes el valor de hacer gestos de diálogo, que conduzcan al fin de las guerras. Las muchas guerras de hoy: pensad en Ucrania -mi pensamiento va en particular a la ciudad de Kharkiv, que sufrió un atentado hace dos días-; pensad en Tierra Santa, Palestina, Israel; pensad en tantos lugares donde hay guerras. Que el Espíritu guíe a los responsables de las naciones y a todos nosotros a abrir puertas de paz.
Expreso mi gratitud por la acogida y el afecto de la gente de Verona ayer: ¡fueron buenos, la gente de Verona! Gracias, gracias. De modo especial pienso en la cárcel de Verona, pienso en los internos, en los presos que una vez más me han testimoniado que detrás de los muros de una cárcel palpita la vida, la humanidad y la esperanza. A todo el personal de la cárcel, y en particular a la directora, la doctora Francesca Gioieni, va mi más sincero «gracias».
Os saludo a todos vosotros, peregrinos de Roma y de distintas partes de Italia y del mundo. En particular, saludo a los de Timor Oriental -¡os visitaré pronto! -, a los de Letonia y Uruguay; así como a la comunidad paraguaya de Roma, que celebra la Virgen de Caacupé, y a la Misión católica portuguesa de Lucerna.
Saludo a los niños de la Inmaculada; saludo a las Hermanas que están allí, ¡bravo! Saludo a los fieles de Benevento, Porto Azzurro y Terracina, y al Instituto «Caterina di Santa Rosa» de Roma.
Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen provecho y ¡adiós!