El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Vocación Política”.
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MIRAR
Allá por el año 1980, cuando yo era coordinador el equipo diocesano de pastoral vocacional en Toluca, organizamos un retiro de sábado y domingo con jóvenes de diferentes grupos o movimientos, como Jornadas de Vida Cristiana, Acción Católica Juvenil, Renovación Católica en el Espíritu y otros, teniendo como tema central la vocación política del laico, a partir de textos bíblicos y del magisterio eclesial. El objetivo era que reflexionaran sobre esta opción vocacional, como una concretización del amor a Dios y del amor al prójimo, a la comunidad, a la sociedad. Entre los participantes, un joven tenía inquietudes de entrar al Seminario y ser sacerdote; pero, a raíz de este retiro, decidió entregarse a la política, como una forma de servir a su pueblo. Lo hizo por opción cristiana, porque descubrió que Dios le llamaba a desgastar su vida en esta dimensión. Dentro del partido que eligió, que en aquel tiempo era el mayoritario, escaló diferentes puestos hasta llegar a ser gobernador del Estado, presidente nacional de su partido, diputado y senador. A veces me platicaba lo difícil que era mantenerse firme en sus principios en medio de tantas intrigas, intereses y corrupción que veía a su alrededor; procuró no contaminarse, pero no podemos presumir de que todo sea como quisiéramos que fuera.
Conocemos a personas que siempre andan metidas en asuntos políticos. Unos por vocación, porque sienten en su corazón el deseo de hacer algo por su pueblo, incluso motivados por su fe cristiana. Otros, sin embargo, parecen haber hecho de la política sólo una profesión, una manera de ganarse la vida, una forma de enriquecerse, una ambición de poder y de sobresalir, aunque para ello tengan que sacrificar muchas cosas, incluso su salud, su familia y su creencia. Les importa el poder, el dinero, la fama, no tanto el amor al prójimo. Relativizan su fidelidad a una militancia partidista, pues, si los colores gobernantes cambian, ellos cambian de partido como cambian calcetines. No actúan por principios, sino por intereses.
En estos tiempos de campañas electorales, hemos de discernir quién aspira a un puesto público, desde la presidencia de la República hasta cualquier cargo en un municipio, por vocación de servicio, o por otras motivaciones. Quiénes se acercan mucho ahora a la gente, buscando su voto, o quién lo ha hecho siempre, incluso sin ocupar cargos políticos. Quiénes han demostrado en su vida la disposición a hacer algo por la comunidad, y quiénes sólo ahora se muestran interesados en resolver los problemas locales o nacionales. Quiénes tienen experiencia vital de haber ayudado a la gente, conociendo de cerca su realidad y haciendo algo por ellos, o quiénes se mueven desde un escritorio, lejos de las personas que más sufren. En las comunidades indígenas que conservan sus sanas tradiciones sin corruptelas, la asamblea comunitaria elige, para los cargos importantes, no a quien se hace campaña, sino a quien ha demostrado su capacidad de servicio al pueblo.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice:
“Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?
Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Pienso en una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado.
Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación y más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica.
La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos” (176-179).
ACTUAR
Apoyemos, no sólo con nuestro voto, a quienes en verdad demuestran tener vocación política, disposición permanente de servir a los demás, no sólo en tiempos electorales, sino durante toda su vida, aunque no hayan ocupado puestos públicos. Y eduquemos a los jóvenes para que trabajen y estudien no sólo anhelando ganar dinero, sino ayudar a la comunidad.