Me encanta leer y C. S. Lewis es uno de mis autores preferidos, aun cuando algunos de sus ensayos me hayan resultado agotadores. Quiere dar claridad a su discurso y discurre con agudeza, introduciendo distinciones en los múltiples sentidos que se dan en determinadas palabras o conceptos. Su afán por conseguir ideas claras y distintas puede resultar agobiante. Esto explica, en parte, que haya leído a trompicones su libro La experiencia de leer (Alba Editorial, 2000). Lo empecé a leer hace algunos años atrás, lo dejé por derrumbe, hasta que, finalmente, volví a él en estas ultimas semanas y lo terminé no sin poco esfuerzo. Deleite en algunos tramos, los más; tedio, en otros, los menos.
El libro indaga la lectura desde la experiencia del lector de obras literarias, pero un lector observado desde el palco, nada menos que por Lewis. Se fija en los modos de lectura del mal lector para resaltar, en cambio, los mejores modos del buen lector. Por ejemplo, el mal lector usa el libro para pasar un rato y regodearse en los hechos. El buen lector recibe el libro, es una actitud de escucha, deja que el texto le hable a fin de descubrir el ritmo, la melodía, el aroma del libro en tanto que es un poiema, es decir algo hecho, “que por su belleza sonora como por el equilibrio y el contraste, y por la multiplicidad integrada de sus sucesivas partes, es un objet d´art, algo dotado de una forma capaz de suscitar un placer intenso” (p. 133).
“Por tanto, continúa señalando Lewis, leer bien, sin ser esencialmente una actividad sentimental, moral o intelectual, comparte algo de las tres. En el amor salimos de nosotros para entrar en otra persona. En el ámbito moral, todo acto de justicia o caridad exige que nos coloquemos en el lugar de otra persona y, por tanto, que hagamos a un lado nuestros intereses particulares. Cuando comprendemos algo discernimos los hechos tal como son” (p. 138). La experiencia literaria que sigue estos rumbos, por tanto, amplía nuestros intereses, nos pone en actitud de salida. Nos invita a conocer a muchos tipos humanos sin dejar de ser uno mismo. Leer bien, entonces, como lo afirma Viktor Frankl, es una muestra de la capacidad de autotrascendencia del ser humano, ganamos en hondura y en amplitud.
Tener la experiencia de la buena literatura es la mejor defensa contra la mala literatura. Los clásicos educan el buen gusto y han pasado la prueba del tiempo. Afortunadamente, se sigue escribiendo con maestría y belleza. Hay buenas lecturas, esperemos que no falten los buenos lectores.