Hace dos meses, Maryamu Joseph (16 años) escapó de Boko Haram tras haber permanecido cautiva durante 9 años. Junto con otras 21 personas, fue secuestrada en 2014 a la edad de 7 años cuando el grupo terrorista atacó su comunidad de Bazzar y se la llevó a un campamento. Dos de sus hermanos acabaron más tarde en el mismo campamento; uno de ellos fue asesinado y el otro permanece en cautiverio.
En una entrevista, realizada por Patience Ibile, en su lengua materna, el hausa, Maryamu habla con la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) sobre su calvario y la ayuda obtenida en el centro de trauma construido con el apoyo económico de ACN.
¿Cómo describirías lo que pasaste? ¡Nueve años en esclavitud! ¡Nueve años de torturas! ¡Nueve años de agonía! Hemos sufrido mucho a manos de esa gente despiadada y sin corazón. Durante nueve años vimos derramar la sangre inocente de mis hermanos cristianos, asesinados por gente que no valora la vida. Asesinaban sin remordimientos, como si fuera algo normal. Esos nueve años desperdiciados en el bosque de Sambisa no pueden olvidarse en un abrir y cerrar de ojos. Las palabras no hacen justicia a lo que he vivido.
¿Cuándo y cómo te capturaron?
Boko Haram atacó mi comunidad en febrero de 2013. Después de una matanza que dejó innumerables muertos, nos llevaron a 22 de nosotros a un espeso bosque, caminamos durante 22 días antes de llegar a nuestro destino. Encerraron a los cristianos en jaulas, como si fueran animales, lo primero que hicieron fue convertirnos a la fuerza al islam. Me cambiaron el nombre por el de Aisha, un nombre musulmán, nos advirtieron que no rezáramos como cristianos o nos matarían. Cuando cumplí 10 años, quisieron casarme con uno de sus jefes pero me negué. Como castigo, me encerraron en una jaula durante todo un año. Me traían comida una vez al día y la introducían por debajo de la puerta sin abrir nunca la jaula.
En noviembre de 2019, capturaron a dos de mis hermanos y los llevaron al campamento. Solo Dios sabe lo que sentí cuando los vi. Estaba llena de una intensa ira, tenía ganas de coger un machete y descuartizarlos uno a uno. Ante mis ojos, cogieron a uno de mis hermanos y lo mataron. Le cortaron la cabeza, luego las manos, las piernas y el estómago. Trataron el cuerpo de mi hermano como un pollo antes de ser cocinado. Totalmente desolada, me preguntaba: “¿Quién será el siguiente?”. Unos días después, empecé a tener pesadillas y a sufrir alucinaciones. Veía a gente y oía voces que ni siquiera conocía. A veces, personas armadas se acercaban a mí para hacerme daño, cuando gritaba, sentía una mano en el hombro y uno de mis compañeros me decía: “¡Cálmate! ¡Respira! Te pondrás bien”. Era entonces cuando me daba cuenta de que sólo era un sueño.
Permaneciste cautiva durante nueve años. ¿Cómo te las arreglaste para escapar?
El 8 de julio de 2022, en torno a la una de la madrugada, el campamento estaba en calma y todo el mundo dormía excepto mis compañeros de cabaña y yo, entonces los doce decidimos escapar. Al principio, no sabía si quedarme por mi hermana pequeña, que estaba en otra cabaña, pero cuando pensaba que podría pasarme el resto de mi vida en ese campamento, decidí que tenía que irme, pasara lo que pasara. Nos escabullimos del campamento y corrimos por el espeso bosque. Seguimos avanzando todo lo que nos permitían nuestras piernas, durante dos días, hasta que finalmente alcanzamos Maiduguri el 10 de julio de 2022. Cuando llegamos, me desmayé, cuando desperté estaba en los brazos de un buen samaritano que nos dio agua y comida para recuperar fuerzas. Más adelante, llegué al campamento gestionado por la Iglesia.
¿Cómo ha sido tu experiencia en el centro de trauma?
Lo primero que hicieron fue rezar por mí y animarme a regresar a la fe. Estoy feliz de haber vuelto al cristianismo, desde que volví a Maiduguri el dolor ha disminuido. Espero que, con el tiempo, Dios me ayude a superar mi amargura y a abrazar la paz, aunque no veo que eso vaya a ocurrir pronto. Todavía siento ese dolor resonando en mis oídos, sigo teniendo pesadillas, aunque no tan graves como antes. Gracias al Centro de Trauma ya no alucino.
¿Qué has aprendido en el centro de trauma?
Cuando llegué a Maiduguri, antes de iniciar mi proceso de curación, ¡no podía soportar a los hombres! No podía mirarles a los ojos. Me daban asco. Ahora, gracias a mi proceso de curación, he aprendido a dejar de lado el odio.
Creo que he aprendido a adaptarme al mundo exterior y a hablar con la gente. Mi relación con mis cuidadores se está volviendo muy amistosa, ya no es agresiva, como al principio de mi proceso de curación.
En cuanto a mi formación, quiero aprender a hacer bonitos vestidos, zapatos y bolsos.
¿Tu sufrimiento te ha acercado a Dios?
Lo que pasé me alejó de Dios, me resulta muy difícil volver a Él, porque me cuesta recuperar la confianza en Él. Yo intento convencerme a mí misma de que Él sigue siendo Dios, pero no lo asimilo. Me sentí abandonada por Dios por lo que pasó. Dicen que Dios es todopoderoso y que no es un Dios parcial. Entonces, ¿por qué no me ayudó cuando más lo necesitaba?
¿Todo esto ha supuesto un reto para tu fe?
Sí, pero día a día voy mejorando. Volver al cristianismo después de nueve años practicando el islam supone un gran esfuerzo. Al principio parece casi imposible. Mi mente sigue estando llena de ira, amargura y angustia, el dolor va y viene. Un minuto estoy feliz y al siguiente regresa el dolor.
¿Crees que puedes perdonar a los que te hicieron daño a ti y a tus seres queridos?
¿Perdonar a esos seres desalmados? No creo que sea capaz de perdonarlos. Necesito tiempo para digerir todo lo que me ha sucedido y entonces, tal vez, pero sólo tal vez, podamos hablar de perdón. Pero hoy no, hoy no puedo perdonarlos.
¿Cuáles son tus esperanzas con vistas al futuro?
En este momento no pienso en eso. Ahora, sólo quiero volver a ser yo. Quiero liberarme del dolor y la angustia que siento. Pero me gustaría recibir una educación, ir a la escuela, aprender a hacer amigos y a hablar en inglés.
Me gustaría estudiar Derecho para defender a los indefensos. Hago un llamamiento a todos los que han sido tocados por Dios para que me ayuden. No me siento plena ni verdaderamente segura, necesito salir de este entorno y empezar de nuevo. Me haría muy feliz conseguir una beca para ir a la escuela. Sólo estoy pensando en voz alta, pero me haría mucha ilusión que mi deseo se cumpliera.
Centro de Trauma de la diócesis de Maiduguri
El Centro de Trauma de la diócesis de Maiduguri se construyó con la ayuda económica de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Este centro, destinado a ayudar a las personas que han sufrido diversas formas de violencia a manos de Boko Haram. Se inaugurará oficialmente en noviembre, pero ya ha ayudado a más de veinte personas a superar casos severos de traumas y estrés postraumático, además ofrece asesoramiento y una formación profesional a las víctimas. El centro ya cuenta con un equipo de 24 personas que trabajan en su asesoramiento e integración social, pero hay planes para emplear a otras veinte más. Cuando alcance su máxima capacidad, este centro podrá atender a cuarenta víctimas a la vez.