El padre Jairo Yate, juez instructor en la diócesis de Ibagué, Colombia, analiza la carta Patris Corde del Papa Francisco para conmemorar los 150 años del decreto Quemadmodum Deus, con el cual el Beato Pío IX declaró a san José patrono de la Iglesia universal y ofrece “7 temas en la vida de san José según el Papa Francisco”.
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“Un san José con el corazón de padre”, Patris Corde. Así titula el santo Padre Francisco su carta apostólica, para la celebración del año de san José. Nos imaginamos un san José con un corazón de Padre. Precisamente el modelo de padre y de esposo, como lo ha predicado a lo largo de los siglos nuestra Iglesia Católica.
También san José, goza de unas cualidades definidas, las cuales presenta el Papa Francisco en su carta. Por ejemplo, dice el Papa: Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mateo 1,18; Lucas 1,27); un “hombre justo” (Mateo 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lucas 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mateo 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio “no había lugar para ellos” (Lucas 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lucas 2,8-20) y de los Magos (cf. Mateo 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos. Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1,21).
¿De qué habla el Papa Francisco en su carta apostólica?
El Papa dedica su carta, a todos aquellos que están en segunda línea. Lo afirma diciendo: Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
El Papa propone 7 temas en la vida de san José
- San José como el “Padre amado”. La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, “entró en el servicio de toda la economía de la encarnación”, como dice san Juan Crisóstomo. San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente “al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo.
- “El padre de la ternura”. José vio a Jesús progresar día tras día “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lucas 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Oseas 11,3-4). Jesús vio la ternura de Dios en José: “Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen” (Salmo 103,13). En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura. (cf. Deuteronomio 4, 31 Jeremías 31,20), que es bueno para todos y “su ternura alcanza a todas las criaturas” (Salmo 145,9).
- “Padre en la obediencia”. Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad. (cf. Genesis 20,3 Números 12,6; Job 33,15). José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería “denunciarla públicamente” (cf. Deuteronomio 22, 20-21), pero decidió “romper su compromiso en secreto” (Mateo 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: “No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: “Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mateo 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.
- “Padre en la acogida”. José acogió a María sin poner condiciones previa, confió en las palabras del ángel. “La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio”. La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo.
- “Padre de la valentía creativa”. Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lucas 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mateo 2,13-14).
- “Padre trabajador”. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo. El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. San Juan Pablo II afirmaba que: Con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos. Y “trabajo” significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas. (Carta Encíclica, Laborem Exercens, 1).
- “Padre en la sombra”. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: “En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino” (Deuteronomio 1,31). De este modo, José ejercitó la paternidad durante toda su vida. La felicidad de José no está en la lógica del autosacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza.