El 22 de enero se cumplen 50 años de la polémica sentencia de Roe vs Wade, la cual abrió las puertas al aborto en todos los Estados Unidos. Dicha puerta se cerró, por lo menos parcialmente, el pasado 22 de junio, cuando fue derogada, aclarando en la sentencia que la Constitución de los Estados Unidos no confiere derecho al aborto, siendo este tema competencia de cada Estado de la Unión Americana. Cada entidad federativa deberá legislar al respecto. Eso quiere decir que, después de 50 años, hemos vuelto al punto de inicio. En efecto, en torno al aborto se cierne una tormentosa polarización de la sociedad norteamericana; no es exagerado afirmar que el aborto es el tema político más candente de la Unión Americana.
Los políticos, los medios, los famosos toman posición a favor o en contra del aborto. La victoria de los “pro-vida”, lograda después de muchos años de aridez, de clamar en medio del desierto, ha sido solo un paso importante en orden a proteger la vida. Se ganó una batalla importante, no la guerra, pues esta se recrudeció y, por decirlo de alguna forma, se atomizó, replicándose en los congresos de cada estado. A su vez, la dicotomía entre “pro choice” y “pro life” en los Estados Unidos, se repite en multitud de países, siendo el aborto un tema gatillo, que a nadie deja indiferente. La cultura de la vida y la de la muerte se enfrentan cara a cara, a lo largo y a lo ancho del mundo. Los políticos, los intelectuales, los influencers y los ciudadanos de a pie son llamados a tomar postura en este tema, a la par urgente e importante.
La victoria pro-vida no es definitiva, no ha sido sencilla, y tiene un gran cúmulo de pequeños y grandes héroes que la han hecho posible. Pienso que dos han sido los actores fundamentales en esta lucha. En primer lugar, y más directamente, los jueces de la Suprema Corte de los Estados Unidos que tuvieron el valor de revertir la sentencia, con base en argumentos puramente jurídicos, no obstante saber que se iban a echar a casi toda la opinión pública encima, y que el gobierno actual del país promueve indiscriminadamente el aborto. En efecto, los grandes medios de comunicación –no los ciudadanos de a pie- son “pro-choice”. Tenían al poder ejecutivo y a los medios en contra y, sin embargo, no les tembló la mano a la hora de reestablecer el derecho. En segundo lugar, con un trabajo más ingrato y escondido, a todas las ONGs que se organizaban cada 22 de enero para marchar en defensa de la vida. Son, indudablemente, un heroico ejemplo de constancia y tenacidad, de una actitud inasequible al desaliento, que no se rendía, aunque los vientos fueran contrarios y el eco de la marcha mínimo.
Al cumplirse 50 años de la sentencia, por primera vez la marcha se realiza con la sentencia derogada. Son 50 años de luchar incansablemente por la dignidad y el valor de la vida humana, en cualquiera de sus etapas. 50 años que nos recuerdan cómo vale la pena comprometerse con causas grandes, ideales generosos, aunque a veces parezcan inalcanzables. Mientras la guerra se fragua ahora en los congresos estatales, queda pendiente otra gran batalla: la de sensibilizar al resto de la ciudadanía en lo que al valor inalienable de la vida humana se refiere. En efecto, no es sano que una sociedad esté tan dividida y polarizada, no es sano que las posturas se radicalicen y se cierre toda puerta al diálogo. Hace falta una silenciosa pero eficaz batalla cultural, para mostrar la belleza de la vida y la amplitud de opciones diferentes al aborto, para los casos de embarazos no deseados. La batalla ganada en los tribunales debe decantar todavía a la cultura, debe empapar la mente de los norteamericanos.
En este sentido, no tendrían razón de ser actitudes triunfalistas o, como dirían los italianos, “stravincere” (literalmente “sobre vencer”). Al contrario, nos encontramos en una coyuntura muy delicada, en la que debemos tender puentes para el diálogo, no dinamitarlos, para radicalizar más la división de la sociedad. Sólo un diálogo sosegado, unido a una actitud firme y a la vez cordial, puede ir poco a poco encontrando puntos en común, entre la defensa de la mujer y la defensa de la vida, y suturar así la ruptura social, mientras se reconoce el valor inconmensurable de cada vida humana.